Miles de expertos y
productores agrícolas se reunieron esta semana en Frankfort, la capital del
estado norteamericano de Kentuky, para debatir sobre los horizontes del sector
primario en el mundo. Esta cita con la reflexión y el intercambio de
información y criterios bajo el epígrafe de “El futuro del agro” no es nueva
porque que se trata de la edición número treinta del foro, por lo que cabe
interpretar que el simposio ha visto pasar en tres décadas ya muchos acontecimientos
relacionados con las disciplinas del campo, como, sin ir más lejos, la
progresiva capacitación, competitividad y empuje de Sudamérica en las labores
de la tierra.
Allí, en esa ciudad estadounidense de cultivos, ganados y
caballos, parece ser que, aparte de que volaron muchos datos entre los
empresarios, científicos y técnicos de más de 60 países, incluidos China y los
denominados “tigres asiáticos”, al final tuvieron que girar unánimemente la
cabeza hacia África. Y lo hicieron porque cada vez emerge con más fuerzas las
características de un continente que alberga el 60 por ciento de las tierras
cultivables no explotadas del planeta y en el que el 50 por ciento de su
población es menor de 25 años, aparte de que la ONU predice que para 2050 las
regiones subsaharianas habrán aumentado su generación de alimentos hasta un 60
por ciento, mientras que Iberoamérica tendrá que conformarse “solamente” con un
incremento del 40%.
Casualidad o no, una de las estrellas invitadas más
celebradas este año fue la nieta del artífice de la Revolución Verde de los
años 60 del pasado siglo, Norman Borlaug, a quienes muchos denominaron como “el
hombre que salvó mil millones de vidas” porque innovó para obtener hasta cinco
veces más producción que la que se lograba con los métodos tradicionales, aplicando
nuevas prácticas, como los monocultivos y mucha agua, fertilizantes y
plaguicidas, que sirvieron para sacar a países como India de una hambruna casi
masiva en aquellos tiempos, eso sí, con las correspondientes críticas
conservacionistas que siguen formulándose todavía hoy contra su hazaña.
Al
concluir la multitudinaria reunión, la mayor parte de los asistentes debieron
salir de allí seguramente rumiando la misma premonición que la de un paisano
yankee afincado en Ghana, un tal Evans, que dijo en alto que África es la “próxima
frontera” para la producción agropecuaria, si bien con la coletilla consabida de
la difusión de los medios de comunicación y su regusto por las noticias
trágicas. El último ponente, que era chino, el señor Wenge, apostilló que lo
importante son los recursos naturales y que de eso el continente negro tiene
mucho. Toda una declaración de intenciones de dos exponentes de las dos grandes
potencias mundiales. ¿O no?