Paradojas


La voluntad de asumir roles es potestad de cada cual. Analizar realidades individualmente pertenece al inventario de las subjetividades hasta que estas se ponen en común y forman el cuerpo de un hecho constatado. Lo digo porque a veces desconcierta la contumacia que se da entre algunas personas que se acercan a África para comprender lo que ocurre allí con rastros a menudo insuficientes del entramado paradójico con el que nos encontramos, por muchas razones, entre ellas, por su diversidad. También a veces puede uno mismo pretender erigirse de manera ilusoria en defensor a ultranza de amplios colectivos que padecen marginación sin elementos de peso para emitir un juicio en uno u otro sentido. Claro que, por esa senda voluntarista, podemos intentar explicar la resistencia de algunas comunidades que parecen ingresar en el modelo desarrollista del todavía primer mundo para, a la curva siguiente, frenar en seco y terminar en la cuneta de lo que llamamos en Occidente el progreso. Incluso los apocalípticos del africanismo pueden llegar a amplificar las hambrunas, las guerras y los tics autoritarios inconscientemente para convertirlos en estigmas de la maldad humana, otro de nuestros altares más venerados. Y no es cuestión de dejar pasar el escaparate dramático tan nítido que brinda un escenario así, aunque olvidemos que en las murallas de nuestras ciudades, de nuestra justicia ciega y de nuestros valores democráticos, hay grandes capas de miseria y seres humanos que chocan cada día contra la indiferencia del capital. Lo cierto es que pienso que África no necesita que nadie la defienda de nada, como que tampoco es posible abogar con éxito por la sostenibilidad ambiental en medio de un modelo dominante que adora el consumo. El continente negro parece responder a la multiplicidad de sus caminos y creencias y también de sus características geográficas y climáticas, como ocurre de otra manera con los pueblos del norte gélido del planeta, que deben defenderse del medio hostil a través de la inventiva (industria). La fisonomía humana de África, plácida muchas veces, permite contrastes tan llamativos como contrapuestos y convivir entre la más rabiosa modernidad y el primitivismo más remoto. Cabe preguntarse entonces si el organismo esférico que habitamos necesita de un territorio como este, inabarcable en todos los sentidos, incalificable absolutamente e imprevisible casi siempre. No es descartable la posibilidad de que el anacronismo africano sea a la vez el problema y la solución de un mundo que no sabe bien hacia dónde camina, como tampoco que las civilizaciones supervivientes puedan responder a un equilibrio oculto que nos permitió sortear las grandes crisis históricas para seguir aún confiando en el mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario