Minerías

El continente vecino se revela cada día más como El Dorado de los recursos naturales de un mundo ultra tecnificado y conectado que devora energía, minerales y alimentos. Así es, y aparentemente poco se puede hacer para detener una transformación progresiva que a todos nos afecta.
Para Canarias, tan cerca de muchos de los países que empiezan a figurar en la agenda de las grandes compañías petroleras y mineras, es un dilema optar por una fórmula que la blinde de los efectos de esa gran marea industrial de proporciones planetarias que, si de una parte, puede generar grandes oportunidades económicas, de otra, acarrea riesgos evidentes, dada su situación de colisión con posibles derrames y otros efectos contaminantes.
Gradualmente, muchos estados de África Occidental se unen a la trayectoria de los principales países productores de crudo, como Nigeria, Angola, Guinea Ecuatorial, Ghana o Gabón. Aquí mismo, Marruecos es un ejemplo de esta fiebre del oro negro, que corre paralela a la del ébola, e invierte una colosal fortuna no solo en hacer prospecciones en múltiples pozos de su territorio de esta orilla continental, sino en toda su superficie hasta su frontera con Argelia, principal exportador africano de gas y casi único proveedor de España, o hacia el Sahel, donde Níger es otro portento minero y Malí ha sufrido una guerra que muchos apuntan a causas prospectivas.
Mauritania, por su parte, está transformando su economía nacional en base a sus imponentes riquezas telúricas, mientras que Senegal acaba de anunciar el hallazgo de un yacimiento importante también de petróleo, que dará su primer barril para el año 2019, y Cabo Verde pugna en un contencioso territorial marítimo con la vecina Guinea Bissau para determinar una soberanía que puede proporcionar sustanciosos ingresos de confirmarse la existencia de bolsas de hidrocarburos en las aguas que comparten.
Este es el panorama a grosso modo de lo que está ocurriendo muy cerca de las Islas. Ahora bien, queda por ver si nuestra ubicación, no ya geográfica sino mental, está debidamente orientada para estar a la altura de las circunstancias y si estaremos en disposición de defendernos de la mejor manera en este escenario que supera en mucho nuestra capacidad de maniobra. Por ello, no sería descabellado pedir, para empezar, que fluyera más información sobre unas realidades tan inmediatas, eso sí, de fuentes fidedignas y, si es posible, libre de pasiones y lirismos que no conducen sino a la melancolía, para iniciar estrategias inteligentes que nos coloquen en la mejor posición en cualquiera de los supuestos futuribles.

El avestruz es, por cierto, un ave africana, y es un cuento que meta la cabeza bajo el ala para huir del miedo.

Senegal Oil

Una información daba cuenta esta semana del hallazgo de un yacimiento de petróleo en aguas de Senegal, que la compañía concesionaria británica Cairn Energy calificaba de “importante”. Al margen de si esa prospección merece tal calificativo y terminará dando sus frutos, sí que resulta recurrente para trazar ciertos paralelismos o, cuando menos, recrear una posibilidad en un país que carece de recursos naturales y que depende del auxilio, cuando no de las limosnas, de los fondos de cooperación internacionales para luchar contra la pobreza.

Por fin surge en el camino una hipótesis que invita a soñar con otro futuro para esta nación cercana, y hasta veo al presidente Sall reclamado por las primeras potencias mundiales, celebrado en las alfombras rojas de los palacios más emblemáticos y acudiendo a las citas exclusivas de la diplomacia inoperante del mal llamado primer mundo. Vislumbro La Cornise de Dakar resplandeciente y sus playas aledañas inmaculadas y repletas de sombrillas y quioscos, o la Plaza de la Independencia bordeada de grandes limusinas y deportivos de última generación, y el Grand Yoff henchido de nuevas construcciones unifamiliares con jardín y garajes con puertas automáticas. Imagino a los tullidos, que hoy caminan con tacos en las manos, sobre modernas sillas de ruedas autopropulsadas, o los múltiples mercados populares pletóricos de alimentos europeos o japoneses. Transito por una ciudad en el que los vendedores callejeros están sentados en sus motos de gran cilindrada y operan con sus tablet sin ofrecer a los extranjeros cualquier quincalla, algo realmente insólito.

 Supongo los grandes hoteles de cinco estrellas, de rostro blanco, con familias enteras de ejecutivos negros que disfrutan de las sábanas almidonadas y los menús peripatéticos de la comida internacional. Me abalanzo sobre las escuelas y los institutos para comprobar que hasta allí llega el efecto de los petrodólares, o que en los barrios alejados de Le Plateau ya están instalando el saneamiento y los contenedores de basura. Me aventuro por la autopista china hasta Thiaroye-sur-Mer para comprobar si han vuelto los hijos de los pescadores que buscaron una vida mejor en una patera y jamás regresaron.

