Sall y Sanogo


Sendos acontecimientos han marcado la actualidad africana de nuestro entorno en esta semana que ahora concluye, la victoria del opositor Macky Sall en las elecciones presidenciales de Senegal y el casi involuntario golpe de estado de Mali, llevado a cabo por un grupo de militares jóvenes encabezados por un tal Amadou Haya Sanogo. Ambos hechos conforman también las dos caras de la misma moneda que parece recorrer sin acabar de caer, de uno u otro lado, el tapete de la prolongada descolonización del continente negro, inmerso en una amplia trama jalonada de tribalismos, fronteras artificiales, mimetismos, existencialidad y una aparente incapacidad de occidentalización en las formas de Estado y sistemas políticos, que tampoco terminan de cuadrar con el sentido de las tradiciones y civilizaciones milenarias nativas esculpidas en las mentes de muchos de los pueblos que encabezan las listas de los más pobres del planeta.

El arraigo profundo etnocentrista de ida y vuelta y el continuo naufragio de las corrientes de pensamiento que han venido interrelacionando a las muy diversas etnias a través de la figura de los griot y la comunicación oral desde las noches de los tiempos no parecen ser el caldo de cultivo propicio para dar paso a otra manera de concebir la realidad, como la que quiere imponer la globalización trepidante a estas comunidades, que no se suman hoy por hoy con éxito a los mecanismos de los procesos de mercados, a la industrialización progresiva y a la elevación del trabajo como medio de estructuración social y de transversalidad de clases.

Lo cierto es que si, de una parte, uno de los países que mayor fortaleza presenta de estabilidad soberana, como es Senegal, parece dejar atrás los amagos de un ex presidente que, como Abdoulaye Wade, pretendía pervertir la Constitución para eternizarse en el poder, cuando no “abdicar” en su propio hijo Karim; de otra, Mali, posiblemente uno de los estados de mayor confluencia referencial no solo por dar nombre a uno de los grandes y legendarios imperios africanos, el primero en surgir en todo el mundo, sino por erigirse en la excelencia cultural del Occidente continental, parece sumergirse en una ambigüedad política y territorial en la que se mezclan conflictos armados étnicos, como la rebelión de los tuareg, con su indolencia o incapacidad para acabar con los refugios de células salafistas de Al Qaeda en el Magreb, que golpean y se esconden, y su vista gorda con el trapicheo de los tráficos internacionales de armas y drogas.

Por ello, es imposible disociar un asunto del otro, pues están íntimamente ligados en un armazón que bajo las arenas y los bosques recorre el África Subsahariana en base a la unión de familias muy antiguas, ríos de sangre y creencias religiosas, que se han propagado durante miles de años a través de las regiones abiertas, y que todavía hoy permanecen en el inconciente de la mayoría de los africanos, frecuentemente sujetos a una obediencia a la autoridad vertical de sus ancestros.

Es de esperar que tanto Sall como Sanogo depositen, como así lo hizo Sankara, la confianza y el respeto solidario en sus pueblos para seguir sumando peldaños en un desarrollo lento y complejo con que ser autores de una convergencia casi milagrosa que eleve definitivamente ese credo panafricanista de futuro ante el resto de la Humanidad.

La maldición del Sahel


Las organizaciones humanitarias vienen advirtiendo desde hace meses de la hambruna que se produciría este año en la franja del Sahel. La sequía y una terrible plaga de langosta acabaron con las expectativas de la cosecha de la que viven la mayoría de los habitantes de los países que van desde el sur de Mauritania hasta Eritrea, pasando por Malí, Burkina Faso, Níger o Chad, una situación que se agrava con las fuertes lluvias de la estación húmeda que ahora se precipitarán sobre la región y que provocan enfermedades como la malaria, el cólera, la hepatitis o las diarreas.

La alarma no es nueva porque se trata de una de las zonas más áridas del planeta, conformada por un grupo de estados que figuran entre los más pobres del mundo, donde ya de por sí la existencia es muy dura a lo largo de todo el año, pues, entre otras cosas, deben vender sus diezmados cultivos en épocas en que la caída de los precios dejan paupérrimos beneficios, debido a la gran oferta existente en el periodo de recogida, mientras que el escaso ganado que no ha muerto por la ausencia de pastos y agua sirve como contrapartida para adquirir de nuevo lo que se vendió antes pero a precios más caros. Además, las circunstancias son cada vez más graves debido al cambio climático, que hace que las estaciones sean extremas y acaben con las pocas esperanzas de supervivencia de los humanos que tuvieron la mala fortuna de nacer en aquellas latitudes.

