El continente más cercano a
Canarias es el más complejo. Es así de simple. Y por eso surgen tantas teorías
e interpretaciones que pretenden echar algo de tiento en esa madeja inmensa que
amanece cada día frente a nosotros, aquí al lado mismo, sin que sepamos a
ciencia cierta si avanzamos o retrocedemos. África es una nacionalidad y muchas
al mismo tiempo. Son estados por imposición extranjera que aspiran a encajarse
en una realidad desbordada, un crisol étnico y cultural difuso que se extiende a
través de miles de kilómetros como sus propios ríos, o se acumula en regiones
concretas, como sus lagos, o se precipita a los abismos, como sus cascadas
prodigiosas; casi como remedo de las vastas extensiones que la hacen tan única,
tan diversa, tan misteriosa, tan hermosa, tan trágica. La actualidad de África
pasa por el tamiz de la comunicación y las noticias que nos gustan en
Occidente, empeñados, como estamos, en traducir algo que constituye no pocas
veces la esencia de la existencia. El choque de los imperiosos intereses internacionales
recala en su orografía generosa y en un subsuelo repleto de tesoros naturales,
porque esas son las reglas del juego, las del poder obsesivo que sobresale por
encima del respeto a la conservación y al equilibrio de lo eterno y que, como
un fuego de artificio, espectacular pero efímero, nos aliena de nuestra propia
vida acelerándonos, cuando no estrujándonos, en una gran cadena de transmisión
contra la boca de una maquinaria que no nos merecemos. Surgen entonces a intervalos
tesis y epítetos contrapuestos, como los afropesimismos y los afrooptimismos o
los endogenismos y los exogenismos, entre otras muchas emociones, para intentar
profundizar en lo que se deshace a cada paso porque no se mantiene en la deriva
de este mundo que se devora a si mismo. Intentamos explicar por qué, a pesar de
todo lo invertido y de los empeños bienintencionados, que los hay, el
continente no parece cambiar salvo en pequeños matices esperanzadores, siempre
esperanzadores. Y porque quizás también se nos quedó tirada en alguna cuneta la
reflexión sobre nuestro propio destino y el de nuestro planeta.