Médicos Sin Fronteras se va de Marruecos. La organización lo
ha anunciado esta misma semana, vencida, por lo visto, por el hartazgo, o la
impotencia, de ver que la situación de los inmigrantes subsaharianos se agrava
por el bloqueo sine díe en el que se encuentran y por el recrudecimiento de la
beligerancia con la que son tratados por la policía, según expone en su informe
titulado “Violencia, vulnerabilidad y migración: atrapados a las puertas de
Europa”. La escena no es nueva y viene dada, a nadie se le escapa, por las
grandes y graves diferencias entre los niveles de vida del norte y el sur en
todo el mundo, y por el férreo control y sellado de las fronteras entre ambos
hemisferios, ejercidas por sociedades contrapuestas en sus expectativas de
progreso. Las imágenes de estos desheredados viviendo de cualquier manera en
los bosques del norte de África, a base de cartones y despojos, escapando
continuamente del acoso de las fuerzas de seguridad y sin los más mínimos medios
de subsistencia, no distan mucho de las de los campos de refugiados de los
países más pobres del planeta, algunos de los cuales están entre los 54 estados
del continente vecino. Claro que es muy fácil hablar de la represión de las
autoridades marroquíes, cuando obedecen a las políticas desplegadas por los
vecinos ricos, que no quieren ver ni en pintura cerca de sus verjas fronterizas
a estos seres humanos, a través de acuerdos de cooperación que implican el
reforzamiento de la vigilancia, tanto por tierra, mar y aire, para que no se nos
cuelen como cucarachas. El pacto entre Marruecos y España contra el “crimen
transfronterizo” es un cajón de sastre donde cabe cualquier acción o medida que
consiga detener el impulso de muchos hombres y mujeres, casi todos muy jóvenes,
para alcanzar una dignidad que se les ha venido arrebatando en sus lugares de
orígenes por las grandes multinacionales, gobiernos y organizaciones, que
esquilman sus recursos naturales o sus tierras, cuando no las compran a precios
irrisorios con el fin de cultivar biocombustibles con que alimentar sus
desarrollos o producciones agrarias con que sostener a sus poblaciones
acomodadas. Ese crimen del que tratan los gobiernos de Madrid y Rabat tiene que
ver con la desesperación causada por la desesperanza y con la prostitución a la
que deben someterse las jóvenes y niñas que han intentado una y otra vez
acceder a Europa, cuando no son violadas por las propias mafias que se
aprovechan de la situación de indefensión absoluta en la que se encuentran. Ese
crimen tiene que ver con la hipocresía con los que nuestros mandatarios enarbolan
eufemismos que esconden un auténtico genocidio, el de la indiferencia sobre
unas personas que viven en el peor de los limbos: condenadas a morir por el simple
hecho de existir.