La semana nos ha dejado
una anécdota cuando menos curiosa. Un plátano, un campo de fútbol de la
Península y un balón han recorrido los medios de comunicación y redes sociales de
medio mundo para ir a parar a otra cancha, esta vez, de baloncesto, en Estados
Unidos. La burda coincidencia entre ambos episodios ha sido el racismo o, lo
que es lo mismo, el rechazo del otro por ser diferente. Y si es difícil encajar
que en un país con la historia de España surjan todavía estos brotes xenófobos,
todavía debe serlo más que ocurra en aquél que precisamente tiene un presidente
negro y que atesora una larga lucha contra esta lacra plagada de sucesos de
sobra conocidos por todos.
Ha sido un alivio que la unidad de acción y la
complicidad no se hayan hecho esperar, posiblemente avivada por las nuevas
tecnologías, y que en muchos lugares alguien se haya comido simbólicamente un
plátano, ojalá que canario, para alinearse con el jugador del Barcelona que
inició espontáneamente esta cadena reivindicativa, eso sí, espoleado por un
aficionado al que apenas le hemos visto la cara y que quizá no tiene el nivel
intelectual o la cultura necesaria para sopesar su atrevimiento. Al otro lado
del Atlántico, el patrón de un equipo de baloncesto advertía con la boca
torcida a su pareja que no trajera negros a su pabellón. Horas después, se
quedaba sin su club, recibía una multa millonaria y el desprecio de sus propios
jugadores, que depositaron sus camisetas sobre el parqué y desataron otra ola
de solidaridad en un deporte sostenido precisamente por una amplia mayoría de
figuras de esa raza.
Hasta aquí solo cabe celebrar esta reacción
multitudinaria, aunque también puede uno preguntarse si en realidad ahí se
acaba todo y si a partir de ahora vamos a ser todos mejores personas por el
hecho de haber repudiado a ambos personajillos. La respuesta en mi opinión es que
no y que se trata a lo sumo de uno de esos bucles que remontan a una velocidad
endiablada el espacio mediático, que producen consecuencias amargas inmediatas a
sus protagonistas y que, con la misma rapidez, será olvidado al cabo de las
horas.
Pienso que la verdadera xenofobia sigue escalando posiciones en el mundo
en forma de fronteras, vallas y élites cada vez menos numerosas pero más
blindadas que crean los compartimentos estancos que producen el odio y el
desequilibrio no solo ya racial, sino humanitario, cuando no climático, que nos
pone a todos a los pies de los caballos. Creo que la verdadera intolerancia se
hace cada día más fuerte en un planeta en el que la razón ha sido secuestrada sistemáticamente
y relegada a una simple anécdota, como la del plátano de Alves.