Fuga de cerebros





Uno de los retos más importantes a los que se enfrenta África en la actualidad es frenar la fuga de sus cerebros. Se calcula que unos 20 mil profesionales cualificados abandonan cada año el continente, con lo que sus países se quedan sin médicos, enfermeros, economistas, ingenieros, informáticos, profesores universitarios y los maestros que necesita para salir del subdesarrollo en el que se encuentra. Los jóvenes ya no creen ni en sus dirigentes ni en las posibilidades de sus lugares de origen y más de 300 mil titulados superiores ejercen en cualquier otra parte del planeta. Según datos del Banco Mundial, en algunos estados el índice de emigrados supera el 50 por ciento de la población, tal como ocurre con Cabo Verde, Gambia o Sierra Leona. En Sudáfrica, el 37 por ciento de sus médicos y el siete por ciento de sus enfermeros trabajan en Alemania, Australia, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña o Portugal y, según la Organización Mundial de la Salud, hay 38 países con escasez crítica de personal sanitario, sumando un déficit de 2,4 millones de médicos y enfermeros. Son, por ejemplo, menos los médicos nigerianos que prestan sus servicios en Nigeria que en EEUU, que también da trabajo a otros 700 galenos ghaneses. En Malawi, sólo el 5 por ciento de los puestos para especialistas están cubiertos. Aunque el sector sanitario es el más afectado, informes de expertos señalan que el déficit presente de pensadores e intelectuales entorpece el avance de África hacia los buenos gobiernos, una mejor democracia y un mayor respeto por los derechos humanos, y que de esta manera no será posible, ya con toda seguridad, alcanzar los Objetivos del Milenio propuestos por la ONU para reducir la pobreza a la mitad para el año 2015. En cuanto al campo de la enseñanza, este fenómeno agrava el nivel de deterioro de la formación de los jóvenes, con lo cual aquellos que no tienen dinero con que pagar los costosos estudios fuera del continente deben quedarse y recibir los conocimientos insuficientes que imparten un puñado de profesores que no cuentan, en muchos de los casos, con el material de apoyo necesario para una educación de calidad. Que algo está fallando en África es evidente, porque se trata del continente con más recursos naturales del planeta y ofrece magníficas perspectivas económicas a países como China y la India, que demandan importaciones ingentes de materias primas para mantener su crecimiento. Asia recibe ya el 27 por ciento de las exportaciones africanas, cifra que en el año 2000 no pasaba del 14 por ciento. De esas partidas, el 86 por ciento son petróleo y minerales. La paradoja está servida una vez más si se tiene en cuenta que las grandes potencias quieren invertir allí y los jóvenes africanos se ven forzados sin embargo a abandonar sus lugares de origen. A la diáspora se une el desinterés de los gobernantes locales, a quienes incluso les produce alivio quitarse de encima un problema que amenaza con crear tensiones dentro de sus estados, debido a la capacidad crítica de los intelectuales y profesionales cualificados con la gestión de unas políticas planteadas para conservar el poder de los clanes de las clases dominantes y el de sus allegados, otro de los aspectos que esta frenando el avance político, económico y social de la mayor parte de los países africanos. A medida que la clase media se desmorona y contribuye cada vez menos a la recaudación fiscal, al empleo y a la sociedad civil, el continente se expone a ver como sus habitantes se empobrecen cada vez más. La Comisión Económica para África ha advertido recientemente que los gobiernos tienen que asegurar que los especialistas permanezcan en sus países porque, de lo contrario, en un plazo de 25 años, se quedarán sin potencial capacitado para llevar a cabo las urgentes reformas que necesitan para superar la pobreza y el subdesarrollo.