Adiós 2013


Concluye el año en el que murió Mandela, con los ecos de su funeral de estado todavía en el aire. También termina un año en el que África continúa desperezándose con sobresaltos bélicos y humanitarios que acallan sus avances sociales y económicos. Apenas una crisis parece desaparecer tras las mil colinas que marcaron el genocidio de Ruanda para que surjan otras batallas, casi siempre por intereses materiales, que llevan al desastre a miles de inocentes. Finaliza un año en el que hemos estado pendientes del avance islamista radical en gran parte del norte del continente, pero igualmente a través del Sahel hasta la costa occidental africana, aquí mismo, frente a Canarias, y que provoca estragos de sangre en países más lejanos de estos pasillos salafistas, como Nigeria. Se va un año en el que hemos asistido al resurgimiento de la lucha armada en Sudán del Sur y en la República Centroafricana y al estancamiento de Mali, atenazada entre su indigencia política y su dependencia internacional para al menos enfriar el incendio fundamentalista que llegó desde la descabezada Libia, sumida en un rebotallo de tribus y facciones que luchan por el poder. Se extingue un año en el que países como Costa de Marfil retoman su camino de paz y progreso, después de una confrontación cruenta entre dos partes de un poder político reventado por las armas, y otros que, como Marruecos, no dan su brazo a torcer en conflictos que despiertan casi unánimes críticas internacionales, como es la cuestión del Sahara Occidental, que deja en un segundo plano las reformas de calado de un estado que representa una de las grandes murallas de contención de Europa, y sobre todo de España, para el extremismo religioso y la inmigración ilegal pero vital. Decimos adiós a un año en el que se ha confirmado la inestabilidad de bastiones tan importantes como Kenia, que soporta la presencia de la yihad y los embates transfronterizos del galimatías somalí, o Egipto, milagrosamente aferrado al borde de ese abismo fanático que amenaza con ahogar los atisbos de representación civil que todavía emergen de la debacle ideológica de la nueva centuria. Nos vamos de este año con un continente cada día más asiático, algunos dicen que fortalecido, mientras otros alertan de una nueva colonización oriental, marcada por colosales inversiones financieras en infraestructuras, eso sí, con dinero procedente de la liquidación de recursos naturales, como el petróleo o minerales preciosos y raros, y la venta de enormes extensiones de tierras fértiles a otras naciones o multinacionales que cultivan alimentos o combustible vegetal. Cerramos un 2013 africano diverso, pero también convulso, y damos la bienvenida a un 2014 con el recuerdo imborrable de la esperanza que nos inculcó el propio Madiba.

