Tambores en Azawad


Las derivaciones de la invasión del norte de Mali por fuerzas islamistas radicales parece que no terminan de ser enfocadas ni por parte de los organismos panafricanos ni por las agencias multilaterales internacionales. Cierto que la escena ha estado condicionada también por los continuos trueques de poder en su capital, Bamako, bajo la férrea vigilancia del capitán golpista Sanogo, y una calma tensa a la espera de una intervención militar que no llega, aún tras el pronunciamiento del pasado jueves del Consejo de Seguridad de la ONU, que la autoriza pero con reservas, porque entiende que una acción directa puede provocar el éxodo de cientos de miles de refugiados. El dictamen emerge además desvitalizado por las dudas sobre la inminencia de su aplicación lanzadas poco después por el presidente francés, François Holland, mientras que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) no puede, ni debe, actuar unilateralmente, porque no cuenta con el potencial bélico suficiente para emprender una campaña incierta contra unas milicias difíciles de identificar, ubicar y combatir en ese desierto, el del Sahel, que atraviesa todo el continente. Tampoco las potencias occidentales se han mostrado muy decididas a apoyar los ataques sin calcular bien sus consecuencias reales, salvo la propia Francia o Alemania, que defienden la operación para “evitar una nueva Somalia”, frente a la tónica general de reticencia, como la de los Estados Unidos, o de tibieza, como la de la propia España, que solo pretende cooperar para instruir a los militares locales. Sí que se revela a estas alturas evidente que el Azawad puede convertirse en una encerrona para cualquier movimiento de liberación, porque es la desembocadura de todo el reguero fundamentalista que ha ido eclosionando desde el este y en el que confluyen elementos de diversas cataduras, desde salafistas a mercenarios bien entrenados, empleados en regímenes altamente militaristas, como el de Libia, y que ahora manejan una gran parte del arsenal de Gadafi. En cualquier caso, no se trata ya de ciudades, carreteras, edificios y fortines, sino de territorio abierto en el que las entradas y las salidas no están determinadas, al igual que el objetivo a batir, el ejército enemigo, una agrupación de hordas que van y vienen alimentadas por un caudal conformado por miles de fanáticos de la Yihad. La cuestión es si la espera corre a favor del equilibrio de esa región, tan cercana a Europa y a Canarias, o si este silencio al que asistimos precede al ruido de los tambores de guerra santa contra los cantos a la democracia o las falsas esperanzas de evolución, como la Primavera Árabe.

Milagros aéreos


He cogido al “vuelo” una noticia de esta semana que habla de los grandes avances en navegación aérea de varios países del continente vecino porque no podía ser de otra manera: los africanos van adquiriendo mayores cotas de bienestar social y de seguridad en todos los sentidos a medida que caminan en bloque hacia el desarrollo de forma generalizada. Al mismo tiempo constato que el debate de un tercer mundo perenne caduca a cada instante que pasa, dada la rápida evolución de los procesos y las proyecciones tecnológicas en todas las direcciones. Junto a ello habría que consignar también que el occidental suele padecer cierta miopía recurrente en cuanto a la percepción de África se refiere, pues para muchos es solo un país, el de la negritud, cuando en realidad se trata de un conjunto de 54 estados, con mil millones de habitantes, de etnias muy distintas, que pueblan una superficie global equivalente a tres veces y media la de Europa. Así es que cuando un avión se accidenta ocasionalmente, como así ocurre, lo hace como excepción a las miles de operaciones diarias que tienen lugar en todo ese enorme territorio, eso sí, con multitud de aparatos viejos, entre ellos muchos rusos, que navegan sin apenas mantenimiento y con una vida muy larga de servicio en sus motores, sobre todo en las regiones más pobres. La primera vez que pisé suelo africano fue el del aeropuerto de Accra, destino de un periplo de más de 12 horas de avión, un ATR fletado por las Cámaras de Comercio canarias desde Gando hasta Ghana, con una escala en Dakar para repostar. Ese fue mi bautizo aéreo en el continente cercano, donde las rutas interiores son comparadas con el salto del saltamontes y en las que las puntualidades simplemente no existen, por lo que las terminales a menudo se convierten en abigarrados dormitorios comunes para los viajeros que esperan sus conexiones durante horas e incluso días. Después tuvimos que trasladarnos a la vecina Costa de Marfil, hacia donde partimos en un aparato de las líneas ghanesas, un reactor en el que ya se asume la aventura tan solo con caminar por su pasillo lleno de migas y otras pequeñas huellas de la indolencia africana. Doy fe que respiras muy aliviado cuando esa misma nave aterriza tras un trayecto sorprendente en que el asiento se precipita hacía el fondo de la cabina durante el despegue y te has pasado todo el tiempo, si no rezando, entretenido contando la cantidad de agujeros sin tornillos de sus paneles, casi sueltos, o empapado por la gota del aire acondicionado que no para de caer sobre tu cabeza. Comprendes que en realidad volar es más seguro de lo que parece y que África es un milagro diario que acontece sin que nadie parezca darse cuenta de ello.

