Remesas

Aunque atribuyen a Pitágoras la primera hipótesis sobre la esfericidad de la Tierra, allá por el año 568 antes de Cristo, fueron Magallanes y Elcano los que se encargaron de demostrarlo en la circunnavegación del mundo entre 1519 y 1521. Está bien recordar esto ahora que concluye una semana en la que hemos asistido a grandes acontecimientos científicos, tanto astronómicos, con el registro de la inflación del cosmos tras el Big Bang, como bioquímicos, a través de varios hallazgos muy prometedores contra el cáncer y otras enfermedades, eso sin adentrarnos en las nuevas tecnologías, que llevan ya una adición continua de progresión exponencial cada microsegundo. Ese tejido que aparece ocasionalmente ante nuestros ojos nos tendría que llevar a otras tesis que afectan mucho a nuestra vida diaria y a la del restos de los humanos en esta bola solitaria en medio del Infinito. Actualmente ya todos aceptamos que el planeta es redondo y nadie se cuestiona que, si sales rumbo al este en cualquier embarcación, retornarás al mismo punto de salida siguiendo en línea recta un trayecto en tiempo variable, según factores aleatorios de andar por casa. Muchas conclusiones podrían aflorar hilvanadas a esa realidad continua que nos contiene si no dejáramos de lado cada vez más la reflexión para dedicarnos a uno de los pasatiempos preferidos del ocio: mirarnos el ombligo. Lo cierto es que todo retorna tarde o temprano en este Universo que parece fluir en movimientos parabólicos, que es lo que a la postre sustanciaría su unidad y estabilidad. El gran problema surgió estos días con una afirmación inquietante, la del sabio Stephen Hopkins, que a grosso modo asegura que en cien años, si no somos capaces de colonizar otro planeta, desaparecerá la Humanidad y, claro, también nuestros ombligos. Fue un alivio cuando cayó en mis manos un informe firmado por el periodista William Gumede sobre las remesas de los inmigrantes, porque parece cerrar el círculo de la lógica de la existencia. Claro que en ese flujo de la sostenibilidad vital que pende del hilo cuantificado por Hopkins también se encierra la solución a un desenlace que parece inexorable: la descomposición. Dice Gumede que los giros económicos que envían los emigrantes a sus familias en los países pobres son los que, a través de concienzudas cifras, contribuyen más que ninguna otra cosa a los desarrollos nacionales. Se trata de una de las grandes paradojas de este ser que rueda inexorable hacia la autodestrucción debido a unas barreras y desproporciones que romperán el equilibrio que finalmente nos precipitará a la Nada, donde las vallas distan mucho de ser universales.

Libertades

La aprobación reciente de la denominada ley antigay en Uganda por parte de su presidente, Yoweri Museveni, ha sido la gota que ha colmado el vaso no solo para este colectivo sexual universal, sino también para una gran parte del activismo social, siempre vigilante (un alivio), especialmente sensibilizado con este derecho a la libertad individual de cada cual. Y no es para menos. De los 54 países que conforman África, al menos en 38, más de la mitad, la homosexualidad está perseguida, incluso en algunos con la pena de muerte, como en la vecina Mauritania. Se trata de una incidencia alta de este fenómeno si se tiene en cuenta que a nivel mundial son 78, de 193, las naciones que criminalizan en sus leyes las relaciones del mismo sexo entre adultos, si bien con casos tan anacrónicos como el de Rusia. Lo que está claro a estas alturas es que el derecho a los derechos humanos propugnados por la comunidad mundial en la Declaración de las Naciones Unidas no es para nada mayoritario en el planeta, en unas proporciones que suelen coincidir precisamente con otros factores paralelos, como son el desarrollo económico y, por tanto, social de las dos terceras partes de una Humanidad, que parece avanzar sospechosamente de forma asimétrica al resto. Llama la atención que a menudo la represión institucional venga acompañada de coacciones a grandes sectores de la comunidad, como ha ocurrido en la propia Uganda, donde también se castiga a aquél o aquella que no delate a quien en su círculo familiar o de amistades pudiera responder al perfil difuso de esta diversidad sexual. De hecho, un periódico de Kampala ha publicado de inmediato una lista con los nombres de un centenar de homosexuales elevando así el clima a niveles terroríficos. Es tal la virulencia de esta persecución en el continente que el Premio Nóbel de la Paz sudafricano Desmond Tutú no ha dudado en comparar este drama con la liquidación de las minorías por parte de los nazis. Ni se me ocurre poner en cuestión a estas alturas la razón fundamental para que las ligas, colectivos y demócratas de todos los rincones del mundo griten consignas y desplieguen banderas multicolores (incluso he visto alguna infografía en la que aparece la silueta del continente envuelta en la enseña del movimiento homosexual), pero personalmente no desligo esta cuestión del desfase pleno que África tiene en todos los sentidos respecto a las sociedades desarrolladas debido a sus siglos de primitivismo. Una vez más entiendo que no llegamos a asimilar la realidad de una situación que nos sobrepasa y que está en manos de un destino que tiene mucho que ver con las aperturas de todas las fronteras para universalizar el progreso y la convivencia de todas las libertades.