¿Deudas?




La situación generalizada de crisis por la que pasa actualmente el mundo puede obedecer no sólo al ámbito meramente económico y financiero de los mercados internacionales, sino que es posible que se deba también a otros aspectos que hemos venido olvidando en las últimas décadas, como el sentido de la humanidad y los valores que debemos anteponer al puro mercantilismo de poseer y amasar riquezas por que sí. Lo cierto es que la economía mundial se ha ido desarrollando como el “black jack” de un enorme casino o el póquer de unos cuantos tahúres que tintinean con las monedas encima de la mesa y donde la sensibilidad al parecer no juega ningún papel relevante. Es más, es argumentable que el sólo sentido del materialismo denota incultura, inconsciencia y ferocidad animal, una incongruencia que nos arrastra a todos a un escenario alienante y de desconfianza permanente, donde nadie se fía de nadie y en el que debemos aceptar un papel obligatorio de ataque y defensa permanente. La esperanza es que este tremendo varapalo, que como siempre sufren más los más necesitados, sea el antesala del fin de esta revolución de los necios, como inicio de la vía de los humanismos que dejamos atrás hace mucho tiempo. Que surja el nuevo hombre de las cenizas del neoliberalismo aberrante en el que nos hemos movido en los últimos años es cuestión de una sucesión de carambolas que algunos esperamos con serena resignación. Las clases pobres de cualquier sociedad, las desheredadas, espiritualizadas y pacientes, equivalen al 80 por ciento de los países aplastados que sólo disfrutan del 20 por ciento de las riquezas del planeta, y no vamos a ninguna parte sostenible si no ofrecemos una perspectiva de mayor amplitud de pensamiento a las futuras generaciones para que pongan fin a tanto despropósito y a este maldito juego de cartas trucadas. Cuando hablamos de esos pueblos del tercer mundo, como África, suelen darse fugas inaceptables que relacionan el subdesarrollo con la incapacidad de grandes bolsas humanas para organizarse y crear sus propias estructuras de progreso. ¿Qué evolución puede alcanzar esos países empobrecidos del continente vecino cuando reembolsan a los prestamistas internacionales e institucionales, por cada dólar, 1,06 dólares, de los cuales 0,51 céntimos son a títulos de pérdidas relacionadas con los términos del intercambio? Eso sí, parece que el acuerdo es unánime en los foros del conocimiento respecto a que la responsabilidad de la inanición creciente de esos pueblos es sólo de los gobernantes locales, que han copiado el modelo que sus metrópolis colonizadoras dejaron una tras otras cuando se convencieron que la negritud es de otro planeta. Algunas figuras intelectuales africanas, como la política y escritora maliense Aminata Traoré, se preguntan, muy al contrario, por la deuda que Europa tiene con el continente vecino, y reclama que la esclavitud desempeñó un papel decisivo en la acumulación primitiva del capital necesario para la construcción de nuestra economía tal y como hoy la conocemos. Dice Traoré que la masa monetaria que supuestamente deben a los países occidentales ya ha sido reembolsada por triplicado. En cualquier caso, existe un pensamiento africano que denota una lucha ciclópea por alcanzar una orientación posible al choque entre sus costumbres y creencias ancestrales y lo que vomitan las imágenes que llegan a través de las antenas parabólicas, que comienzan a sembrar el inmenso territorio subsahariano con sus productos inalcanzables, pero continuamente rebota contra las paredes de ese círculo vicioso en el que se encuentran encerrados sin solución de continuidad.

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