Periodistas


He insistido siempre en que en la vanguardia del acercamiento real de Canarias al continente más próximo debería estar presente la información como punta de lanza de esa supuesta aspiración africanista que, hoy por hoy, no termina de cuajar. Asumimos los que miramos hacia allí que en pleno siglo XXI, el de las comunicaciones, la distancia mental con la que vivimos en las islas de unos territorios que están al alcance de barquichuelas es cuando menos desproporcionada y estimamos que de nada sirve desplegar todos los discursos razonados, las inauguraciones de salones sectoriales, misiones comerciales u otras acciones de las patronales si los esfuerzos institucionales no están bien dirigidos, porque es posible que hagan agua como las pateras, o al menos no rentabilicen adecuadamente las inversiones puestas en juego, lo cual es un desperdicio sobre todo en estos tiempos de crisis. Por ello quiero traer a estas líneas un hecho singular, un acto esperanzador como pocos en el transcurso estos años de pequeños pasos africanos en el Archipiélago. Hablo de la jornada que, bajo el epígrafe de “África para periodistas”, acogió esta semana la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna, un simposio al que tuve la suerte de asistir para oír hablar a varias figuras ya muy reconocidas del corresponsalismo africanista canario, nacional e internacional. La cita, que hay que agradecer a Acción Exterior del Cabildo de Tenerife, a través de la AECID, junto a la ULL, fue todo un despliegue de argumentos evidentes a través de exposiciones magistrales que a mí, personalmente, me dejaron con ganas de más, de mucho más. Y es que pienso que es la sociedad canaria la que debe protagonizar el proyecto de situarnos en el lugar que objetivamente nos corresponde, como región ultramarina, como comunidad oceánica europea circunscrita a otro continente del que parece que queremos escapar sin tener claro por qué, cuando se revela como el ascendente que todo el planeta quiere reivindicar. Sí, sí que sentí que era muy útil inculcar a los futuros periodistas la mirada de África para que se sientan atraídos por unos países que nos ofrecen un salto espectacular hacia la cuna de la Humanidad y una diversidad difícil de imaginar sin pisar su suelo, cargado de trazas milenarias. Sí que desee que nuestras Universidades, instituciones públicas, organismos empresariales y ciudadanos caminaran hacia ese porvenir que pasa, inexorablemente, por un nuevo mundo que nos tenemos que inventar, por lo que espero que, junto a los grandes profesionales que contaron sus experiencias, surjan otros nombres desde las aulas canarias que nos ayuden a enderezar el rumbo de unas islas que navegan sin moverse del lugar.

Qantara


Semana africana la que hemos tenido en Tenerife con la celebración del Salón Atlántico de Logística y Transportes, SALT 2012, una cita anual destinada a comprobar el músculo de las apuestas estructurales de Canarias para afrontar lo que vislumbran algunos, entre los que me encuentro, como reto histórico. Y lo es, a mi parecer, porque el porvenir de las Islas, en medio de estas sombras (¿chinescas?) alargadas de la crisis con las que nos despertamos a diario, pasa cada vez más por aprovechar las capacidades de una región que, hoy por hoy, solo tiene su situación geográfica, con sus correspondientes características territoriales, como aval que poner encima de un tapete internacional muy globalizado y competitivo en cuanto a las pujanzas económicas y financieras se refiere. La clave de esa tesis depende del despliegue de esfuerzos que están haciendo tanto las instituciones como nuestros empresarios para estar a la altura de las circunstancias en un inmenso tablero de ajedrez de tráficos oceánicos y tránsito de intereses multilaterales que, en el presente, en el siglo de las comunicaciones, pivota hacia el continente del pasado y del futuro, el del origen de la Humanidad, el que más crece en todo el planeta y en el que, por fin, parece haberse fijado España, a la que supongo, como en la mili, curada de su torticolis carpetovetónica crónica que le impedía mirar hacia estas latitudes de infieles. Lo cierto es que, obviando nuestros nutrientes turísticos de siempre, cada día más cuestionados en su modelo y por el despertar de un nuevo mundo, con destinos emergentes similares, sí que va ganando adeptos la otra vía con la que se cierra el círculo de los recursos locales, África y sus potencialidades, de las que Canarias puede, y debe, beneficiarse como enlace de esos grandes movimientos hacia las regiones cercanas. La proyección es tal que nuestros estrategas miran ya más allá de América, a la espera de la consecución de la ampliación del Canal de Panamá para estrechar las distancias con el auténtico polo del desarrollo económico actual, los gigantes asiáticos. Por aquí, mientras tanto, nuestra Comunidad parece seguir haciendo los deberes, en la medida de sus posibilidades, con nuestro vecino más inmediato, Marruecos, principal socio español en toda África, a través de un proyecto de convergencia europeo llamado Qantara, una iniciativa destinada a consolidar el Archipiélago como agente de la UE en sus intereses con el aliado por excelencia de Occidente en esta parte del continente. Admito que Qantara suena exótico, pero convendrán ustedes que su origen está a menos de un centenar de kilómetros de nuestros hogares. Como ir al Sur y volver.

