Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar

El conflicto eterno

Independientemente del desenlace de la crisis originada por el asalto-desastre del Ejército hebreo a la “Flotilla de la Paz”, promovida en Turquía para llevar ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, habría que decir que se trata desgraciadamente del enésimo episodio del sempiterno combate árabe-israelí en Oriente Medio; una historia que se remonta a tiempos bíblicos, en una cadencia traumática que siempre ha tenido al pueblo de Sión como recurrente protagonista desde la fundación del primer reino de Israel, hacia el año 1300 antes de Cristo.

La comunidad palestina viene padeciendo no sólo una forma de genocidio por parte de los judíos, que regresaron a la tierra prometida después de haber sido perseguidos en medio mundo, sino que se ha convertido en la víctima propiciatoria de la necesidad imperiosa del llamado Pueblo de Dios de poseer un territorio propio donde reunirse y protegerse tras la diáspora producida por los sucesivos hostigamientos árabes, que les empujó al mar y les llevó finalmente a huir a Europa, donde miles fueron exterminados en los campos de concentración y las cámaras de gas nazis, en lo que hemos llegado a conmemorar con el triste nombre del Holocausto.

Además, a lo largo de los últimos 80 años, estos árabes acorralados en Gaza han sido vendidos y utilizados por los países hermanos de raza y religión, que buscaron intereses propios en las repetidas batallas que mantuvieron a un solo golpe contra la enrocada Israel, que se defendió como un gato panza arriba para poseer y retener su propia patria. De esta manera, Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano han sido igual de responsables que los propios hebreos del estrangulamiento palestino.

En el devenir del complejo y caprichoso guión, Israel había aceptado el Plan de Partición de Palestina negociado por las Naciones Unidas en 1947, que otorgaba proporciones razonables de la región a ambas partes, y la posibilidad de reconocer el derecho de Palestina a constituirse como Estado, pero fueron los árabes los que rechazaron la iniciativa y provocaron un conflicto sostenido que ha cambiado de forma y de configuración geográfica varias veces a lo largo de sucesivas guerras, tan cortas como numerosas, y que han tenido como telón de fondo el sufrimiento de los refugiados palestinos, unos refugiados que fueron reconocidos, nacionalizados y protegidos en numerosas ocasiones por el propio Israel, pero no por el resto de los países árabes del entorno dentro de sus propias familias y fronteras.

La comunidad internacional, por su parte, no ha sabido ponerse en su sitio y se ha aliado con puntuales intereses, para desautorizarse una y otra vez frente a una lucha fraticida que amenaza con convertirse en eterna, con la paradoja de que esa parte de la cuenca mediterránea donde se originó la civilización moderna permanece en una situación anacrónica, generadora de odios que se retroalimentan y que mantienen a la razón como rehén de un rosario de justificaciones dislocadas, porque cuando no es la causa hebrea la que se impone como una apisonadora, son los terribles atentados integristas de Hamas los que escandalizan al mundo, eso sí, con mucha sangre y una desesperación a estas alturas irreparable.