Sigo hasta Thiès con la esperanza de ver como florecen las construcciones de carretera y restaurantes de lujo que ofrecen thieboudienne o maafe en salsa de cacahuete acompañados de bissap o bui. Llego a la ciudad sagrada de Touba para asistir a la puesta de largo de su Gran Mezquita y a la inauguración del crematorio de desperdicios y de la conducción de aguas negras a través de modernos sistemas gestionados por el Cabildo de Tenerife. Subo hasta Saint Louis, convertida en la gran atracción turística del país, con sus edificios de la etapa colonial francesa muy iluminados, monumentales, y unas instalaciones públicas acordes al estuario del río Senegal, surcado por embarcaciones fuera borda y yates de magnates procedentes de todo el mundo. 

Desde allí intento con unos prismáticos avistar la plataforma petrolífera que, a cien kilómetros mar adentro, ha transformado tanto la existencia de los senegaleses y me pregunto si al final ha valido la pena y si todos esos avances, conocidos como bienestar social en otras partes del planeta, casan con el espíritu acogedor, noble y sereno de este pueblo. Y justo en ese punto me despierto.

Economía inteligente

Muchos son los aspectos que influyen en la situación de los pueblos, pero entre ellos, hoy más que nunca, parece mandar casi de forma absoluta la economía. Es más, sabemos con certeza que un país o una región pobre está condenada a padecer calamidades y que la carencias de medios no es una actitud, ni una maldición o cualquier otra explicación metafísica que queramos añadir, sino el producto de una jerarquía cruda en el orden de los intereses de un sistema totalizante difícil de cambiar.

Las comunidades que no están en primera fila de las finanzas globales suelen al mismo tiempo ser rehenes de una lucha inhumana por evitar la cola de las miserias; una ecuación artificial que se retroalimenta a sí misma por una suerte de reglas que juegan a favor del capital, de tal forma que, y lo estamos viendo, las diferencias entre ricos y empobrecidos son cada vez más decisivas. 

A partir de aquí, podría deducirse que las consecuencias son más que previsibles. Como reacción, las capas bajas o los países parias tienden a convertirse en alimento providencial para los fanatismos, las epidemias, el crimen o las dictaduras, entre otras muchos estigmas. La ausencia de desarrollo, formación, información y de las mínimas condiciones básicas para alcanzar una existencia digna coquetean con el caos.

En un símil no exento de atrevimiento, podría decirse que de alguna forma los grandes conflictos bélicos regionales que azotaron al primer mundo en los siglos precedentes han devenido en una verdadera guerra mundial, silenciosa e irreflexiva, que acorrala a aquellos que cayeron fuera de las pequeñas grandes élites.

Antiguamente estas diferencias no tenían mayores consecuencias porque la industrialización estaba en pañales y los territorios ignorados vivían sus ciclos evolutivos al margen de la maquinaria dominante. Ahora, aparentemente el poder se ha multiplicado en proyección geométrica hasta alcanzar, a través del dinero, la mayor opresión jamás conocida.

Esa tiranía moderna debe ser seguramente ciega, como la avaricia, tanto como para no ver que el juego creado tiene un límite natural, pues no hay búnker, muralla o refugio atómico para detener el bramido de la supervivencia o la expansión de los efectos de la exclusión, sea en forma de fundamentalismos cavernarios, grandes migraciones o pandemias desbordadas.

Y es que la simpleza es el otro factor clave de la balanza ecológica que precipita la caída cantada, a menos que la inteligencia retome sus herramientas y ajuste las tuercas necesarias para poner en orden un bien común con que asegurar el futuro de todos.

Y llegó el Séptimo

Aplaudo sin reservas la decisión del presidente de los Estados Unidos de tomar la iniciativa en la lucha contra la epidemia del ébola en África Occidental. Esta vez parece ser que Washington sí deja de lado sus intereses económicos y hegemónicos para intentar frenar una emergencia que se ha extendido como la pólvora, sobre todo en tres países de esta parte del continente, toda vez que la alarma ha cogido con el paso cambiado a Europa, la ONU y sus agencias competentes.

Obama ha anunciado que enviará 3.000 militares para combatir contra la carencia de medios sanitarios, la desorganización de las campañas locales y la poca prevención de las comunidades afectadas, que son precisamente el caldo de cultivo para los contagios masivos que han producido hasta la fecha unas 2.800 víctimas mortales y cerca de 6.000 casos confirmados. 