Estrategias


Parece ser que cada día están más claras las nuevas directrices españolas en torno a un mayor protagonismo empresarial en las acciones en cuanto al continente vecino se refiere. La tesis del golpe de timón en las políticas africanas es obvia si además tenemos en cuenta que, de los recortes que debía ejecutar de su presupuesto el Ministerio de Asuntos Exteriores durante el presente ejercicio, el 90% recayó sobre las ayudas de cooperación al desarrollo, que llegaron a su cúspide, ejemplar para muchos países occidentales, en 2008, en plena frontera entre el edén de Zapatero y los abismos tenebrosos de la crisis estructural actual. Esos recortes tuvieron efectos colaterales inmediatos en lo que hasta entonces fue el catalizador de las expectativas de relaciones culturales y sociales en el continente vecino, un buen tajo en las velas de ese trasatlántico erguido que fue hasta la fecha Casa África, ubicada simbólica y físicamente en un edificio noble y bien remozado de Las Palmas, y que ahora ofrece el alquiler de sus salas para la celebración de actos privados. Todavía resuenan las palabras del secretario de Estado de Exteriores, Gonzalo de Benito, la semana pasada en el Senado, en las que proclamaba que la responsabilidad de este tipo de centros tiene que ser asumida "poco a poco por la sociedad civil", es decir, que comienza, a mi entender, el desmantelamiento de un proyecto que, con una andadura de apenas poco más de un lustro, iba a reforzar el papel de Canarias en su continente natural. Y no es que esté en contra de esa estrategia de rentabilización de los esfuerzos estatales hacia África, porque es la que aplica el resto de países europeos, encabezados por Francia y su aciaga françáfrique o Portugal, que gestó la lusofonía africana en los siglos precedentes de tal forma que ahora sus parados emigran en masa hacia la media docena de naciones que hablan esa lengua; o los gigantes asiáticos, con las omnipresentes franquicias chinas e hindúes en la mayoría de las grandes capitales subsaharianas. Lo que está claro es que las regiones cercanas al Archipiélago están creciendo de forma sostenida y una prueba de ello son los presupuestos generales de Marruecos para 2013 con una previsión del 4,5% de incremento de su PIB, un estado que acoge en lo que va de año un aumento de la inversión de las pymes españolas en torno a un 20%, con unas 700 instaladas ya en su territorio, y donde comienzan a triunfar decenas de empresarios y profesionales de las Islas, con el claro ejemplo de un grupo de arquitectos santacruceros que lleva a cabo el plan general de ordenación del Gran Agadir, con una superficie equivalente a toda la isla de Tenerife. 

Marionetas




Con el asesinato del embajador de Estados Unidos esta semana en el consulado de Bengasi (Libia), no se sabe si jubiloso ahora como mártir a la izquierda o a la derecha de Mahoma, un nuevo embate radical amenaza con encender el polvorín islamista del Norte de África y Oriente por enésima vez. Tanto es así que el reguero ya se ha extendido a Egipto, Túnez, Sudán o Yemen, entre otros países que se encuentran en el corazón de una gran región contaminada por las desavenencias coránicas eternas, el cerrojo extremista, la pobreza generalizada y, como en este caso, la riqueza de sus recursos naturales. No obstante, la llama ha permanecido siempre avivada por el choque de fuerzas derivadas del equilibrio crítico del estado israelí en medio de la bancada árabe, un puño hebreo que se proyecta cada vez más hacia la tierra de los ayatolá, Irán, el actual paladín del “Imperio del Mal”, término simplón acuñado por el ex presidente norteamericano Ronald Reagan para referirse a todo lo que no comulgaba con la voracidad hegemónica del supuesto “Imperio del Bien”.
Sin embargo podemos apreciar ya con perspectiva cronológica que el desalojo de Gadafi y la intervención de la OTAN, previo apoyo a las facciones opositoras al régimen de Trípoli, fue un error de cálculo tal como se perpetró, como también lo fue la guerra de Irak o va camino de serlo la estrategia internacional respecto al infierno presente de Siria, porque se afronta de nuevo un problema complejo con acciones de fuerza que no promoverán la paz entre las tribus, clanes o ramas religiosas que sí convivieron en la antigüedad en una relativa armonía por sucesivas alianzas locales. Además, la experiencia nos anuncia que la salida del poder de Al Assad tampoco dará lugar a ninguna tregua, sino a un escenario de luchas urbanas y atentados como los que sacuden constantemente a los ciudadanos iraquíes o a la indomable Afganistán en una guerra de guerrillas imposible de parar con las armas del primer mundo.
Lo cierto es que el avance lento pero inexorable del salafismo está abonado por el aislamiento económico y cultural de una confesión religiosa que representa en su totalidad a la quinta parte de la población del planeta, cuyas carnes se abren periódicamente por las maniobras interesadas de las grandes potencias que, como Estados Unidos, buscan el petróleo de las entrañas de sus territorios a través de graves episodios como la otrora nefasta guerra de Somalia.
Ahora Washington atribuye la muerte de su embajador, precisamente el día que el país conmemoraba el undécimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas, no al documental satírico sobre el profeta emitido en EEUU y del que hablan los sublevados, sino a una maniobra bien planeada por elementos fundamentalistas contra su delegación, por lo que se ha apresurado a enviar dos buques de guerra y medio centenar de marines “antiterroristas” a Libia para apuntalar, es de suponer, una nueva contienda de la que muy probablemente saldrán trasquilados como en Mogadiscio o Bagdad, eso sí, después de causar estragos severos a la población.
Estos días las imágenes del entusiasta diplomático Stevens, asesinado y zarandeado por una turba de activistas en Bengasi, han dado la vuelta al mundo y, qué quieren que les diga, a mí me han recordado a las de Gadafi o Sadam en idénticas circunstancias, un bucle recurrente de una existencia en la que el ser humano parece ser solo una simple marioneta para todas las partes.

