La reciente hospitalización del presidente de Argelia,
Abdelaziz Buteflika, de 76 años, en París ha reavivado el debate sobre su legado
y también sobre las opciones que se abren para el país si queda inhabilitado
finalmente para ejercer el cargo por más tiempo. Su afección, un accidente cerebrovascular, es grave y, aunque su entorno trata de restarle importancia,
se suma a la pérdida de popularidad por los escándalos de corrupción que le han
salpicado en sus dos últimos mandatos. Habría que recordar que este político,
que procede del ejército, luchó en la guerra de la independencia de Franciaentre 1954 y 1962 y llegó al poder en 1999, después de posiblemente una de las
épocas más convulsas de esta nación árabe, la larga guerra civil seguida de una
década de batallas contra el islamismo fundamentalista que dejó más de 200.000
muertos entre ambos bandos. El recuerdo de los atentados en la Cabilia y otras
regiones argelinas esculpieron el desánimo de unos ciudadanos que saludaron con
alivio el nombramiento de un civil, como era entonces Buteflika, que emergía
asimismo alumbrado por su paso por la ONU, donde desempeñó la presidencia de su
Asamblea General en 1974. Además, su rastro es permanente porque antes había
sido ministro con el primer jefe del estado, Ben Bella, al que contribuyó a
derrocar a través de un golpe encabezado por el histórico coronel HuariBumedián, con quien volvió al nuevo gobierno surgido de la rebelión, y repitió
con Chadli Bendjedid en 1979, pero esta vez con escasas atribuciones ejecutivas.
Eso sí, Buteflika ha coincidido en la máxima magistratura con uno de los
periodos de mayor estabilidad de Argelia en los últimos 60 años, aunque su
gestión siempre estuvo marcada por la sombra de los militares, hasta el punto
que no pocos expertos consideran que son los que realmente han mandado y
seguirán haciéndolo cuando éste haya desaparecido. Lo cierto es que el país
magrebí, el más extenso de África, es una pieza fundamental en el crítico
equilibrio del norte del continente y forma junto a su vecino Marruecos la
barrera saheliana que frena el islamismo extremista que se mueve por el
desierto. Otra cosa son las relaciones bilaterales de Rabat y Argel,
históricamente hostiles y agravadas por el apoyo de los argelinos al pueblo
saharaui y a sus exiliados en los territorios cedidos de Tinduf, dicen que en
busca de una salida propia al Atlántico. Mientras tanto, hay quienes opinan que
nada cambiará con su marcha porque ha estado demasiado tiempo de “títere” como
para echarle de menos. En última instancia, y llegado el momento, cabe pensar
que los ciudadanos deberán elegir entre los militares que le respaldaron o los
yihadistas, a la vista de donde han desembocado las primaveras árabes de algunos
de los estados cercanos.