Los soldados de EEUU desplegarán sus operaciones desde una base instalada en Liberia, que es, junto a Guinea (Conakry) y Sierra Leona, donde se ha extendido el virus con mayor facilidad, y también, posiblemente, porque representa a una legendaria comunidad de ex colonos negros norteamericanos que se liberaron de la esclavitud, fundaron esa república y durante mucho tiempo se llamaron a sí mismos americanos frente a sus vecinos sierraleoneses, también anglófonos.

En esta ocasión el Pentágono actuará como puente de mando desde una distancia de varios miles de kilómetros para enviar las ordenes pertinentes y organizar las tropas no para ninguna invasión, bombardeo o labores de inteligencia con que derrocar a caudillos incómodos, sino para realizar tareas de logística, ingeniería o de coordinación de los envíos de suministros.

Hay al menos un precedente reciente en la memoria colectiva de una actuación similar en la catástrofe de Haití de 2010, generada por el terremoto que la sacudió y que provocó unos 200.000 muertos, además de un caos del que todavía no se han repuesto sus habitantes.

Omito los números y las acciones previstas en el despliegue estadounidense, pero responde por lo visto a una iniciativa decidida y muy solvente que podría dar sus frutos en un plazo de tiempo menor de lo esperado, dadas las características del fenómeno, que parece responder más a carencias que a virulencias. 

Ojalá que nuestros vecinos liberianos, sierraleoneses y guineanos puedan pronto retomar el pulso de sus propias historias que apuntaban, antes de llegar el ébola, a un desarrollo esperanzador de sus formas políticas y económicas, como también lo indican las tendencias de evolución de la mayoría de los países de la región. Dios quiera que esta vez el Séptimo de Caballería sí culmine con éxito su enésimo desembarco.

Elefante blanco

El continente vecino no es nunca lo que parece, ni en su tamaño, ni en su dimensión interétnica o social, ni en los acontecimientos que lo atraviesan a diario. Desde la antigüedad sus territorios han permanecido indelebles pero lejanos, cuando no sumidos en la niebla o en las tormentas de los desiertos, fenómenos de lo que saben guarecerse los nativos de las selvas o los camelleros del Sahara, ese inconmensurable mar de arena que solo ellos atraviesan con dignidad para seguir besando el sol de cada mañana. 

Todo parece gigantesco en sus sabanas o en las aguas generosas de sus grandes ríos, cascadas y lagos, bordeados de caminos, montañas, veredas solitarias y aldeas que esperan la llegada del griot, el portador de la historia milenaria de los pueblos y de los héroes de las leyendas, casi siempre trenzada con los espíritus vivos de los árboles, de los animales y de los antepasados, todos en uno. 

África sigue siendo colosal, y prueba de ello es el desconocimiento del mundo desarrollado sobre su naturaleza y sus extensiones a pesar de los satélites que toman fotos desde el espacio para escanear sus muchos recursos. Los años que dedicaron los exploradores para cartografiar sus geografía o para someter a los indígenas y extraer sus piedras y metales preciosos no han servido de mucho, ni los ingenios de hoy, para captar la justa definición de la multiplicidad africana. Más bien todo lo contrario.

El auténtico viejo continente, con el permiso del eurocentrismo de última hora, sigue ofreciendo riquezas a puñados dentro de la tierra, bajo el océano, en sus tupidos bosques, en sus humanidades y en sus misterios a raudales. Misterios que llevan grabados en sus ojos los náufragos que llegan a las costas de Europa urgidos por un mundo mejor que no existe, engañados por las ondas que no se ven, que no se escuchan, hasta que invaden sus remotos hogares a través de las parabólicas y despliegan todos los trucos obsesivos de prestidigitador occidental que monta el elefante blanco y viste una armadura repleta de destellos que hipnotizan en forma de automóviles, lavadoras, metros cuadrados y vidas irreversibles.

Cuando han dejado a sus familias y la niñez atrás, los jóvenes africanos se empeñan en tocar con sus manos las promesas lejanas para llevarlas de vuelta a las leyendas de sus abuelos, para ungirlos con ellas y rescatarlos del pasado, y para que el griot las narre a los nietos que vendrán, en esa cadena ancestral que baña todo el continente, al que estamos empeñados en simplificar y reducir a una cabeza de caballo que mira hacia el sur. 

África nos observa, pero lo hace desde dentro, como guardianes de una esencia que ya se evaporó en el resto del planeta y que aguarda pacientemente la eternidad.

Ébola

La realidad es tozuda. No espera a nadie ni atiende a conveniencias u olvidos, como podría interesar al rico que mira con tedio al pordiosero que suplica cada día en el pórtico de la iglesia. 