Fundamentalismos


Todavía con los ecos de la repatriación de los cooperantes españoles desde los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, crece la preocupación por el alcance del avance extremista islamista en el continente vecino. También cobran consistencia los argumentos del Ministerio de Exteriores para justificar su intervención con indicios netos de posibles nuevos secuestros de compatriotas tras la liberación de los dos jóvenes que retuvo durante nueve meses una facción salafista en el norte de Mali, un país escindido en dos mitades, una de las cuales, la más cercana a Canarias, fue ocupada por milicias fundamentalistas procedentes de la diáspora libia originada por la intervención de la OTAN, que acabó con el apaleamiento, empalamiento y muerte de Gadafi.Y es que da la sensación de que la comunidad internacional comienza a comprender la magnitud del problema después de los fiascos de Irak o Afganistán, y en ciernes el de Siria, y los efectos de retroceso en los estados en los que se ha producido el relevo desatado por la Primavera Árabe, que han dado paso, en el primer caso, a una sucesión imparable de atentados sangrientos, a cada cual peor, o la irrupción en los parlamentos soberanos de partidos musulmanes inspirados en las lecturas más recalcitrantes del Islam, en el segundo. Todo apunta a que Occidente empieza a ser consciente, por fin, de que una corriente muy potente de creencias atávicas, que vienen directamente de la muerte del profeta Mahoma (S.VII), y sustentadas en la lucha por su legado en tres grandes ramas, suní, chií y jariyí, se retroalimenta con una energía que parece venida del más allá y no retrocede ante ningún poderío militar, puesto que este fanatismo religioso no asume la muerte como un final definitivo, sino como el acceso a los paraísos prometidos por el Corán a los héroes de la Yihad.Un ejemplo del extremismo de estos guerreros barbudos lo tenemos en los enclaves del desierto maliense Gao, Kidal y sobre todo Tombuctú, ciudad mítica del cruce de caravanas y faro de la cultura antigua del poniente africano, a unos 1.700 kilómetros de las Islas, donde esta misma semana lapidaban, es decir, ejecutaban a pedradas, a una pareja de residentes que convivía sin estar casada junto a dos hijos frutos de esa relación, o semanas atrás con el ataque y destrucción de muchos monumentos y mezquitas emblemáticas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad. Ante este panorama, Europa ha reaccionado con la puesta en marcha de su primera misión militar en el Sahel, el inmenso pasillo arenoso que no solo representa el escenario de la hambruna más inquietante del planeta, sino el territorio sin dueño en el que transitan hordas indeterminadas de guerrilleros, mercenarios e iluminados pertrechados hasta los dientes con sofisticadas armas procedentes de las grandes industrias internacionales, entre ellas algunas españolas, cuyas producciones, lejos de remitir, aumentan y se venden a países de muy dudosa reputación. En última instancia, se me ocurre que este fundamentalismo de la noche de los tiempos, que hunde sus raíces en la pobreza e inanición de los pueblos, se enfrenta ahora con otro propio del primer mundo llamado capitalismo, que convive a través de su tecnología con la certeza de una asimetría inhumana y que, lejos de atajar a través de riegos económicos, pretende acallar, de forma ilusa, con la fuerza de sus ejércitos.

Agua bajo el desierto (Sahel)



Los llamamientos internacionales por la emergencia humanitaria que se produce en esa gran franja entre el Sahara y la sabanas del Golfo de Guinea y el África Central llamada Sahel, debido sobre todo a la sequía derivada de la escasez de lluvias, han marcado una parte relevante de la actualidad del continente en las últimas semanas. El drama que afecta de lleno a unos 15 millones de personas en estos momentos es una incómoda bola que no puede ocultarse bajos las arenas del desierto, resaltado por el testimonio in situ de un número exiguo de cooperantes, si se tiene en cuenta la magnitud del problema, que luchan por paliar la situación con herramientas limitadas y en ámbitos de precariedad absoluta.

Por eso llama la atención la primicia que saltaba el pasado martes en algunos medios de comunicación que aseguraba que investigadores británicos han completado un mapa subterráneo de África que evidencia la existencia de una inmensa reserva de agua equivalente a 100 veces la que se encuentra en la superficie, de la que una porción importante coincide precisamente con algunos de los puntos más calientes de esa zona estéril de la que hablamos, una paradoja si se quiere diabólica cuando además hemos sabido que en muchas cotas está a tan solo 25 metros de profundidad.

Parece ser que, según los expertos, hace unos 2.700 años los territorios saharianos fueron un gran vergel con numerosos lagos que gradualmente fueron secándose y dando paso al desierto, tal y como lo conocen hoy en día una docena de países, si bien aproximadamente la mitad de la masa hídrica descrita en el estudio data de hace unos 5.000 años de antigüedad, un aspecto que no parece constituir a priori un obstáculo para que pueda ser utilizada en el consumo humano o para el riego de cultivos destinados a desterrar la hambruna tan recurrente en estas latitudes.