Otro de los factores aciagos del presente del Sahel es la crisis financiera internacional, pues los donantes retiran una buena parte de las partidas que en otros tiempos solían otorgar para luchar contra la hambruna crónica de estas comunidades. Las organizaciones de cooperación se desgañitan para recabar las ayudas, pero reciben porcentajes muy por debajo de lo necesario para combatir los efectos del drama. Así, la Cruz Roja ha hecho un llamamiento de emergencia para prevenir que la inanición se generalice en la región, donde unos diez millones de personas están amenazadas por la escasez de alimentos, de tal forma que muchas familias pueden sentirse dichosas por poder realizar una comida diaria a base de millo y agua. El resto está sujeto a la caridad y a la disposición de las agencias humanitarias a llevar cargamentos de provisiones que están costando recabar en los países desarrollados y que seguramente llegarán demasiado tarde.

A todo ello hay que añadir las calamidades que dejan las lluvias torrenciales, que derrumban infraestructuras, anegan las carreteras y destruyen los hogares de miles de familias, aparte de las muertes que causan los accidentes que provocan las incesantes precipitaciones y las epidemias que se ceban con las poblaciones debido a la malnutrición severa de muchas de ellas. Mención especial entre estos estados hay que dedicarle a Níger, el más pobre del mundo y el epicentro de la devastación natural por falta de recursos, donde la patética escasez de existencias presagia una hambruna catastrófica estos meses. Allí, cerca de cuatro millones de personas, el 28% de la población, están afectadas directamente por la inseguridad alimentaria.

Lo que está claro es que año tras año el Sahel es noticia por la extrema pobreza que padecen sus habitantes, una maldición que se produce ante nuestras propias narices, en medio de una indolencia generalizada difícil de comprender en este nuevo siglo que comienza.

Kony 2012


Hay momentos en que concurren hechos insólitos de similar naturaleza que pueden inducir a polarizar la visión objetiva que tenemos de las cosas. Inesperadamente es así, de tal forma que la coincidencia, junto a la velocidad de la comunicación de los sistemas de los que disfrutamos actualmente, no siempre con tiempo suficiente para reflexionar ni contrapuntos para relativizar alcances, derivan hacia una asunción global de lo parcial como universo total abducido por los principios de Murphy.

Digo esto porque hemos asistido estos días a un fenómeno cada vez más llamativo que emana del poder esquizoide de Internet en torno al caso de un personaje que ha sido catapultado desde el anonimato más oscuro hasta la obsesión de la reiteración de la domótica cerebral, es decir, con el concurso de todos, hemos elevado exponencialmente a una figura atípica que existe en África a “trending topic” de las redes sociales, como si de un Justin Bieber o una Shakira cualquiera se tratara. De una parte, el líder del denominado Ejército de Liberación del Señor de Uganda, Joseph Kony, un fanático iluminado que ha pretendido hacerse con el país centroafricano para imponer un régimen basado en los diez mandamientos bíblicos, ha sido proyectado a través de un recurso llamado “meme”, que tiene algo de viral, a una repetición audiovisual insistente que, bajo el epígrafe de “Kony “2012”, alcanza ya los cien millones de clickeos en la red; una operación que cuenta como rendija de enganche la utilización de niños como soldados y niñas como esclavas sexuales para sus campañas guerrilleras. A ello hay que añadir que el Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya también condenó el pasado miércoles a otro reclutador de jóvenes soldados de la República Democrática del Congo, Thomas Lubanga, como criminal de guerra, detenido, eso sí, y procesado por una Corte que, pese a su nombre, no está reconocida por potencias tan relevantes en la escena planetaria como son los Estados Unidos de América, Rusia o China.

Ambos acontecimientos han desenfocado de pronto las otras muchas y diversas realidades del África Subsahariana de signo positivo y monopolizado la imagen todo un continente, con una superficie equivalente a tres veces Europa, 54 estados y más de mil millones de habitantes, a dos rostros y dos historiales mezclados con muchas imágenes superpuestas de niños y niñas a un ritmo trepidante en los ordenadores de otros tantos millones de internautas que asisten desde sus sillones a todo ese galimatías de planos secuenciales manipulados por las nuevas tecnologías. África es hoy, por tanto, y como consecuencia, tierra de niños soldados y de criminales como Kony y Lubanga. No hay tiempo para más.

