Deudas envenenadas


La situación generalizada de crisis por la que pasa actualmente el mundo desarrollado puede que obedezca no sólo al ámbito meramente numérico, económico y financiero de los mercados internacionales, sino que es posible que se deba también a otros aspectos que hemos venido olvidando secularmente, como el sentido de la humanidad y los valores que debemos anteponer al puro mercantilismo de poseer y amasar riquezas por que sí. Es más, es argumentable que el sólo sentido del materialismo denota incultura, insensibilidad y ferocidad, una incongruencia que nos arrastra a todos a un escenario alienante y de desconfianza permanente, donde nadie se fía de nadie y en el que debemos aceptar un papel obligatorio de defensa permanente.

La esperanza es que este tremendo varapalo, que como siempre sufren más los más necesitados, sea el antesala del fin de esta revolución de los necios a la que asistimos, como inicio de la vía de los humanismos que dejamos atrás hace mucho tiempo. Que surja el nuevo hombre de las cenizas del neoliberalismo aberrante en el que nos hemos movido en los últimos decenios es cuestión de una sucesión de carambolas que algunos esperamos con serena resignación.

Las clases pobres de cualquier sociedad, las desheredadas, espiritualizadas (lo único que les queda) y pacientes, equivalen a unos 2.800 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, que viven con menos de 2 euro al día, y no vamos a ninguna parte sostenible si no ofrecemos una perspectiva de mayor amplitud de pensamiento a las futuras generaciones para que pongan fin a tanto despropósito.

Cuando hablamos de esos pueblos del tercer mundo, como África, suelen darse fugas inaceptables que relacionan el subdesarrollo con la incapacidad de grandes bolsas humanas para organizarse y crear sus propias estructuras de progreso. ¿Qué evolución puede alcanzar esos países empobrecidos del continente vecino cuando reintegran automáticamente a los prestamistas internacionales, como el FMI o el BM, 50 céntimos por cada euro a título de pérdidas relacionadas con los términos del intercambio? Eso sí, parece que el acuerdo es unánime en los foros del conocimiento respecto a que la responsabilidad de la inanición de esos pueblos es sólo de los gobernantes locales, que han copiado el modelo que sus metrópolis colonizadoras dejaron una tras otras cuando se convencieron de que la negritud es de otro planeta.

Algunas figuras intelectuales africanas, como la política y escritora maliense Aminata Traoré, se preguntan, muy al contrario, por la deuda envenenada que Europa tiene con el continente vecino, y reclama que la esclavitud desempeñó un papel decisivo en la acumulación del capital necesario para la construcción de nuestra economía tal y como hoy la conocemos. Dice Traoré que la masa monetaria que supuestamente deben a los países occidentales ya ha sido reembolsada por triplicado.

En cualquier caso, existe un pensamiento africano que denota una lucha ciclópea por alcanzar una orientación posible al choque entre sus costumbres y creencias ancestrales y lo que vomitan las imágenes que llegan a través de las antenas parabólicas e Internet, que comienzan a sembrar el inmenso territorio subsahariano con sus productos inalcanzables que rebotan contra las paredes de ese círculo vicioso en el que se encuentran encerrados sin solución de continuidad.

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