Lo cierto es que ahora se abre este escenario que apunta a que los recursos para transformar una de las regiones más pobres y necesitadas del planeta está al alcance de la mano, eso sí, no de estos colectivos primitivos locales, sino de un primer mundo que hasta la fecha se ha conformado con promover una caridad que ha resultado ser pan para hoy y hambre para mañana. Ahora sabemos que es posible que con la simple construcción de pequeños y sucesivos pozos pueda aflorar la fertilidad en esta franja inhóspita y que sus habitantes tengan un futuro mucho menos duro y autosuficiente; si bien será de gran ayuda la información y donación de asistencia técnica precisa con qué contribuir a cambiar de una manera decisiva una secuencia trágica que se repite periódicamente muy cerca de las Islas.

Quién sabe si con este descubrimiento será también ahora más viable la creación de la gran muralla verde que llevan años intentando levantar varios estados sahelianos, en base a la plantación de arbustos en un cinturón de 7.000 kilómetros, desde el océano Atlántico hasta el Índico, para detener el avance hasta hoy imparable del desierto, que se extiende inexorablemente y que ahoga la capacidad de progreso en muchos países subsaharianos a un ritmo de 1,5 millones de hectáreas al año, máxime cuando se calcula que la población del continente vecino se duplicará en las próximas cuatro décadas.

Áfricas

Solemos mirar hacia África como si toda ella fuera un solo país, y no un vasto continente que separa a dos océanos, como son el Atlántico y el Índico, en un entramado poliédrico de muchas etnias y culturas muy diferentes. También ocurre que cualquier hecho acontecido puntualmente en cualquier latitud de su geografía tiende a convertirse en el plano emblemático de todo el territorio, transmitido de manera urgente, sesgada e incompleta por los informativos y los medios de comunicación de este lado del mundo. Es falso, por tanto, que solo exista una negritud y una situación que engloba a la totalidad de los 54 estados que definen las nacionalidades dentro de un mismo término gentilicio para mil millones de personas de diversas confesiones, sistemas políticos, economías, costumbres, historias o lenguas. Es más, las humanidades africanas pueblan las regiones con muy distintas formas de entender la vida y son el fruto de una adaptación al terreno evidenciada en dos supercivilizaciones a ambos márgenes del Sahel, y es posible que hasta una tercera, la que se circunscribe a esta propia gran franja desértica que la recorre de este a oeste y cuyos habitantes están hoy, más que nunca, en una escalada de emergencia alimentaria debido a la persistente sequía y, por qué no reconocerlo, a una solemne injusticia planetaria que ignora que cantidades ingentes de seres humanos transitan por un infierno en el que nada puede germinar. Ese enorme paño de arena ardiente de día y glacial de noche se ha trasmutado en un limbo al que no puede, o no quiere llegar, la atención del denominado primer mundo, de tal forma que emerge como el escondite perfecto para aquellos que luchan por gritarle al mundo que son marginales y desheredados y que van a morir por imponer su verdad desde la sangre y el combate perpetuo, quizás dándolo todo por perdido de antemano. Así es que el Sahel combina ahora la hambruna y la pobreza más absoluta jamás conocida con las hordas de guerrilleros que atraviesan las dunas a lomos de camionetas asiáticas y armados hasta los dientes con todo tipo de ingenios y municiones occidentales para ejecutar secuestros y pedir rescates con qué financiar sus causas fundamentales. Ese lago incandescente y desbordado inunda ya en esta parte del continente a Mauritania, Senegal y Mali, este último país inmerso en una escisión territorial que se antoja irreversible si se tiene en cuenta las dificultades que entrañan las batallas entre pedregales; aunque alcanza a otros ocho países, algunos de ellos de lleno, como Níger, Chad y Sudán. Claro que, abandonando este escenario de desesperanza, lo cierto es que África, con una superficie equivalente a tres veces Europa, ofrece asimismo otros muchos aspectos que nos llegan también concentrados y amplificados a través de la actualidad, desde las prospecciones petrolíferas de nuestro vecino Marruecos y de la controvertida visita del presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, hasta la cacería de elefantes del Rey Juan Carlos I en Botsuana, que tanto ha descerrajado y en tan poco tiempo el prestigio de la monarquía en España. Y todavía nos quedan, sin ir más lejos, los documentales de los grandes animales, los ecos de los aventureros que descubrieron las fuentes del Nilo, la leyenda de Mandela o algunas historias cinematográficas como Mogambo. Eso sí, dejando a un lado la muy actual lucha de millones de africanos que pugnan por el desarrollo y por la incorporación a un universo progresivamente especulativo y deshumanizado.

Contradicciones


El viaje oficial que ha realizado el presidente Paulino Rivero esta semana a Marruecos cabría calificarlo casi de “incógnito”, si se tiene en cuenta la tenue resonancia de última hora que ha generado en Canarias. Y es que parece ser que las autoridades del Archipiélago le han cogido miedo a los que, de una parte, reniegan de nuestra españolidad y, de otra, se mofan de las chilabas, de los moros, los negros y de las iniciativas proafricanas de nuestros gobernantes. Así que, como consecuencia de esa presión xenófoba, intuyo que la desorientación cunde en los gabinetes y las valoraciones urgen en el sentido de que las prospecciones y apoyos a las expectativas legítimas de nuestros emprendedores para acceder a mercados que, como el de éste y otros países cercanos, están creciendo en momentos de gran zozobra económica en las Islas, deben ser armados bajo la mesa y en la más absoluta discreción para no levantar las reacciones a las que nos tienen acostumbrados los de siempre.

