Mindelo

Genocidios

En el continente africano las cosas a menudo no son como parecen, y no pocas veces han existido intereses turbios neocoloniales detrás de los grandes acontecimientos recientes. Cuando esos acontecimientos se saldan con la muerte de cientos de miles de personas, se les aplica el calificativo de genocidio, se buscan a unos cuantos nativos propicios como culpables y se activa la regla abusiva de la cortina de humo para esconder los pecados de los máximos representantes de la comunidad internacional.

Si ha habido un episodio sangriento y descomunal en la África contemporánea del que todavía no se ha explicado toda la verdad, éste ha sido las matanzas de Ruanda y Burundi de los años noventa del pasado siglo. Y no se ha profundizado lo suficiente porque algunas potencias mundiales tuvieron mucho que ver en la negra historia de un pueblo conformado por dos etnias, hutu y tutsi, en el que fue creciendo poco a poco un sentimiento de rencor tal que se convirtió de pronto en combustible al que sólo había que acercarle una cerilla para incendiarlo.

Lo cierto es que la actuación de Bélgica, metrópolis histórica de la actual Ruanda, que colocó a la minoría tutsi en la cima del poder mientras le convino, a pesar de saber que la mayoría hutu se sentía afrentada por el dominio sistemático y axiomático del adversario, provocó una reacción en cadena que fue la que derivó posteriormente en sucesivos enfrentamientos cada vez más sanguinarios. Los tutsis fueron masacrados y expulsados por los hutus, armados y apoyados logísticamente por Francia, en 1994 bajo el lema de “golpeemos juntos”, con un papel destacado de miembros de la iglesia católica local, que arengaba desde la Radio de las Mil Colinas a la “caza del tutsi”, en lo que fue el gran genocidio de la región. Algunos observadores hablan de que todo estuvo bien planeado de antemano, con una permisividad extrema que facilitaba a las milicias hutus comprar armamento y machetes financiados nada menos que con el dinero sacado de programas de ayudas de cooperación al desarrollo internacionales.

El Frente Patriótico Ruandés, compuesto por exiliados tutsis, entre los que se encontraba el actual jefe del Estado, Paul Kagame, repudiado en Madrid por Zapatero, había invadido varias veces el país desde la vecina Uganda, a donde habían huido, hasta que los acuerdos de Arusha les permitió volver y participar en el Gobierno. La muerte en 1994 del entonces presidente de Ruanda, el hutu Juvenal Habyarimana, y de su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, en un atentado aéreo del que aún no se ha podido probar ninguna autoría, desembocó en la gran masacre que se saldó con la muerte de aproximadamente 800.000 ruandeses, sobre todo de la etnia tutsi.

Mientras ocurría la dantesca tragedia, el mundo entero parecía ajeno al paroxismo y no se preocupó de intervenir para detener la barbarie, hasta que la magnitud del drama casi se extinguió por si misma. Ni Estados Unidos, ni Francia, ni Bélgica, ni Alemania, ni la ONU, reaccionaron más que para especular con sus intereses en la región. Y la comunidad internacional continúa señalando a los culpables entre los integrantes de estas dos etnias, que hoy hacen todo lo posible por olvidar e iniciar una nueva fase de la historia de un pueblo traumatizado por el odio y el dolor.
Monumento en Dakar.