El callejón del comercio


Si hay un aspecto que se torna delicado cada vez que se habla del continente vecino ése es, sin duda alguna, el comercio, circunstancia por la cual quizás nuestras eventuales prospecciones mercantiles nacen teñidas de antemano del tabú maldito de la explotación del nativo, posiblemente originado por las colonizaciones que las potencia europeas ejercieron en los pasados siglos XIX y XX en una África todavía virgen de fronteras estatales, tal y como las conocemos hoy en día. Los abusos de poder y de la fuerza de trabajo, llevadas entonces hasta la esclavitud, como también ocurrió con la conquista del Nuevo Mundo por parte de España, han dejado una huella indeleble en nuestras conciencias para siempre.

Lo cierto es que da la impresión que en pleno siglo XXI nuestros empresarios deben andar con pies de plomo a la hora de emprender sus campañas, con un escudo en una mano y el esfuerzo y sacrificio personal en la otra, para no enfrentarse a la mala prensa generada por una pléyade de activistas y organizaciones no siempre bien identificadas, al socaire de una militancia rancia y mimética en pos de unos derechos humanos que nadie sabe cómo defender pragmáticamente.

Reconozco que llevo mucho tiempo rumiando esta paradoja en la que estamos empantanados, después de haber formado parte de algunas misiones comerciales realizadas por las Cámaras de Comercio canarias y conocido el trabajo de campo que llevan a cabo tanto sus responsables como aquellos de nuestros emprendedores que reúnen el suficiente valor para aventurarse a abrir nuevos caminos a nuestra economía; un modelo que, a nadie se le escapa a estas alturas, pasa por importantes dificultades y pide a gritos nuevos horizontes productivos.

Quizás sería útil recordar a esa conciencia reaccionaria, no siempre bien intencionada y despejada de prejuicios, que seguramente los primeros comerciantes conocidos y colonizadores de los que tenemos noticias procedían allá por el siglo XI a. C. precisamente de un pueblo de historia africana que creció en los límites de nuestro continente más cercano, como fueron los fenicios, establecidos en lo que actualmente conocemos como Oriente Próximo, quienes llevaron por todo el Mediterráneo no sólo sus productos, sino también su cultura, la que ha dado pie en una nada desdeñable medida a lo que hoy es la civilización que nos otorga nuestra identidad europea.

Parece ser que la imagen que se posa al final de los empeños empresariales canarios es la de una horda de negreros que ven en los países vecinos la tierra prometida, aquella de los ríos de leche y miel bíblicos que manaban espontáneamente de la naturaleza, y no la de unos exploradores que tienen que adaptarse a las condiciones de unas comunidades empobrecidas y a unas idiosincrasias no siempre cómodas ni estructuradas para las rentabilidades inmediatas.

Mientras tanto, sí que hay otros agentes que penetran en África y aprovechan el crecimiento sostenido de la mayoría de sus países para hacer negocios, porque son muchos millones de consumidores que emergen en base a las grandes riquezas de sus territorios, y llevar sus respectivos avances allí, donde hacen falta, de tal forma que posiblemente pronto los africanos hablen más chino, hindú o carioca que español, tras unas alianzas crecientes que nos alejan cada vez más de nuestras oportunidades geoestratégicas.