Una vez más el orden establecido en el mundo se manifiesta en ese escenario africano tan cercano a las islas a través de un nuevo hecho que viene a confirmar la deriva de la Humanidad en este principio de siglo, y a la que ya el sabio Stephen Hawking ha puesto fecha de caducidad: Si en cien años -ha dicho el reconocido científico británico- el ser humano no da con un nuevo planeta al que trasladarse, se extinguirá por los efectos de la contaminación y el cambio climático de la Tierra.

No es que asuste solo tal aseveración, seguramente bien refutada con la lógica matemática que caracteriza al autor, sino sobre todo la impertérrita ausencia de una reflexión en consecuencia de los que manejan los hilos del progreso, es decir, los grandes grupos económicos e industriales que devoran no ya al propio hijo, como el dios Saturno, sino también el cuerpo que les sostiene y les proporciona respiro (eso sí, con el resto de los humanos atados en fila hacia el borde del abismo, como en el cuadro “La parábola de los ciegos” de Peter Brueghel el Viejo).

Y es que a pesar de los avances tecnológicos, impensables hace tan solo dos décadas, seguimos viviendo en mundos estancos, y lo que le ocurre al vecino, en esta pequeña bola suspendida en un equilibrio crítico universal, no parece ir con nosotros, como si al final no dependiéramos todos de la misma atmósfera y de los mismos océanos y mares.

La irrupción tremebunda del Ébola ha servido para constatar de nuevo que si una plaga, letal para unos pocos, afecta a cuatro o cinco estados de los 54 que conforman África, los voceros lo catalogan de epidemia continental y, por tanto, un alivio, oiga, por su precisa delimitación. Como lo es también que las ciudades de Occidente estén tan bien equipadas que el bicho en cuestión se convierte en una simple anécdota acorralado por los controles sanitarios mínimamente desarrollados, si regresa algún paisano infectado, como así ha ocurrido, o porque se aplica el compuesto de turno que cura en unas pocas horas en esta parte de la muralla.

El Ébola, con mayúscula, como te obliga a ponerlo el corrector de textos, pues ni siquiera está normalizado en el lenguaje, es como un vestigio prehistórico o alienígena que solo es hábil para atacar, someter y fulminar en el ámbito de la pobreza y también, matemáticamente, para poner de relieve una vez más lo injusto de este mismo orden mundial que se ahoga a cada paso en su propio detritus.

El mal del vecino, del hermano, del humano, o es de todos o acabará con todos, y no me refiero al virus, sino a la ceguera egoísta y cortoplacista del imbécil, rico, claro.

BRICS


La ciudad de Fortaleza de Brasil, situada en la parte de América más cercana a África, ha sido el lugar donde finalmente las potencias emergentes circunscritas al acrónimo BRICS han sellado el inicio del nuevo orden mundial. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica han abierto la puerta de su propio Banco de Desarrollo alternativo a las estructuras decimonónicas creadas en 1944 en otra localidad americana, Bretton Wood, tras la Segunda Guerra Mundial, -el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)-, para afrontar la reconstrucción de la vieja Europa, y que acabaron convirtiéndose con los años, y las doctrinas del capital absoluto, en un sistema hegemónico cerrado y monopolista, cuando no voraz y excluyente.

De ello pueden dar fe tanto estos cinco países, que hoy representan al 40% de la población global, el 26% de la superficie terrestre, el 27% de la producción y 21% del PIB total; como el mismo continente africano y otras regiones que han permanecido fuera del tablero de las finanzas planetarias aquejadas de inanición crónica.

Lo importante no son los 100.000 millones de dólares de dotación con los que han insuflado vida al nuevo organismo monetario estas potencia disidentes, sino el toque de atención real y serio sobre la mesa de los hasta ahora órganos reguladores universales, al fin y al cabo los brazos de EE.UU., para que se arremanguen, es decir, para que suelten el control férreo y absorbente que han ejercido sobre cualquier transacción durante los últimos 70 años.

El silencio con el que han venido moviéndose los BRICS hasta la fecha no habla, a mi parecer, de ninguna estrategia convenida de antemano, a pesar del nivel que sus economías han adquirido en tiempo récord, como es el caso de China, que se ha erigido en segunda potencia mundial en dos décadas; sino de una costumbre inquietante: moverse en la sombra, o con las sobras de un planeta que se centraba en Norteamérica, Europa, Japón y Australia hasta los años 90, un club de ricos autoprotegido con reglas y subsidios comerciales casi imposibles de atravesar para las producciones externas.

Por eso la bienvenida que el jefe del BM, Jim Yong Kim, ha dado a la nueva entidad ya no suena sincera, sino más bien al farol de un tahúr ante una jugada económica dolorosa en la que Occidente tiene muchos peldaños que descender si quiere sobrevivir a un escenario de bajos precios, menores sueldos, ínfimos derechos laborales y una competencia feroz.

