En no pocas ocasiones son los estereotipos los que marcan la
realidad africana que se proyecta en el exterior del continente, sobre todo en
Occidente. Tal es así que en muchos estudios en torno a esta parte -negra- de
la Humanidad ya se han acuñado términos tan recurrentes como el “afropesimismo”
y, su antónimo, el “afrooptimismo”, solo que en este caso sus acepciones no son
tan contrarias como pudiera parecer en principio. El primero se utiliza para
englobar la visión trágica, incluso apocalíptica, del presente y futuro de sus
gentes, inmersas continuamente en guerras, hambrunas, epidemias, catástrofes y
en una indolencia, o falta de interés por el mañana, irreverente hacia la
sociedad del progreso, la capaz raza blanca. De otra, el segundo es a menudo
esgrimido desde dentro para deconstruir la tesis precedente con razonamientos
que tienen que ver con el colonialismo, el saqueo de los recursos naturales,
las trampas del neoliberalismo imperante en el mundo y otras muchas causas de
un dominio externo que ha dejado como germen en las comunidades locales a los
dictadores, las fugas de capital ejercidas por las élites y una deuda externa inabarcable.
De la misma forma se aplican los clichés de la cooperación al desarrollo a
través de los antagónicos “exogenismo” y “endogenismo”, que equivalen, por ese
orden, a la acción de colaborar en la necesaria evolución del “primitivismo"
hacia cotas aceptables de orden social y económico y, por el contrario, a la imposición
de las recetas de Bretton Woods en forma de democracia y economía de mercado
como única forma universal de civilización. En medio de este escenario de
desencuentros, los años han ido pasando desde que las metrópolis europeas
abandonaron por los años 50 y 60 sus posesiones africanas y el continente
continúa, no obstante, registrando tasas importantes de pobreza, enfermedades
fácilmente superables que causan ingentes cantidades de muertos y una
resistencia difusa a la organización política y económica que tira por los
suelos los sueños panafricanistas de próceres como Kwame Nkrumah, el primer líder
de las independencias y presidente de la primera nación subsahariana en
alcanzar la soberanía, Ghana. Los países africanos avanzan, de eso no cabe la
menor duda, pero lo hacen a la sombra del poder extranjero, un bucle que ha sido
endogámico hasta hoy porque ya ha llegado la globalización y la rebelión de los
invisibles, y a pesar de que muchas veces han estado atravesados también por los
intereses de esas lanzas que pueden llegar a ser las multinacionales, una doble
moral que anega de petróleo grandes extensiones de territorio, que mata si es
necesario y que se exhibe en los parqués de las sociedades progresistas a
renglón seguido ostentando la bandera de las grandes obras benéficas.