Hasta siempre


Llevábamos mucho tiempo despidiéndonos de él. De su persona. De su existencia. No de su herencia, que perdurará en la eternidad, como la de aquellas otras grandes figuras que han jalonado la historia de la Humanidad con letras mayúsculas, y porque su huella es un legado sólido, construido desde la sencillez, la modestia y la esperanza con que dota la vida a aquellos que saben esperar, comprender y perdonar. No es nada fácil que hombres y mujeres de su talla emerjan desde sus rincones de origen para mostrar el camino a todos los que andamos perdidos con tantas interferencias en los valores esenciales, y menos desde un continente ignorado, cuando no invadido o maltratado, a la sombra de las culturas dominantes de los dos últimos siglos. Su trayectoria no fue ejemplar siempre, pero sí que alcanzó la redención a través de su propio calvario, y todavía le dio tiempo para erigirse en un valladar de la sabiduría y en un icono de la integridad. Esta vez sí es cierto. Se ha cumplido la ley de la naturaleza, aquella que recorre como en ninguna otra parte los caminos africanos, los que llevaban a su aldea de pequeño, a su terruño, el de la etnia xhosa, que tuvo la fortuna de compartirlo. Se han ido sus arterias, sus células y sus achaques de nonagenario, los mismos que acarreaban un pequeño vehículo que le transportó al centro de un estadio de fútbol del Mundial de 2010, cuando casi lo vimos por última vez, el día que recibió el calor tan merecido de todo un pueblo agradecido por haber levantado no su bandera, no la de Sudáfrica, sino la de la concordia de los humanos, al margen de razas y creencias. También un día no muy lejano voló desde los barrotes de una cárcel que conquistó poco a poco, minuto a minuto, convirtiéndola en una especie de monasterio de su serenidad, una leyenda que ya nunca olvidaremos, ni nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos. Mandela fue África, o su espíritu, durante los últimos años de su vida, un continente que hoy brilla con luz propia gracias al arco iris que construyó para todos desde un rincón de su pequeño habitáculo, segundo a segundo, en Robben Island, junto a sus carceleros, con ellos, ya ganados a su causa. Ahora está volando más lejos, a ese firmamento plagado de estrellas desde donde seguirá bailando con su gente, abrazado a Graça, su última esposa, y sonriendo desde su irrepetible atalaya, su noble cabeza de rey negro. Sabíamos que estaba cantado y que, después de varios intentos, lo iba a conseguir. Se liberó al fin y nos dejó un poco huérfanos para siempre de una frase última, de un pensamiento de alivio o de una de sus verdades monumentales. Ahora ya tenemos todo el tiempo del mundo para venerarlo más, si es posible, desde su recuerdo imborrable. Hasta siempre, Madiba.

Autosuficiencia

Ya me he referido en otras ocasiones a las corrientes casi contrapuestas que pueden llegar a mantener los que miran hacia África. Es posible que esta polarización obedezca a las informaciones de todo pelaje que pululan por esas redes del señor, pero lo cierto es que si de una parte hay quienes opinan que los países subsaharianos no avanzan, otros creen, como si de una cuestión de fe se tratara, que despegan de forma espectacular. A mí, personalmente, que me interesa distanciarme lo más objetivamente de ambos extremos, me preocupa más que los africanos lleguen a tiempo para que construyamos entre todos un nuevo modelo global mas solidario, equilibrado y sostenible. África está ahí mismo, a tiro de piedra, con unas realidades contundentes y unos planos ineludibles para el mundo actual, y tendremos que estar atentos, por nuestra cercanía, a esas culturas milenarias que comienzan a mezclarse ante nuestras narices con la modernidad trepidante que llevan aparejadas las nuevas tecnologías. Si sumamos factores intentando evitar los estereotipos, podemos apreciar ante todo que estamos frente a un espacio geográfico muy grande y con una diversidad profusa que congrega a la séptima parte de la población del planeta. Cientos de millones de personas que provienen de las culturas más antiguas acceden cada vez más a la comunicación telemática que les enseñará muy rápidamente hasta dónde se puede llegar, además en un momento en que las reglas del juego están dando un vuelco sin precedentes y justo en medio de los dos polos que más expectativas reúnen en cuanto a crecimiento, como son Asia y Sudamérica. En ese pasillo de cooperación Sur-Sur, que produce un progresivo contrapeso al monopolio de Occidente, se encuentran, justo en medio, unas decenas de países que poseen el 12% de las reservas de petróleo internacionales y nada menos que el 60% de las tierras cultivables de todo el planeta, además del 90% del cromo y platino y el 40% del oro, sin contar con otros indicadores igual de afortunados. Eso sí, gran parte del continente se halla todavía en un estadio muy atrasado y ni ha pasado por la revolución industrial que acometieron ya sus socios asiáticos, aunque, con ese precedente, puede que sus países remeden el salto que dio China en dos décadas para instalarse en la vanguardia tecnológica y financiera del mundo y, que por cierto, invierte en África a manos llenas. Como muestra, Pekín acaba de anunciar que destinará un billón de dólares al continente negro hasta 2025 y que no descarta la construcción de una red ferroviaria panafricana. Y quizás sea esa la clave, la unión, precisamente la que esgrimen cada vez más africanos para construir la integración, la pieza que esperan como el maná para alcanzar la autosuficiencia.