En la retaguardia esperan miles de millones de ciudadanos que desean alcanzar una mínima parte del bienestar social que hemos disfrutado mientras permanecían en la noche de los tiempos, claro que con un pequeño detalle añadido de fondo, el cambio climático desbocado por el imparable consumo.

Simples matices

Estos días se cumplen 20 años del final de lo que se ha dado en llamar el Genocidio de Ruanda, un acontecimiento sin precedentes en la historia moderna del continente, solo comparable en la Europa contemporánea con los campos de concentración nazis o la segunda Guerra de los Balcanes.

Ríos de tinta han corrido desde entonces, hasta el punto que, cada vez que se nombra esta pequeña nación, su evocación parece tener un solo plano: la barbarie. No ocurre lo mismo sin embargo cuando se habla de Alemania, Serbia, Bosnia o Croacia, pues ya no nos salta automáticamente a la cara el animalario de las barbaridades que se perpetraron en nombre de cualquier entelequia, aunque fueran sincrónicas algunas de ellas a las matanzas entre los hutu y los tutsis y estás últimas hayan reportado mucho menor coste de vidas humanas.

Lo cierto es que hemos ido asimilando el devenir de un nuevo espacio histórico europeo y relacionamos ahora los nombres de estos países con la evolución de sus gentes y con el perdón y la paz que disfrutan.

A mí personalmente me llama la atención esta disparidad de tratamiento de hechos tan semejantes, algo que solo puedo relacionar con ese eurocentrismo recalcitrante que nos recluye dentro de nuestras murallas, tanto físicas como mentales. Si no, cómo se explica que mientras hoy en día Alemania se ha encaramado por enésima vez a la cima de Europa, igual que a principios del siglo XX, y los balcánicos han restañado sus heridas, poco nos importe saber si Ruanda ha levantado su cabeza, si sus ciudadanos conviven en armonía o si representan algo positivo en el contexto de la nueva África.

Claro que ya he apuntado otras veces que desgraciadamente en nuestros medios de comunicación proliferan los clichés obsesivos que relegan el hecho africano a las páginas de Sucesos casi de forma exclusiva, una impronta informativa en la que lo que prima insistentemente son las guerras, las hambrunas, el terrorismo, el narcotráfico y el resto de tragedias de un continente enorme, conformado por el doble de estados y de habitantes de los de esta Europa rampante.

Nada, o muy poco, parece significar que ese país negro goce hoy en día de una estabilidad política y económica ejemplar o que su Parlamento esté representado en un 60% por mujeres, como tampoco la verdadera historia de un conflicto avivado por la colonización abominable de Bélgica y por los intereses de Francia y EEUU, que abandonaron el lugar del crimen a puntillas.

En última instancia, que la mayor parte de las naciones africanas registren sistemas progresivos no es relevante porque una buena noticia no vende. Pero para mí es como si en el camino siguieran todos aquellos ruandeses que huyeron de sus casas y no pudieran regresar porque en nuestro imaginario aún no han llegado.

Simples matices.

Las cifras (no se comen)

Como cada año, varias instituciones multilaterales han publicado conjuntamente el informe Perspectivas Económicas de África (African Economic Outlook Report 2014). El documento, que viene registrando cierta continuidad en el crecimiento del continente en sus últimas ediciones, profundiza en diferentes indicadores y en las previsiones por regiones, una aproximación de la que se deduce de entrada que la parte más cercana a Canarias es donde más evolucionan los mercados, con una tasa del 6,7%, es decir, muy parecida a la de China (7%).

Ahora bien, bajo ese optimismo hay cierto rastro de expectación por lo que serán capaces de hacer las comunidades africanas con sus recursos naturales, que son los que a la postre confieren el grueso del valor de sus ingresos. Por eso, el estudio del Banco Africano de Desarrollo, la OCDE y el PNUD nombra constantemente las cadenas globales de valor, que vienen a relacionarse, simplificando mucho, con la capacidad que tienen los modelos económicos nacionales de integrarse en los procesos productivos globales.

Y esa es la gran pregunta, hoy por hoy, sin respuesta. Porque progresivamente la mundialización lleva a la deslocalización de los componentes necesarios para fabricar bienes de consumo y muchos de los artículos que adquirimos están integrados por elementos manufacturados en distintas partes del planeta. Eso, junto al dato que apunta a que el 80% del comercio está vinculado actualmente a las multinacionales, hace que surja la imagen de un mundo que se transforma en una gran factoría íntimamente relacionada al margen de las distancias.