Estamos hablando de una expedición institucional de primer rango autonómico que, acompañada de una amplia representación empresarial, ha desarrollado, junto a una audiencia no anunciada de Mohamed VI, un programa de entrevistas al más alto nivel con el Ejecutivo y homólogos marroquíes, encabezada por el presidente del Gobierno local, Abdelilah Benkirane, de tal forma que es de esperar que surjan decisiones importantes para la cooperación, la buena vecindad o la conectividad y para que nuestros constructores, técnicos, formadores, distribuidores, transportistas, restauradores, autónomos y parados puedan acceder a una oportunidad alternativa al negro panorama que se cierne ya en los hogares de muchos isleños. Cabe resaltar también que el recién nombrado director general del consorcio español Casa África, Santiago Martínez-Caro, se ha unido a la comitiva después de declarar que la corporación diplomática debe convertirse en un “instrumento decisivo y eficaz para impulsar las relaciones económicas y políticas de Canarias con el continente”.

Claro que todas estas contradicciones recurrentes que suelen acompañar a nuestras estrategias institucionales en África se producen seguramente porque nuestras autoridades no han evaluado la conveniencia de cultivar la comunicación y difusión con el fin de que los ciudadanos tomemos conciencia de lo cerca que estamos y normalizar esa circunstancia, no solo para las disquisiciones petrolíferas de turno, cuyos supuestos frutos están por ver, sino para ubicarnos mentalmente en nuestra posición geográfica real y estar preparados para interactuar con nuestros vecinos, tanto para lo bueno como para lo malo, en el futuro.

Como datos generales habría que señalar que Marruecos es un estado de 32 millones de habitantes que se encuentra, hacia el Este, a menos de 100 kilómetros de nuestras costas, que crece en torno a un 5% de su PIB anual, que es miembro de la Organización Mundial del Comercio, que posee un estatuto avanzado como socio de la Unión Europea y forma parte del eje atlántico que EEUU intenta tejer en la región. Como complemento final, consignar que acumula nada menos que el 52% de las inversiones españolas globales en África y que cerca de un centenar de canarios buscan allí actualmente salida al estancamiento empresarial en nuestra Comunidad.

Adjunto, en última instancia, a este posicionamiento mi compromiso personal con la proclamación irrenunciable de un Sahara Occidental libre, soberano e independiente.

Sall y Sanogo


Sendos acontecimientos han marcado la actualidad africana de nuestro entorno en esta semana que ahora concluye, la victoria del opositor Macky Sall en las elecciones presidenciales de Senegal y el casi involuntario golpe de estado de Mali, llevado a cabo por un grupo de militares jóvenes encabezados por un tal Amadou Haya Sanogo. Ambos hechos conforman también las dos caras de la misma moneda que parece recorrer sin acabar de caer, de uno u otro lado, el tapete de la prolongada descolonización del continente negro, inmerso en una amplia trama jalonada de tribalismos, fronteras artificiales, mimetismos, existencialidad y una aparente incapacidad de occidentalización en las formas de Estado y sistemas políticos, que tampoco terminan de cuadrar con el sentido de las tradiciones y civilizaciones milenarias nativas esculpidas en las mentes de muchos de los pueblos que encabezan las listas de los más pobres del planeta.

El arraigo profundo etnocentrista de ida y vuelta y el continuo naufragio de las corrientes de pensamiento que han venido interrelacionando a las muy diversas etnias a través de la figura de los griot y la comunicación oral desde las noches de los tiempos no parecen ser el caldo de cultivo propicio para dar paso a otra manera de concebir la realidad, como la que quiere imponer la globalización trepidante a estas comunidades, que no se suman hoy por hoy con éxito a los mecanismos de los procesos de mercados, a la industrialización progresiva y a la elevación del trabajo como medio de estructuración social y de transversalidad de clases.

Lo cierto es que si, de una parte, uno de los países que mayor fortaleza presenta de estabilidad soberana, como es Senegal, parece dejar atrás los amagos de un ex presidente que, como Abdoulaye Wade, pretendía pervertir la Constitución para eternizarse en el poder, cuando no “abdicar” en su propio hijo Karim; de otra, Mali, posiblemente uno de los estados de mayor confluencia referencial no solo por dar nombre a uno de los grandes y legendarios imperios africanos, el primero en surgir en todo el mundo, sino por erigirse en la excelencia cultural del Occidente continental, parece sumergirse en una ambigüedad política y territorial en la que se mezclan conflictos armados étnicos, como la rebelión de los tuareg, con su indolencia o incapacidad para acabar con los refugios de células salafistas de Al Qaeda en el Magreb, que golpean y se esconden, y su vista gorda con el trapicheo de los tráficos internacionales de armas y drogas.