Con el recuerdo de la última guerra de los Balcanes entre 1991 y 2001, con sus correspondientes matanzas étnicas y desastres humanitarios de todo tipo y los también procesamiento por parte del TPI de personalidades occidentales tales como Milosevic, Karadzic o Mladic, quiero romper una lanza por la estabilidad y evolución de una parte muy importante de la Humanidad que, en modo alguno, responde a ese cliché en blanco y negro que algunos quieren dejar sobre la mesa como santo y seña de unas civilizaciones que ni tan siquiera nos hemos esforzado por comprender desde nuestros cómodos parapetos y tras los mandos de un control remoto tan mimético como el hormiguero que habitamos.

Democracia


De las elecciones recientes en Senegal podríamos sacar muchas lecturas, pero yo destacaría, ante todo, la madurez de un pueblo que aspira a consolidar una de las democracias más antiguas de África. Atrás quedan ahora las revueltas callejeras y las ocho víctimas mortales de una campaña marcada por la pretensión del todavía presidente, el conservador del Partido Democrático Senegalés (PDS) Abdoulaye Wade, de repetir un tercer mandato ante una Constitución que él mismo modificó para que ningún jefe de Estado abarque más de dos legislaturas.

Las urnas dictaron sentencia el pasado domingo, de tal forma que El Viejo, que es como llaman a Wade (85 años) sus compatriotas, ha visto menguar sus expectativas de llegar al umbral de la victoria con el 50% de los votos y se ha tenido que conformar con un 34,82% que le obliga a pugnar en una segunda vuelta con su inmediato seguidor y ex primer ministro durante varios ejercicios, Macky Sall, quien alcanzó un 26,57% de sufragios, seguido de Moustapha Niasse (13,20%), del Bennoo Siggil Senegaal (Salvar el Honor de Senegal); del socialista Ousman Tanor Diong (11,7%), y de otro de sus ex hombres fuertes, Idrissa Seck (7,5%).

Se abre así una apasionante carrera en pos de reunir los avales suficientes para que esta figura histórica de la política del país cercano salga de su más alta magistratura, si no por la puerta grande, al menos de la forma más digna posible, aunque muchos observadores esperan todavía alguna maniobra postrera de una personalidad que ha manejado la astucia como uno de los pilares de desgaste y reducción de cualquier otra alternativa a su casi regia y larga permanencia en el poder.

Por lo pronto, su ex discípulo Sall ya se muestra como inminente sucesor con una solidez y contundencia sorprendentes a las pocas horas de conocerse los resultados definitivos, lo que atraerá, sin duda, al resto de votantes minoritarios de los otros dos candidatos siguientes. El ahora principal oponente prevenía de inmediato a los ciudadanos para que estuvieran vigilantes en estas dos semanas probables que restan para la nueva consulta y evitar amaños en los colegios electorales, mientras anunciaba medidas de gran calado si gana, como la reducción de los gastos del ejecutivo y de los miembros del gabinete ministerial, el establecimiento de cada legislatura en cinco años, frente a los siete vigentes, y el abaratamiento de los productos básicos, entre otras propuestas.

Las posibilidades de Wade pasan por movilizar en tan poco tiempo a un electorado cada vez más reacio a permitir los clichés de su última etapa, que han dejado la huella indeleble de un estamento gubernamental enriquecido, corrupto y alejado de las necesidades de un pueblo empobrecido, mientras desfilaban ante sus ojos dispendios colosales y megalomanías, como la de la enorme estatua del Renacimiento Africano. Además, sus intervenciones en la campaña, minimizando las protestas y a las víctimas de los enfrentamientos como una “ligera brisa” que remitiría fácilmente, le han dejado finalmente en la estacada y muy deteriorada su imagen de esfinge intocable.

Confío plenamente en que los senegaleses culminarán este pulso y harán gala de esa conciencia cívica desplegada a lo largo de estos días, a pesar de los pesares, para retomar de nuevo su historia, tras más de medio siglo de independencia, distinguida como la de una de las naciones más estables y avanzadas del continente vecino.