El informe da por hecho, no obstante, que África presenta progresivamente una mejor gestión macroeconómica en términos generales, que un tercio de las finanzas están instaladas en los países del norte y que el crecimiento ha sido insuficiente como para sacar de la pobreza a grandes bolsas de población de las regiones subsaharianas. Y también que el 60% de los empleos proceden de la agricultura, pero con una productividad baja, en torno al 36% de lo que generan otros sectores.

Lo cierto es que, llegados a este punto, es cuando comienzan los trucos, o los voluntarismos bienintencionados, porque las tasas representan simplemente números desnudos que hay que vestir con referencia reales.

Que China crezca al mismo porcentaje que Liberia o Sierra Leona no quiere decir que sus economías sean comparables, sino que se trata de coeficientes relacionados con el producto interior bruto de cada cual, y en ese escenario las proporciones monetarias están a años luz de converger. Por eso, y con el encargado de presentar esta semana el documento y consejero de la OCDE, Luis Padilla, las cifras no se comen.

Tarfaya

Tarfaya se ha convertido poco menos que en un hito en el horizonte de las relaciones de Canarias con el continente cercano. Su puerto apenas despuntó como enlace reciente entre Marruecos y Fuerteventura porque, tras una incipiente singladura de pocos meses en 2008, el barco que llevaba a cabo el servicio, el buque Assalama de la compañía naviera Armas, naufragó debido a las características, orientación y el tamaño de las instalaciones, poco adecuadas para este tipo de tráfico y naves. Ahora, y tras un largo periodo de obras, la nueva infraestructura está a punto de ser concluida y pronto estará operativa para sustentar ese puente marítimo de menos de un centenar de kilómetros hasta Puerto del Rosario.

Su apertura estaba anunciada para el pasado mes de junio, pero se ha ido retrasando y ahora las autoridades marroquíes fijan el plazo para final de año. Está por ver qué ocurrirá a partir de ese momento, pero por lo pronto ya han mostrado su interés en el servicio tanto la propia Armas como la otra referencia naviera interinsular de Canarias, Fred Olsen, seguramente por las cifras que arrojó la breve experiencia del Assalama, que transportó en cuatro meses 8.000 pasajeros y nada menos que 40.000 vehículos. 

Las expectativas son muchas porque las autoridades marroquíes están empeñadas en el despegue de lo que ellos llaman las provincias del sur, es decir, el Sahara Occidental, para descentralizar el desarrollo y de paso acallar, si ello pudiera ser posible, las legítimas pretensiones de independencia del pueblo saharaui, que constituye en cualquier caso la parte delicada de la operación.

Aparte de este importante detalle, y dando por hecho que, como en la experiencia pasada, no hayan impedimentos políticos o estratégicos, la oportunidad económica para las islas no es poca, puesto que el puerto se haya justo en el centro del país, por donde pasan las carreteras que transportan no solo todas las mercancías que fluyen desde el norte para cumplir con la expansión urbanística que acomete Rabat desde hace años desde la región de Souss Massa Dráa, y más concretamente del Gran Agadir, hasta Dakhla; sino las materias que suben de las regiones subsaharianas y podrían acortar camino desde los puertos canarios hacia Europa o América.

Lo cierto es que el continente abre muchas posibilidades para Canarias, inmersa en una gran crisis económica, con altas tasas de paro, un preocupante desfase de su modelo productivo, que puede llevarle a un aislamiento como el de mediados del siglo pasado; y con el fenómeno de la emigración tocando de nuevo a su puerta. África se despereza y Tarfaya puede constituir quizás una alternativa propicia para rentabilizar una vez más la ubicación del archipiélago, claro que si el miedo, el tedio o los caudillos de la negación no lo paralizan antes.

Obiang (click)

Mariano Rajoy ha estado esta semana en Guinea Ecuatorial. Es el primer jefe de gobierno de nuestro país que visita la única ex colonia española en el África Subsahariana en 23 años, tras el viaje de Felipe González en 1991. La ocasión ha venido dada por la celebración de una de las grandes cumbres de la Unión Africana (UA) en Malabo y, mientras los informativos daban la noticia encabezándola invariablemente con el ya cansino binomio dictador-Obiang, los despachos de prensa que salían de La Moncloa también iban precedidos de las razones que han empujado a nuestro insigne mandatario blanco a cruzar la línea roja y adentrarse en la cueva negra.

