Ruanda

Estos días se cumplen veinte años del inicio del genocidio de Ruanda, un acontecimiento espeluznante situado ya en un lugar prominente del inventario de los hechos más siniestros de la historia reciente de la Humanidad, junto al Holocausto. Algo más de medio siglo separan ambas tragedias, similares, en cuanto a la apertura de esa rendija irracional que es necesario vigilar estrechamente para que las nuevas generaciones asuman que nunca se cierra del todo, pero también muy distintas, dado que el último de esos episodios se desarrolló en medio de la más absoluta modernidad, con organizaciones multilaterales y sistemas de comunicación e información globalizados, como ocurrió con la última guerra de Los Balcanes, entre 1991 y 2001, con más de 200.000 víctimas mortales. En el país africano, en solo tres meses, entre abril y junio de 1994, unas 800.000 personas murieron masacradas en un escenario disparatado de rencores antiguos, avivados o tolerados por el desdén de los intereses de las metrópolis que, en el mejor de los casos, miraron hacia otra parte. Durante semanas millones de ruandeses huyeron en todas direcciones hacia las fronteras o confiaron en familiares, amigos y vecinos que en muchos casos les delataron y pusieron en manos de los verdugos. También las iglesias se convirtieron en trampas para miles de ciudadanos, generalmente católicos, que confiaron en que allí estarían protegidos y terminaron incinerados vivos por las milicias radicales, a veces con la colaboración de los propios sacerdotes y monjas. Tampoco los que lograron escapar se libraron de otras muchas formas de persecución, que en el caso de las mujeres se saldó con violaciones masivas u otras aberraciones ignominiosas infligidas como herramientas añadidas del terror. Los más afortunados llegaron a campos de refugiados abarrotados de miseria, como el de Goma, en la R.D. Congo, antigua Zaire. Machetes, palos, azadas y cuchillos fueron las armas más utilizadas en el multitudinario plan de exterminio que dejó calles, aldeas y carreteras bañadas de sangre, una muerte que sobrevoló el país jaleada por las ondas de una radio henchida de odio. Evito concientemente nombrar los clanes, que no etnias, de una nación agrícola y ganadera, y a los dirigentes de aquellas potencias que vetaron una intervención de la ONU que llegó finalmente demasiado tarde. Y porque, de una otra manera, la tragedia continúa en esa turbulenta región de los Grandes Lagos casi por los mismos factores que precipitaron el desastre de entonces: subdesarrollo, valiosos recursos naturales e intereses de un poder económico mundial deshumanizado que continúa descarrilando impunemente la justicia, la paz y la esperanza de los pueblos.

La visita

No pensaba decir nada de él. No esta vez. Sobre todo después del partido de fútbol. Y porque es un monstruo, así de claro; como los jugadores, que parecían monos corriendo detrás de la pelota solo para magullar adrede a los nuestros, tan bien vestiditos y guapos. Está claro que los demonios vienen del sur y hay que cerrar todos los postigos para que no entren. Cruz perro maldito. Por eso mejor no invitarle expresamente. Y si viene, lo ocultamos y nos desmarcamos, que no está la cosa para que se nos levante el pueblo. Además, acuérdate cuando vino el otro, el de Ruanda, al que Zapatero no quiso recibir en La Moncloa porque se llenaron las redes sociales de bramidos, ¿te acuerdas?, un tal Kagame, por lo que cuentan un genocida, una bestia, incluso ahora que, por casualidad, parece ser que preside ese país que se ha convertido en un ejemplo de concordia social y progreso para toda África. Una carambola, simplemente, porque el alma sigue siendo negra negrísima, y encima ha sido declarado uno de los hombres más feos del mundo. Qué se puede esperar de alguien así. Dicen que éste de Guinea Ecuatorial se ha convertido en el nuevo Gadafi y que es uno de los máximos impulsores de la Unión Africana. Boberías. Este año se ha gastado el dinero de los ciudadanos, pobres de solemnidad, en foros de debate en ese enorme palacio de congreso que ha construido, el de Sipopo, fíjate tú qué nombre, y hasta han ido representantes del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para asesorarle sobre cómo diversificar la economía para no depender tanto del petróleo, por si la Humanidad cambia de rumbo y se centra en las energías renovables. Entonces, de ser el tercer productor subsahariano, tendría que volverse de nuevo a la selva con el resto de las tribus y con las migajas que les dejamos cuando nos fuimos de allí, en 1968, corriendo como gacelas; bueno, corriendo, no, en nuestros barcos; y los dejamos en manos de aquél Macías, otro asesino, un salvaje bruto y de malos instintos. Mejor no mezclarnos, aunque si hay que ir se va, escondidillos, porque ya sabemos que a la vuelta las redes, las tertulias y los periódicos nos fríen, y no está la cosa para que nos frían; que ya tenemos bastante con toda esa morralla que nos entra por las verjas de Ceuta y Melilla y con la polémica de las cuchillas que hemos incrustado para pararlos. Que lo hagan los marroquíes, que para eso les pagamos, y que los devuelvan al desierto esposados de dos en dos. Nosotros no sabemos nada. En fin, Mariano, menos mal que todos los días no se muere Adolfo Suárez y tampoco se empeña en venir el siniestro Obiang ese a homenajearle y a jodernos nuestra buena conciencia.