El puente caboverdiano


Si afirmo que Canarias está en suspenso, parada, espero que nadie se rasgue las vestiduras. Si digo que el planeta no se va a detener para que tomemos decisiones, es una realidad contundente que ni vale la pena argumentar. Si además aseguro que el Archipiélago está perdiendo a pasos agigantados oportunidades estratégicas históricas respecto a la configuración económica del mundo y que aparentemente el mimetismo, la bisoñez y la ramplonería se han asentado en nuestras proyecciones de futuro, estoy simplemente aproximándome al escenario en el que nos movemos.

Es un hecho de actualidad que el sur internacional evoluciona en estos momentos a una velocidad impensable apenas hace un lustro y que grandes regiones, como las sudamericanas, están emergiendo de una forma contundente e imparable en los mercados globales. Ejemplos como el de Brasil, Argentina o Chile, o en Asia, como el de China o la India, son ya tan evidentes como ineludibles, potencias nuevas que buscan nuevos caminos para afianzar sus producciones y avances y, qué curioso, en las que uno de sus objetivos prioritarios comunes mira reiteradamente hacia el continente de aquí al lado.

En ese camino de expansión en el Atlántico Sur, entre ambas orillas, están nuestras islas y, sobre todo, las de Cabo Verde, otro de los fenómenos llamativos en cuanto a desarrollo se refiere, pues se trata de un joven estado que, con tan solo 450.000 habitantes, se erige con suma rapidez en ese puente geoestratégico concurrente para unir las necesidades africanas a la pujante internacionalización iberoamericana, precisamente porque se encuentra a escasas tres horas de vuelo y a tres días de navegación de la localidad carioca de Fortaleza y a 500 kilómetros del gran puerto de Dakar, en Senegal.

Además, por si faltara algo, Estados Unidos invierte en estos momentos fuertes sumas de dinero en ampliar y dotar de infraestructuras portuarias a su capital, Praia, a través de su iniciativa “El reto del milenio” (Milennium Challenge), tan interesado como está en no quedarse fuera de la carrera por los recursos naturales y consumos que ofrece una África cada vez más liberada de neocolonialismos moralizantes e interesados, al margen de las consideraciones éticas que queramos reivindicar, condimentadas, eso sí, con que el bienestar social y las comunidades sostenibles con porvenir pasan de forma incuestionable por sus niveles de solvencia y capacidades para aprovechar las expectativas de intercambio y enriquecimiento mutuo del orbe del siglo XXI. A todo ello es preciso añadir que el archipiélago vecino cuenta ya con cuatro aeropuertos internacionales y que su industria turística es hoy el boom que huye gradualmente de Canarias desde hace años, coyunturalmente revitalizado por las revueltas del Norte africano.

Quizás deberíamos preguntarnos a estas alturas, en vista de que esta columna no da para más, por qué esas grandes corrientes mundiales nos están dejando de lado, aunque intuyo que mucho tiene que ver con nuestras ambigüedades, prodigadas también por la complejidad en la que se mueve Canarias políticamente en relación con un estado español autista respecto a África y una Unión Europea lejana, algo que Cabo Verde, como república independiente, no tiene que sufrir en su decisiones nada entretenidas hasta la fecha en endogámicas discusiones programáticas de salón.