Por ello, es imposible disociar un asunto del otro, pues están íntimamente ligados en un armazón que bajo las arenas y los bosques recorre el África Subsahariana en base a la unión de familias muy antiguas, ríos de sangre y creencias religiosas, que se han propagado durante miles de años a través de las regiones abiertas, y que todavía hoy permanecen en el inconciente de la mayoría de los africanos, frecuentemente sujetos a una obediencia a la autoridad vertical de sus ancestros.

Es de esperar que tanto Sall como Sanogo depositen, como así lo hizo Sankara, la confianza y el respeto solidario en sus pueblos para seguir sumando peldaños en un desarrollo lento y complejo con que ser autores de una convergencia casi milagrosa que eleve definitivamente ese credo panafricanista de futuro ante el resto de la Humanidad.

La maldición del Sahel


Las organizaciones humanitarias vienen advirtiendo desde hace meses de la hambruna que se produciría este año en la franja del Sahel. La sequía y una terrible plaga de langosta acabaron con las expectativas de la cosecha de la que viven la mayoría de los habitantes de los países que van desde el sur de Mauritania hasta Eritrea, pasando por Malí, Burkina Faso, Níger o Chad, una situación que se agrava con las fuertes lluvias de la estación húmeda que ahora se precipitarán sobre la región y que provocan enfermedades como la malaria, el cólera, la hepatitis o las diarreas.

La alarma no es nueva porque se trata de una de las zonas más áridas del planeta, conformada por un grupo de estados que figuran entre los más pobres del mundo, donde ya de por sí la existencia es muy dura a lo largo de todo el año, pues, entre otras cosas, deben vender sus diezmados cultivos en épocas en que la caída de los precios dejan paupérrimos beneficios, debido a la gran oferta existente en el periodo de recogida, mientras que el escaso ganado que no ha muerto por la ausencia de pastos y agua sirve como contrapartida para adquirir de nuevo lo que se vendió antes pero a precios más caros. Además, las circunstancias son cada vez más graves debido al cambio climático, que hace que las estaciones sean extremas y acaben con las pocas esperanzas de supervivencia de los humanos que tuvieron la mala fortuna de nacer en aquellas latitudes.

Otro de los factores aciagos del presente del Sahel es la crisis financiera internacional, pues los donantes retiran una buena parte de las partidas que en otros tiempos solían otorgar para luchar contra la hambruna crónica de estas comunidades. Las organizaciones de cooperación se desgañitan para recabar las ayudas, pero reciben porcentajes muy por debajo de lo necesario para combatir los efectos del drama. Así, la Cruz Roja ha hecho un llamamiento de emergencia para prevenir que la inanición se generalice en la región, donde unos diez millones de personas están amenazadas por la escasez de alimentos, de tal forma que muchas familias pueden sentirse dichosas por poder realizar una comida diaria a base de millo y agua. El resto está sujeto a la caridad y a la disposición de las agencias humanitarias a llevar cargamentos de provisiones que están costando recabar en los países desarrollados y que seguramente llegarán demasiado tarde.

A todo ello hay que añadir las calamidades que dejan las lluvias torrenciales, que derrumban infraestructuras, anegan las carreteras y destruyen los hogares de miles de familias, aparte de las muertes que causan los accidentes que provocan las incesantes precipitaciones y las epidemias que se ceban con las poblaciones debido a la malnutrición severa de muchas de ellas. Mención especial entre estos estados hay que dedicarle a Níger, el más pobre del mundo y el epicentro de la devastación natural por falta de recursos, donde la patética escasez de existencias presagia una hambruna catastrófica estos meses. Allí, cerca de cuatro millones de personas, el 28% de la población, están afectadas directamente por la inseguridad alimentaria.

Lo que está claro es que año tras año el Sahel es noticia por la extrema pobreza que padecen sus habitantes, una maldición que se produce ante nuestras propias narices, en medio de una indolencia generalizada difícil de comprender en este nuevo siglo que comienza.

Kony 2012


Hay momentos en que concurren hechos insólitos de similar naturaleza que pueden inducir a polarizar la visión objetiva que tenemos de las cosas. Inesperadamente es así, de tal forma que la coincidencia, junto a la velocidad de la comunicación de los sistemas de los que disfrutamos actualmente, no siempre con tiempo suficiente para reflexionar ni contrapuntos para relativizar alcances, derivan hacia una asunción global de lo parcial como universo total abducido por los principios de Murphy.

Digo esto porque hemos asistido estos días a un fenómeno cada vez más llamativo que emana del poder esquizoide de Internet en torno al caso de un personaje que ha sido catapultado desde el anonimato más oscuro hasta la obsesión de la reiteración de la domótica cerebral, es decir, con el concurso de todos, hemos elevado exponencialmente a una figura atípica que existe en África a “trending topic” de las redes sociales, como si de un Justin Bieber o una Shakira cualquiera se tratara. De una parte, el líder del denominado Ejército de Liberación del Señor de Uganda, Joseph Kony, un fanático iluminado que ha pretendido hacerse con el país centroafricano para imponer un régimen basado en los diez mandamientos bíblicos, ha sido proyectado a través de un recurso llamado “meme”, que tiene algo de viral, a una repetición audiovisual insistente que, bajo el epígrafe de “Kony “2012”, alcanza ya los cien millones de clickeos en la red; una operación que cuenta como rendija de enganche la utilización de niños como soldados y niñas como esclavas sexuales para sus campañas guerrilleras. A ello hay que añadir que el Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya también condenó el pasado miércoles a otro reclutador de jóvenes soldados de la República Democrática del Congo, Thomas Lubanga, como criminal de guerra, detenido, eso sí, y procesado por una Corte que, pese a su nombre, no está reconocida por potencias tan relevantes en la escena planetaria como son los Estados Unidos de América, Rusia o China.

