Siembra tecnológica




A medida que el mundo avanza, África retrocede. Esta paradoja parece ser corroborada cada día por las cifras de pobreza creciente que manejan las organizaciones multilaterales y agentes de la cooperación al desarrollo. Sin embargo, el hecho de que esto esté sucediendo en la era de las nuevas tecnologías -un factor que irrumpe en la humanidad con fuerza y que está creando múltiples esferas relacionales sin fronteras- apunta a que todavía no estamos aplicándolas en toda su extensión para el bien común y para equilibrar los desfases que se producen de forma asimétrica debido al flujo dominante de las economías de mercado. Creo firmemente que hoy gozamos de los medios necesarios para revertir gradualmente la deriva crónica de los africanos, y que esas tecnologías de la información y la comunicación son unas herramientas oportunas para llegar a una población caracterizada por una gran masa diseminada, desabastecida, desinformada y no educada en las reglas de las colectividades evolucionadas para interactuar entre sí, en base a bienes, derechos y servicios comunes. Es más, el denso territorio africano puede ser tomado como un laboratorio propicio para las aplicaciones de las energías renovables, en función del gran caudal de horas de sol, vientos y mareas, capaces de proporcionar los medios básicos necesarios para que las comunidades más necesitadas ingresen en la senda de la existencia cibernética. También hay que tener en cuenta que las políticas de cooperación al desarrollo, tal y como las hemos conocido hasta la fecha, con la inversión de importantes cantidades de dinero que suelen quedarse en acciones blandas y marginales o en las manos de las clases dirigentes, han rebotado una y otra vez contra la muralla de la idiosincrasia africana, consolidada en inercias milenarias. Si esto es así, no sería descabellado intentar esa vía alternativa y complementaria de inversiones proporcionadas de capital, de las que podrían beneficiarse empresas de Canarias, para llevar a aldeas señales de lo que ocurre fuera de sus reducidos entornos aislados, e incluso sopesar la posibilidad de programar actividades formativas “online”, como las que despliegan hoy en día centros de estudios de todo el mundo. Todo el que ha visitado algún país del continente vecino sabe que en el lugar más recóndito puede surgir una antena parabólica, una ventana abierta a lo que ocurre en el resto del planeta. Reconozco que sueño con un continente que florece desde las bases poblacionales hacia arriba, y no al revés, porque esas sociedades son eminentemente solidarias, comunicativas y cercanas, y sólo les falta la conciencia del mundo en que vivimos, la cultura del trabajo organizado, la política y la justicia social recíproca, para que en algunos años, con información y formación, despeguen de sus costumbres contemplativas y de su dejación generalizada con las responsabilidades públicas y nacionales. En última instancia, las nuevas tecnologías pueden sortear también la resistencia de las élites dominantes a soltar el control autoritario y alienante para hacer germinar la semilla de una nueva África sobre el terreno, sembrado con inteligencia por un conjunto de avances de ida y vuelta que nos traigan la mirada y el rostro oculto de millones de humanos desheredados del concierto de las sociedades de la comunicación.

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