Inercias


Resulta imposible comenzar este comentario sin rendir un recuerdo a la memoria de la premio Nobel keniata Wangari Muta Maathai, que murió el pasado lunes a los 71 años víctima de un cáncer de huesos. Con ella se cumple la excepción a la regla de las personalidades desconocidas del continente vecino, pues, junto a Nelson Mandela y algunos pocos más, como el igualmente galardonado en Literatura por la academia sueca, Wole Soyinka, despunta en medio de un limbo invisible y ambiguo, nutrido de figuras insólitas, héroes, intelectuales, artistas y revolucionarios humanistas, anónimos para el resto del mundo habitado.

También ha llegado el momento de desdecirme de un artículo que escribí una vez en este mismo periódico en el que dudaba de la posibilidad de materialización del conocido como Cinturón Verde, un proyecto multinacional que pretende levantar una franja vegetal a las orillas del desierto, desde el Atlántico hasta el Índico, para frenar su avance, que propaga la sequía y, por tanto, el ahogo de los cultivos, y que desemboca en la hambruna y la pobreza, esa lacra tan extendida en esas regiones limítrofes del Sahel y de las que ahora mismo es sórdido exponente el Cuerno de África. Y lo hago precisamente porque Maathai fue, con su tesón y liderazgo, una de sus principales impulsoras, quien llegó a promover la plantación de millones de árboles, dejando tras de si un potente movimiento que, de seguir su ejemplo, ahora sí estoy seguro, será capaz de terminar levantando tan colosal empresa.

Estos días he tenido el privilegio y, por qué no decirlo, el gustazo de zambullirme en esa recoleta mezcla de sensaciones siempre cercanas que provienen de África y sus gentes, con motivo de la celebración del Salón Internacional del Libro Africano, que reunió a una generosa representación de autores de esas letras cargadas de oralidad, tradición, autenticidad y lírica, y que conforman el universo de la creación literaria continental. Allí se respiró la negritud y sus múltiples ecos, modernos signos y expresiones esculpidos desde la antigüedad más arcaica y que desembarcan en este mundo actual -el de este lado-, regido por las urgencias, la economía y el control del futuro; al que se intentan adaptar estos exploradores de la escritura sin perder, ni poderlo hacerlo la mayoría de las veces, la pátina ancestral que da sentido a su historia y a su razón de ser desde la noche de los tiempos.

Y me quedé pensando, con las huellas ya casi borradas en la arena del SILA, que si bien es cierto que África es esa gran desconocida, asimismo lo son todas esas personas que, estando implicadas en los gremios de la cultura, de la política y las universidades de Canarias, no se dignaron ni perdieron su tiempo en aproximarse a un expositor de sentimientos y creencias muy distintas a las nuestras, aunque procedan de un territorio que se yergue a menos de cien kilómetros de nuestras costas. No tuvieron la más mínima curiosidad por lograr entender lo que ocurre tan cerca ni a quienes muchas veces han recalado en nuestras playas y riscos montados en chalupitas de inflar con el resuello desfallecido.

Concluyo en que son las inercias y no las personalidades las que nos llevan a levantar los muros del planeta, esos que no se ven pero que desvían el curso de las aguas y secan los lagos que han alimentado a la humanidad desde los tiempos más remotos, desde su nacimiento en algún lugar incierto del continente de ahí al lado.

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