Marruecos desde Tenerife (Islas Canarias)

Son las tres y media de la tarde a bordo de un reactor de la Royal Air Maroc (RAM). El vuelo partió de Casablanca, el faro de la economía, la conectividad y el turismo de negocios de toda la región, hace poco más de una hora rumbo a Tenerife y aterrizará en Los Rodeos dentro de 40 minutos. Vuelvo de un país prácticamente desconocido para la mayoría de los canarios, a pesar de su cercanía, y me siento como un pasajero privilegiado por haber tenido la oportunidad de traerme a casa algunos pequeños trazos de una geografía oculta para nosotros, o mejor ignorada, por motivos difíciles de comprender. Los breves momentos vividos en Marrakech, una de sus ciudades imperiales, están todavía reclamando un retorno con más calma y tengo ahora la sensación de que las fotografías y la literatura turística sobre este enclave legendario, que representa lo más recóndito de la cultura local y se levanta justo antes del desierto, se quedan extremadamente cortas. Sus calles rojas, sus vibrantes zocos, sus olores a cuero y especias, su multiculturalidad y esa insólita y concurrida plaza de Yamaa el Fna, Patrimonio de la Humanidad, son un viaje dentro del propio viaje. El resto de los lugares visitados se desperezan con una fortaleza desbordante en todas sus dimensiones, algo que resaltan sus modernos edificios, grandes infraestructuras, sus limpias y bien asfaltadas autopistas o su actividad comercial, que habla muy claro de su vínculo con el progreso. Además, este reino árabe concentra no solo la mezcla interétnica que ya de por sí ofrece África, sino asimismo la que viene de Oriente, en un equilibrio sorprendente entre modernidad, antigüedad y diversidad existencial. Atrás queda, por tanto, una estancia vertiginosa jalonada de multitud de planos y contrastes realmente exuberantes, y regreso a la isla en el primer vuelo oficial de la RAM, una apuesta promovida por el Cabildo de Tenerife y secundada por esta compañía puntera que une todo el continente y medio mundo. El avión transporta también al ministro marroquí de Turismo, Lahcen Haddad, quien, en presencia de la consejera insular de Acción Exterior, Delia Herrera, responde a los periodistas de forma fluida y sin rehuir nada, el nuevo estilo de las autoridades de Rabat. Eso sí, a punto ya de aterrizar, me pregunto si sabremos valorar aquí esta oportunidad para descubrir a nuestros vecinos y liberarlos de ese cliché simplista con que el que hemos liquidado nuestras expectativas de empatía, porque vale la pena comprobar que Marruecos ofrece, entre otras muchas cosas para disfrutar, una aventura vital cargada de sensualidad, paisajes, gastronomía, arte, colores, aromas, humanidades y matices muy nuestros. Vayan y después juzguen.

