La visita reciente del presidente francés, FrançoisHollande, a Marruecos, acompañado de una nutrida delegación de empresarios,
apunta claramente su intención de recuperar la posición comercial privilegiada que
siempre tuvo su país allí, cedida últimamente a la pujanza de España. Además,
parece ser que el político socialista galo se ha encontrado de repente con la
necesidad de retornar a la “grandeur” del pasado y a las campañas militares de
París para conquistar o preservar las riquezas naturales con que compensar la
delicada situación económica por la que atraviesa en Europa y, por extensión,
en los mercados internacionales. Por eso no pocos observadores han relacionado su
actuación en Malí con los minerales del Sahel o el reforzamiento de su
presencia en algunos estados africanos con las materias primas que siempre brindaron
sus ex colonias. Otra cosa es que se calificara su intervención en el Azawad
para expulsar a los fundamentalistas como un paseo y que el triunfalismo por la
supuesta victoria no sea en realidad sino un efímero brindis al sol, puesto que
todo invita a pensar que el islamismo extremista es un fenómeno oscilante,
latente y difícilmente combatible en un desierto que cruza el continente de
lado a lado. Más bien lo predecible será que los escuadrones fuertemente pertrechados
de Al Qaeda transiten por esa gran franja basculando hacia Mauritania, al
oeste, y Níger, Chad y Sudán, al este, en una suerte de juego del ratón y el
gato que puede dilatarse el tiempo que sea preciso en una guerra de guerrillas,
de ataques selectivos o de atentados suicidas, tal y como viene sucediendo en
otros países de influencia salafista, como Somalia o Irak. Así lo confirma
también el reciente llamamiento del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon,
relativo al temor expresado por el Frente Polisario a que el conflicto maliense
se extienda al Sahara Occidental. En cualquier caso, no parece nada creíble esa
retirada que emprendió el ejército francés el pasado martes con apenas un
centenar de soldados, de los más de 4.000 que había desplegado, hacia sus bases
de Costa de Marfil, inmersa en un silencio crítico tras la guerra civil postelectoralde 2010 que acabó con el desalojo de la presidencia del díscolo Gbagbo a
favor de Ouattara, eso sí, con la huella aún caliente de la tragedia por la
sangre derramada. El círculo del reboso africano de Hollande se completa por
ahora con los intereses renovados de Francia en las repúblicas Centroafricana y
Democrática del Congo, bajo sendas crisis armadas, y con el equilibrio medido entre
el desapego africanista de su antecesor, Sarkozy, y el denostado estilo
françafrique del histórico Mitterrand, para continuar mandando en el continente
negro, pase lo que pase.