¿Peligro amarillo?

Que China está cambiando la fisonomía de África es un hecho constatable, aunque todavía muchos expertos dudan que ese cambio sea beneficioso para el continente negro. Para otros, como el congoleño Mbuyi Kabunda, doctor de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid, la forma en que el gigante asiático se está moviendo entre los países vecinos es cuando menos lógica.

Conocí a Kabunda hace unos años, cuando le hice una entrevista en la que intentó convencerme de que lo que necesitaba África era algo así como una revolución para la consolidación del sector agrícola global con el fin de conformar el autoabastecimiento de los pueblos, como punto de partida para otros avances posteriores. Desde luego, me pareció una personalidad intelectual poderosa y totalmente convencida de que el panafricanismo era no sólo posible, sino necesario, en base a acuerdos multilaterales que habrían de prodigar un acercamiento a las necesidades reales de las regiones africanas.

Frente a las críticas generalizadas que desde Occidente recibe China por su irrupción creciente y salvaje en el continente, donde se aprovisiona de los recursos naturales que necesita para continuar con su imponente crecimiento, el profesor congoleño señala que esta potencia mundial al menos no está actuando de la misma manera que lo hicieron las antiguas naciones colonialistas, que impusieron economías rentistas y la explotación casi perversa de las riquezas locales, sino que ha condonado la deuda de una treintena de Estados, actúa de prestamista con tasas de reembolso blandas o nulas y se está convirtiendo en uno de los donantes más importantes de fondos para la cooperación al desarrollo; aparte de que está creando industrias para el tratamiento de las materias en sus puntos de origen, con la consiguiente utilización de mano de obra autóctona, y regala obras públicas, escuelas y hospitales a diestro y siniestro.

Hoy por hoy, el país asiático es el segundo importador de petróleo africano del mundo, después de EEUU, en tanto que unas 800 empresas procedentes de allí operan en 49 de los 54 Estados del continente. Además, según Kabunda, Pekín ofrece una cooperación de igual a igual a los africanos, sin condicionalidades y respetuosas con la soberanías nacionales, y los productos baratos que exporta han posibilitado que los ciudadanos accedan a bienes de primera necesidad que hace poco tiempo ni siquiera podían soñar. No obstante, dice el profesor que no se puede esperar que China cambie de la noche a la mañana las desigualdades históricas y estructurales creadas por Europa y los gobiernos poscoloniales.

Lo que está claro es que si uno de los intelectuales africanos cuya opinión es más oída y celebrada en los foros internacionales piensa así, es decir, que el gran país asiático puede llegar a ser el socio que necesita África para evolucionar sin interferencias artificiales e imposiciones como las que han desmadejado el continente, consecuentemente sus habitantes tienen que sentir algo parecido, con lo que podemos estar asistiendo a un hito importante en la evolución de sus pueblos y la disipación del “peligro amarillo” con el que han venido advirtiendo interesadas voces occidentales.

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