Amina


Amina revolvió sus ropas hasta encontrar el shador celeste que siempre le había dado suerte. Lo iba a necesitar más que nunca. El pequeño Ben dormía plácidamente en la sombra del patio que vigilaba a través de la ventana. Le preocupaba su extrema delgadez, como la de todos los niños que veía cuando lo llevaba a la escuela coránica para que se acostumbrara a las voces y cantos de los que iban a crecer con él y construir un Níger fuerte. La sequía ya no era estacional, sino un permanente látigo que se sumaba a la absoluta escasez de alimentos, que no daba ni para rellenar los senos de las madres con que amamantar a los bebés que llegaban a esta Agadez olvidada y rodeada de desiertos. La situación hacía tiempo que era insoportable. Sus enormes ojos negros recorrieron las colinas que esculpían el horizonte, un panorama yermo, calcinado por el sol, sin una brizna vegetal que contraponer al desamparo. Y encima la mayoría de los hombres había desaparecido, cierto que algunos se fueron con otras mujeres, pero casi todos partieron tras las cédulas yihadistas que les prometieron la protección de Alá y el poder de las armas, los saqueos y el nuevo imperio del Islam. La noche anterior había ultimado los preparativos con las otras mujeres de la aldea. No había vuelta atrás. Su hermano Seku las iba a ayudar. Había logrado conseguir dos camiones y reclutado a otros seis compañeros, amigos de la infancia, para trasladar a los 48 niños y 32 mujeres a través del Sahel hacia Argelia. Era preciso abandonar aquella tierra habitada durante siglos por los pueblos zarma, songhai, fulani y tuareg, y que tanta dulzura y recuerdos tiernos le sugerían ahora, que tenía que dejarla. La bocina del camión le devolvió a la realidad. Despertó a Ben, que la miró empañado todavía por el sueño y la debilidad, lo ató a su espalda, se acomodó su pañuelo y salió en busca de su destino. Pronto estuvieron en medio de la nada. Los niños entonaban una canción que hablaba de estrellas, de miel, de leche y ovejas blancas como las nubes. Las madres se miraban con una mezcla de esperanza y preocupación. Y ocurrió de pronto, tras cinco horas de camino. Era de esperar. Aquellos camiones eran un amasijo de chatarra sobre ruedas. El motor se paró. Así, sin más. El calor apretaba y era urgente que los niños no se deshidrataran. Resolvió Alí, el chófer tuareg, volver para buscar ayuda y agua. El resto esperaría su regreso. Las mujeres y hombres formaron un gran círculo con los pequeños en el centro, sentados, cubiertos con todas las telas que fueron capaces de reunir, en medio de los cantos infantiles y de los rezos callados, que fueron apagándose lentamente, poco a poco, horneados hacia una vigilia blanquecina en principio, oscura más tarde. Amina despertó una vez más y cogió a Ben entre sus brazos, miró su carita quemada y su sonrisa de ángel que la invitaba a seguirle por fin al paraíso.

Mediterráneo

No puedo decir que no me haya causado cuando menos extrañeza unas declaraciones del presidente nacional de la CEOE, Juan Rosell, esta semana en las que recomendaba a los empresarios españoles invertir en África. Después del primer sobresalto, posiblemente debido al cliché ya consolidado del personaje en mi hipotálamo, he tenido que frenar en seco y girar para observar el fenómeno más de cerca. Efectivamente es él, junto al ministro Margallo, cuya rima me callo, en un foro sobre la economía del Mediterráneo Occidental, y lleva, como siempre, las chapetas en sus mejillas y la mirada a media asta debajo de ese tupé salvaje que debe llenar de envidia a Montoro, aunque simpaticen. Afirmó el jefe de la patronal que los emprendedores españoles se van en masa a Sudamérica, como en los tiempos de Colón, cuando países que se encuentran a menos de 14 kilómetros crecen de tal forma que algunos hasta pueden duplicar sus PIB de un año para otro, al tiempo que predijo que queda un camino “impresionante” por recorrer en el continente. Claro que enfrente estaban, además de nuestro ministro más extrovertido, que no paraba de repetir que en el ámbito de las infraestructuras España es un país “terminado”, que no acabado, y que ahora hay que “pagarlo” (el soniquete favorito de Moncloa y su coro de voces blancas), los representantes oficiales de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, además de los de Francia, Italia y Portugal. Por lo visto Margallo estuvo intercalando la cuña de nuestro bagaje constructor permanentemente a sus colegas africanos para preparar el terreno y, a renglón seguido, sugerirles la conveniencia de proyectar la gran autopista del sur del Mediterráneo, con lo que es de suponer que si nuestras ACS, FCC, OHL y otras deslocalizadoras ganan las licitaciones internacionales sucesivas para tan ambiciosa ejecución, según sus cálculos, podríamos reunir todo lo que nos hace falta para pagar las nuestras. La verdad es que yo me imagino a ambas personalidades peninsulares más embutidas en ropajes y corazas a la conquista del nuevo mundo que en los hábitos de los exploradores que, como los británicos, portugueses, franceses, italianos o belgas, trazaron las fronteras y los caminos que hoy cuadriculan el continente negro. Así y todo, bien es verdad que ya los territorios del norte de África no son el patio trasero de Europa sino muy probablemente la tierra prometida en recursos naturales básicos para la sostenibilidad energética e industrial de los Veintiocho. Eso sí, queda por ver lo que ocurrirá con la Libia liberada por Occidente y sumida en un nuevo caos islamista, el equilibrio hermético de Argelia, la incertidumbre civilizada de Túnez, la historia interminable de Egipto y el eterno amigo marroquí, siempre peleado con sus vecinos más próximos.

