A mediados del siglo pasado una avanzadilla de regiones
africanas alcanzaron sus independencias, aunque no se sabe a ciencia cierta si siempre
fueron logradas por iniciativa propia o por la fuga resignada de sus ocupantes,
explotadores y europeos, obedientes a las directrices de sus respectivas
metrópolis. Claro que no todos los procesos fueron similares, porque si algunas
naciones, como Ghana, la primera en conseguirlo en toda el África subsahariana,
obtuvieron sus soberanías de una forma tan solvente que todavía hoy se yerguen
como faros democráticos del continente y permanecen impertérritas en esa senda
moderada que marcó el primer jefe del estado negro, Kwame Nkrumah, también
padre del panafricanismo; otras, sin embargo, han pasado por un calvario de
sangre, sudor y lágrimas, y muchas aún están entre los países más desesperanzadores
del mundo, en medio de hambrunas y conflictos que parecen eternos. Actualmente
se habla de neocolonización y algunos expertos incluso dudan de la capacidad de
los africanos para organizarse y crear instituciones de representación popular
que administren los servicios y estructuras necesarios para disfrutar de las
mínimas cotas de bienestar y justicia social. No obstante, todas las dudas
afloran cuando indagamos sobre los episodios que jalonaron las aspiraciones de
progreso de esos pueblos, porque no pocas veces surge la pista de una conjura
extranjera para abortar la concordia de unos habitantes que han guerreado, y siguen
guerreando, mucho más de lo que cabría esperar de sus idiosincrasias generalmente
pacíficas. En esa época de los años 50-60, además de otros grandes hombres,
despuntó la figura de Patrice Lumumba, un idealista del antiguo Congo Belga que
luchó por la dignidad de su gente, pero que tuvo, como tantos otros, la
desdicha de caer en medio de los intereses de las Guerra Fría, desplazada a
África por el dominio de sus recursos naturales, para variar. Lumumba fue
asesinado, después de sortear diversos avatares obscuros, por sus propios
correligionarios y compañeros para dar paso a Mobutu, quien lo nombró héroe
nacional a título póstumo. No obstante, si bien hasta ahora parecía más o menos
claro que la orden había partido de la CIA, esta semana el diario “The Guardian”
revelaba que fue el “M-16” británico el autor de su ejecución hace 52 años porque
sospechaba que este mártir había entregado las valiosas riquezas locales a
Rusia y otros disparates. Lo cierto es que hoy en día la República Democrática
del Congo no ha dejado de sufrir, porque la sucesión interminable de guerras y
cruentos enfrentamientos llega hasta la más ruidosa actualidad, claro que, como
siempre, con la sombra de siglas foráneas renovadas en acrónimos tan desinteresados
como letales entre sus borrosas huellas.