Ambos acontecimientos han desenfocado de pronto las otras muchas y diversas realidades del África Subsahariana de signo positivo y monopolizado la imagen todo un continente, con una superficie equivalente a tres veces Europa, 54 estados y más de mil millones de habitantes, a dos rostros y dos historiales mezclados con muchas imágenes superpuestas de niños y niñas a un ritmo trepidante en los ordenadores de otros tantos millones de internautas que asisten desde sus sillones a todo ese galimatías de planos secuenciales manipulados por las nuevas tecnologías. África es hoy, por tanto, y como consecuencia, tierra de niños soldados y de criminales como Kony y Lubanga. No hay tiempo para más.

Con el recuerdo de la última guerra de los Balcanes entre 1991 y 2001, con sus correspondientes matanzas étnicas y desastres humanitarios de todo tipo y los también procesamiento por parte del TPI de personalidades occidentales tales como Milosevic, Karadzic o Mladic, quiero romper una lanza por la estabilidad y evolución de una parte muy importante de la Humanidad que, en modo alguno, responde a ese cliché en blanco y negro que algunos quieren dejar sobre la mesa como santo y seña de unas civilizaciones que ni tan siquiera nos hemos esforzado por comprender desde nuestros cómodos parapetos y tras los mandos de un control remoto tan mimético como el hormiguero que habitamos.

Democracia


De las elecciones recientes en Senegal podríamos sacar muchas lecturas, pero yo destacaría, ante todo, la madurez de un pueblo que aspira a consolidar una de las democracias más antiguas de África. Atrás quedan ahora las revueltas callejeras y las ocho víctimas mortales de una campaña marcada por la pretensión del todavía presidente, el conservador del Partido Democrático Senegalés (PDS) Abdoulaye Wade, de repetir un tercer mandato ante una Constitución que él mismo modificó para que ningún jefe de Estado abarque más de dos legislaturas.

Las urnas dictaron sentencia el pasado domingo, de tal forma que El Viejo, que es como llaman a Wade (85 años) sus compatriotas, ha visto menguar sus expectativas de llegar al umbral de la victoria con el 50% de los votos y se ha tenido que conformar con un 34,82% que le obliga a pugnar en una segunda vuelta con su inmediato seguidor y ex primer ministro durante varios ejercicios, Macky Sall, quien alcanzó un 26,57% de sufragios, seguido de Moustapha Niasse (13,20%), del Bennoo Siggil Senegaal (Salvar el Honor de Senegal); del socialista Ousman Tanor Diong (11,7%), y de otro de sus ex hombres fuertes, Idrissa Seck (7,5%).

Se abre así una apasionante carrera en pos de reunir los avales suficientes para que esta figura histórica de la política del país cercano salga de su más alta magistratura, si no por la puerta grande, al menos de la forma más digna posible, aunque muchos observadores esperan todavía alguna maniobra postrera de una personalidad que ha manejado la astucia como uno de los pilares de desgaste y reducción de cualquier otra alternativa a su casi regia y larga permanencia en el poder.

Por lo pronto, su ex discípulo Sall ya se muestra como inminente sucesor con una solidez y contundencia sorprendentes a las pocas horas de conocerse los resultados definitivos, lo que atraerá, sin duda, al resto de votantes minoritarios de los otros dos candidatos siguientes. El ahora principal oponente prevenía de inmediato a los ciudadanos para que estuvieran vigilantes en estas dos semanas probables que restan para la nueva consulta y evitar amaños en los colegios electorales, mientras anunciaba medidas de gran calado si gana, como la reducción de los gastos del ejecutivo y de los miembros del gabinete ministerial, el establecimiento de cada legislatura en cinco años, frente a los siete vigentes, y el abaratamiento de los productos básicos, entre otras propuestas.

Las posibilidades de Wade pasan por movilizar en tan poco tiempo a un electorado cada vez más reacio a permitir los clichés de su última etapa, que han dejado la huella indeleble de un estamento gubernamental enriquecido, corrupto y alejado de las necesidades de un pueblo empobrecido, mientras desfilaban ante sus ojos dispendios colosales y megalomanías, como la de la enorme estatua del Renacimiento Africano. Además, sus intervenciones en la campaña, minimizando las protestas y a las víctimas de los enfrentamientos como una “ligera brisa” que remitiría fácilmente, le han dejado finalmente en la estacada y muy deteriorada su imagen de esfinge intocable.

Confío plenamente en que los senegaleses culminarán este pulso y harán gala de esa conciencia cívica desplegada a lo largo de estos días, a pesar de los pesares, para retomar de nuevo su historia, tras más de medio siglo de independencia, distinguida como la de una de las naciones más estables y avanzadas del continente vecino.