Multimillonarios

Estos días pasados hizo furor en no pocos medios de comunicación internacionales una información que lanzó el portal Ventures África en la que aseguraba que el continente negro dispone actualmente de 55 multimillonarios. El eco de la noticia corrió como la pólvora, no se sabe bien si por una muy dudosa falta de intensidad en lo que ocurre en el panorama mundial, que no se entendería con las dramáticas imágenes de Lampedusa, Siria u otras tragedias cotidianas, o porque simplemente algunos celebran el ingreso de una de las civilizaciones más pobres en las listas del capitalismo rampante que hace ya unos años saltó la Gran Muralla China. Sin embargo, bajo esa pátina de triunfalismo originado por el citado digital informativo, puede que el más relevante de los mercados africanos ahora mismo, también se esconde una nada disimulada propensión hacia el espectáculo, una de las señas de identidad del expresionismo innato de los países subsaharianos, que tienden a celebrar con ostentación cualquier propiedad u ornamento distintivo. Entre esas personalidades que tienen el insólito mérito de amasar millones de dólares, donde además las cifras de la extrema pobreza alcanza a unas 400 millones de almas, llama la atención que el número uno sea nigeriano, Aliko Dangote (un rostro casi permanente en la portada de Ventures), con una fortuna estimada por el ranking de Forbes en torno a 20.200 millones de dólares; y que también la mujer más rica, Folorunsho Alakija, sea de ese mismo país, quizás uno de los escenarios más definitorios de lo que ocurre en los estados petroleros y regiones punteras en recursos naturales del continente: unos pocos, cada vez menos, se hacen con mucho dinero mientras que el resto no solo es cada vez más pobre, si eso fuera posible, sino que soporta los efectos de una depredación sin escrúpulos de la naturaleza, como los derrames colosales de las compañías extractoras en el delta del Níger. En cualquier caso, si tenemos en cuenta que, de los mil millones de habitantes de África, 55 son multimillonarios, y que en Estados Unidos la cifra alcanza los 400 frente a una población de 300 millones de ciudadanos, la proporción en realidad sigue siendo paupérrima.