Entre los argumentos destacan dos: que no ha sido el tirano quien le ha invitado, sino la propia UA a través de su presidente de turno, es decir, el jefe del estado, y también militar ex golpista, de Mauritania, Mohamed Uld Abdelaziz; y que iba en busca de apoyos para que España forme parte del próximo Consejo de Seguridad de la ONU, institución multilateral que además tiene desde el pasado miércoles una flamante sede en la capital ecuatoguineana, construida por el gobierno local e inaugurada a bombo y platillo por su secretario general, Ban Ki-Moon

Tampoco ninguno de los presidentes de gobiernos, jefes de estado ni de los cientos de ministros, altos cargos y representantes de instituciones procedentes tanto de las 54 naciones del continente vecino como de medio mundo han puesto el grito en el cielo por pisar la tierra del dictador-Obiang, quien por cierto es el máximo benefactor hoy en día de la organización panafricana y, por extensión, del panafricanismo. Todos han departido con él en el Palacio de Congreso de Sipopo, un portento de la arquitectura moderna en la región.

Ahora bien, ni por asomo quien escribe estas líneas breves pretende defender lo indefendible, como tampoco lo haría con muchos de los presidentes africanos que estos días se han sentado en Malabo para crear los instrumentos necesarios con que abrir la puerta a la nueva África, como el establecimiento de una zona de libre comercio para 2017, y que en líneas generales no son mucho más democráticos que el dictador-Obiang, como, sin ir más lejos, nuestro vecino de Gambia, Yahya Jammeh, a quien casi ningún español conoce, aunque quizás haya viajado a ese país para pasar unas vacaciones exóticas a precio de ganga.

Creo que siempre estamos con la misma cantinela del dictador-Obiang para no tomar el toro por los cuernos y mirar de frente a nuestro pasado, a nuestra provincia de antaño, a nuestros ex paisanos negros, y tratar de entender qué es África, y qué es Guinea Ecuatorial, siempre tan lejos. Y por eso, nada nuevo bajo el sol. Click.

Medias verdades

La manipulación de los asuntos públicos es un hecho con el que convivimos ya con total naturalidad en las sociedades desarrolladas. Se podría decir que nos hemos acostumbrado a mirar debajo de las alfombras por precaución cada vez que se produce una afirmación que nos atañe directa o indirectamente.

Estimo personalmente que un titular de un periódico difícilmente es creíble plenamente hoy en más de un 30 o 40 por ciento de las veces, como frontispicio de una secuencia de valores o intereses cocinados frecuentemente entre palabras ambiguas, sentidos oblicuos o matices a medias. Nos solemos dar de cara contra titulares maximalistas que desembocan a menudo en una balsa de líneas procelosas que buscan, consciente o inconscientemente, desorientar al lector para simplemente, o simplonamente, llevarlo al punto que el comunicador quiere.

Resumiendo, la noticia pierde a pasos agigantados credibilidad, quizás como reflejo del descrédito del resto de los estamentos sociales, entre los que destacan, como paradigma de la cosa, la política y los políticos, que retuercen a uno el estómago solo con oírles hablar como loros.

Es tiempo pues de grandilocuencias, aspavientos y exclamaciones en las que el factor publicitario obsesivo ha pasado de la anécdota superficial a formar parte del tuétano del mensaje informativo de una manera casi indivisible. Es tiempo de sentencias tajantes y afirmaciones vacuas cargadas de intención. Es tiempo de magias potagias llevadas al paroxismo de lo cotidiano y, lo que es más preocupante, al terreno de la verdad pura.

Muchos recordamos todavía que la mentira fue un escarnio para quien era descubierto con ella a cuestas, y la palabra dada, un sello potente avalado por la integridad publica del que la entregaba. Hoy no. Ese crédito se evaporó y, por si fuera poco, han emergido mientras tanto las redes y otras medianías de internet, de tal forma que el guirigay es ya un ruido ensordecedor que se desparrama por las barranqueras del lenguaje.

Por eso me parece muy peligrosa la ligereza con la que comienza a hablarse de asuntos tan importantes como el tercer mundo o, mucho más cerca, África, donde para no pocos enciclopédicos del “post” la inmensa mayoría de los gobernantes son sátrapas, dictadores o asesinos, cuando no brutos, mafiosos, traficantes y gentes de mal vivir: la hez del planeta. Y es que no cabe mayor peligro que la verdad edificada sobre la ignorancia, sobre todo cuando atañe a comunidades en desarrollo que intentan avanzar en este mundo de intereses falsos que hemos creado sin dejar de lado los valores originales que ya nosotros ni recordamos.

¿Kentuky?

Miles de expertos y productores agrícolas se reunieron esta semana en Frankfort, la capital del estado norteamericano de Kentuky, para debatir sobre los horizontes del sector primario en el mundo. Esta cita con la reflexión y el intercambio de información y criterios bajo el epígrafe de “El futuro del agro” no es nueva porque que se trata de la edición número treinta del foro, por lo que cabe interpretar que el simposio ha visto pasar en tres décadas ya muchos acontecimientos relacionados con las disciplinas del campo, como, sin ir más lejos, la progresiva capacitación, competitividad y empuje de Sudamérica en las labores de la tierra.

