Cooperación universitaria


El acercamiento al continente africano es una senda irreversible para la comunidad internacional, al margen de las crisis económicas puntuales y otros fenómenos de frecuencia periódica. Es un hecho que las potencias mundiales, como los Estados Unidos y la UE, y las emergentes, como las que componen el BRIC, con la relevancia destacada de China, articulan sus políticas exteriores de aprovisionamiento de materias primas y comercio teniendo muy en cuenta a los países subsaharianos, de tal forma que muchos expertos consideran que África jugará un papel muy importante en el presente siglo. Asimismo, es insostenible la concepción de un mundo en eterno desequilibrio –no es natural- en el que una parte de él avanza vertiginosamente hacia la globalización económica, social, política y tecnológica, y otra, que representa la quinta parte del planeta en superficie y la sexta en demografía, permanece al margen, empobreciéndose progresivamente y alejándose de los objetivos universales del bien común. En este escenario, y dada su posición geográfica, Canarias está llamada a jugar un papel cuya dimensión y protagonismo está aún por determinar, a la espera de la orientación y eficacia de nuestras instituciones públicas y de que nuestros empresarios sepan rentabilizar los fondos de cooperación que ponen en juego los organismos de la ONU, Europa, el FMI o el BM; muchos millones de dólares y euros destinados a coadyuvar el despegue de civilizaciones estancadas en culturas milenarias. La ecuación que componen la pobreza, los recursos naturales y los casi mil millones de consumidores en potencia demanda la inclusión de un factor todavía incierto que, como solución, diluya la resistencia de los africanos a ingresar en el desarrollo; en cualquier caso, un galimatías que conviene ir desentrañando para establecer estrategias multinacionales de actuación. Por lo tanto, es muy conveniente que contemos con expertos e intelectuales que conformen la vanguardia que necesitan las organizaciones multilaterales para invertir sus esfuerzos con puntería, dado que es público y notorio que dedican mucha energía y medios a recapitular constantemente en torno a la máxima de enseñar, más que entregar. En este punto, ciertamente se echa de menos la contribución decidida de las Universidades canarias que, exceptuando solitarios, embrionarios y loables esfuerzos casi unipersonales, no terminan de creerse el futuro que se abre para nuestra comunidad desde las orillas de nuestras costas, con la llegada de esas incesantes “ilíadas” del siglo XXI, y que nos hacen desgraciados por no poder actuar contra las tragedias de miles de jóvenes que no ven otra alternativas de porvenir que el de jugarse la vida en el océano. Aparte de ser un compromiso moral, las instituciones académicas del Archipiélago por antonomasia tienen la oportunidad histórica de dirigir sus periscopios hacia la diversidad africana para marcar el camino al resto de la Humanidad, en el insólito reto de dar visibilidad a ese quinto continente, fundando especialidades, currículos y, por qué no, cátedras, que iluminen ese faro y reclamo para los estudiantes y profesores del resto de las prestigiosas universidades del planeta. Ya quisieran para sí Harvard o Cambridge estar en esta disposición geoestratégica que avala todo un campo de investigación, tan basto e inabarcable como son la historia –tan desconocida-, culturas, humanidades, economías, artes, etnografías, lenguas y otras muchas especialidades del gran abanico multidisciplinar del continente vecino.