Allí, en esa ciudad estadounidense de cultivos, ganados y caballos, parece ser que, aparte de que volaron muchos datos entre los empresarios, científicos y técnicos de más de 60 países, incluidos China y los denominados “tigres asiáticos”, al final tuvieron que girar unánimemente la cabeza hacia África. Y lo hicieron porque cada vez emerge con más fuerzas las características de un continente que alberga el 60 por ciento de las tierras cultivables no explotadas del planeta y en el que el 50 por ciento de su población es menor de 25 años, aparte de que la ONU predice que para 2050 las regiones subsaharianas habrán aumentado su generación de alimentos hasta un 60 por ciento, mientras que Iberoamérica tendrá que conformarse “solamente” con un incremento del 40%. 

Casualidad o no, una de las estrellas invitadas más celebradas este año fue la nieta del artífice de la Revolución Verde de los años 60 del pasado siglo, Norman Borlaug, a quienes muchos denominaron como “el hombre que salvó mil millones de vidas” porque innovó para obtener hasta cinco veces más producción que la que se lograba con los métodos tradicionales, aplicando nuevas prácticas, como los monocultivos y mucha agua, fertilizantes y plaguicidas, que sirvieron para sacar a países como India de una hambruna casi masiva en aquellos tiempos, eso sí, con las correspondientes críticas conservacionistas que siguen formulándose todavía hoy contra su hazaña.

Al concluir la multitudinaria reunión, la mayor parte de los asistentes debieron salir de allí seguramente rumiando la misma premonición que la de un paisano yankee afincado en Ghana, un tal Evans, que dijo en alto que África es la “próxima frontera” para la producción agropecuaria, si bien con la coletilla consabida de la difusión de los medios de comunicación y su regusto por las noticias trágicas. El último ponente, que era chino, el señor Wenge, apostilló que lo importante son los recursos naturales y que de eso el continente negro tiene mucho. Toda una declaración de intenciones de dos exponentes de las dos grandes potencias mundiales. ¿O no?

Rostros

"Si educas a un niño preparas a un hombre, si educas a una niña preparas un pueblo".

Con esta bonita máxima, dicen que de algún lugar del continente cercano, finalizaba el pasado jueves la presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, su intervención en el foro denominado “África en Progreso. Construyendo el futuro”, en Maputo, la capital de Mozambique, apenas unas horas después de que la institución reguladora multilateral emitiera su último informe de recomendaciones para España, un nuevo decálogo, calcado de otros anteriores, impregnado de la doctrina ultraliberal acostumbrada, que es el santo y seña de este organismo mundial, pero también del resto de los creados a través de los Acuerdos de Bretton Woods (1944), pactados a capella entre Estados Unidos y el Reino Unido para reconstruir la Europa de los consumidores tras la Segunda Guerra Mundial. Y así seguimos.

Lo cierto es que la bronceada política francesa lamentaba que la riqueza en los países africanos se concentrara en pocas manos, pues supone, dijo, el principal obstáculo para aspirar a un nuevo futuro en el continente, o que los beneficios de las industrias de extracción de materias primas locales no consiguieran llegar a la población, o que no se debe construir la casa sin pensar en la gente que la habita.

Con todo ello podría haber entonado la presidenta del FMI ese “mea culpa” nunca pronunciado, pero ha preferido envolverlo, como siempre, en la parábola buenista de turno y en el paternalismo, en este caso maternalismo, de una persona que vive de lleno en la cima de ese selecto club de ejecutivos de alto rango, con unos emolumentos que harían las delicias de cualquier banquero, y parapetada tras un racimo de intereses, al socaire de esa falta de valores que ha ido a denunciar en uno de los estados prototipos de todo lo que aparenta denostar y en el que seguramente se hospeda a cuchillo y tenedor, codo con codo, con las autoridades locales.

Y es que la hipocresía del sistema económico mundial ya no da para más en esos rostros de piedra, mentirosos y podridos, que recuerdan a los del estadounidense Monte Rushmore, por enormes y duros. La señora Lagarde vino a sustituir a otro compatriota, el otrora orgiástico y delincuente peligroso Dominique Strauss Kahn, que estuvo a cargo de los mismos hilos de guante blanco que tanto contribuyen hoy en día a mantener vivo el soplete de la pirámide capitalista, un sistema que no solo asfixia ya al denominado tercer mundo, sino a la misma Europa de los derechos humanos.

Ellos junto a los banqueros sí que educan a sus hijos, faltaba más, aunque en colegios elitistas prohibitivos en los que les enseñan cómo mantener cerrado, generación tras generación, el círculo de la usura.