Informes

Si bien es verdad que la eclosión informativa que nos inunda nos ayuda a trascender sobre lo que estamos viviendo, también lo es que, para que nos sirva de algo y no nos ahogue literalmente en su torrente incesante, hay que discriminarla. En ciencias naturales podríamos argüir que de una hoja puede reconstruirse un árbol. Eso es muy interesante y científico, pero en cuanto a la actualidad, esa misma parte de un todo es nada, o muy poco, si no es en contraposición con el conjunto que la contiene Demasiado consumo de noticias equivale a una hiperactiva elaboración de argumentos y, con ellos, a un oficio que puede llegar a especular con los matices hasta desdibujarlos en la ambigüedad o, como mínimo, en una lanzadera interesada y miope para llenar cajas de textos o espacios audiovisuales; reflexiones al fin y al cabo, pero urgidas por una demanda insaciable que nos hace girar una y otra vez en un tiovivo desnortado. Este preámbulo viene a colación de lo que puede uno leer cada día en torno a un continente tan extenso, nutrido, rico, virgen y desconocido como es el que tenemos aquí al lado. África es, en toda su inmensidad, el punto de mira de casi todo el planeta, con algunas excepciones, como la de Canarias; fijación que produce, en el escenario antes apuntado, informes, estudios o estadísticas a borbotones. Se podría decir que ahora mismo son los 30 millones de kilómetros cuadrados más recurrentes para los organismos multilaterales y consorcios públicos y privados del mundo. Que esto nos lleve a conclusiones positivas está por ver. Lo cierto es que, sin ir más lejos, esta misma semana me he encontrado con el ramillete preceptivo de la maquinaria intensiva, de tal forma que podría hablarles en estas escurridizas líneas de uno de los campeones de las siglas y apócopes estadísticos, como es el Banco Mundial (BM), que nos regala una investigación, de las suyas, sobre el turismo en el continente cercano, todo para decirnos que cada año más turistas lo visitan, en torno a un 3% interanual, y para deducir de forma brillante que ello redundará en el crecimiento económico de sus países. Al mismo tiempo, otro de esos foros de avezados expertos que funcionan bajo el paraguas de la ONU abandonaba su ensimismamiento para dejarnos una lista de los diez países más pobres del mundo, esculpida en lo que ellos llaman el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM, claro), que sustituye de ahora en adelante al Índice de Pobreza Humana (IPH), y, como no, a ver si lo adivinan, todos son africanos. Acabamos, eso sí, con la preceptiva palmadita en la espalda del periplo, otra vez del BM, pero podría ser del FMI, del BafD o de la TIA, que predecía desde Sudáfrica que África crecerá en 2014 un 5,5% y que es el continente que más evoluciona. Hay más informes, pero no caben. Otra vez será.

El peaje de Dakar


Si tengo ganas de volver pronto a Senegal es para sumergirme en la nueva autopista de peaje de entrada y salida de la capital, inaugurada por su presidente, Macky Sall, el pasado mes de agosto. Después de ocho años, desde que el viejo Wade depositara la primera piedra en 2005, esta gran infraestructura no solo ayudará a aliviar las largas colas que se habían convertido en señas de identidad de la trepidante Dakar, con unos 100.000 vehículos diarios en sus calles, sino que es también el primer eslabón de una cadena mucho más ambiciosa que desembocará en la futura vía Trans-África hasta la capital económica de Nigeria, Lagos; un macroproyecto de más de 4.000 kilómetros de asfalto que atravesará algunos de los países que conforman la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, como Gambia, República de Guinea, Guinea-Bissau o Malí; todo ello auspiciado por el Banco Africano de Desarrollo (BafD) en torno a una gran actuación denominada Programa de Desarrollo de Infraestructuras en África. Pero si nos quedamos en la mítica ciudad de la península de Cabo Verde, y nos olvidamos de que asimismo fue el mayor centro de tráfico de esclavos hacia toda América, sobre todo desde la pintoresca y breve isla de Gorée, esa conurbación de más de dos millones y medio de habitantes representa la gran puerta entrada de mercancías para toda la región del occidente africano desde su imponente puerto, una enorme bahía de perspectivas casi inasibles, y un tránsito incesante de cargas que se eternizaba estrangulado por el istmo que lo une al continente y que se había convertido en una prueba insoslayable de la infinita paciencia de los “dakaroises”. El río espeso de vehículos ha sido también toda una experiencia para los que disfrutamos en Senegal, precisamente porque, tras la pertinente adaptación de los tiempos occidentales a la arena africana, se desplazaba, como en un “traveling”, a través de las existencias de las diferentes comunas que se alongaban hasta las ventanillas del coche, un panorama en movimiento plagado de imágenes realmente curiosa e indelebles. Esos 32 kilómetros se convertían paradójicamente en una odisea vertiginosa acompasada por el zigzag imposible de la circulación en las grandes ciudades africanas, una distancia que suponía antes, con suerte, unos 90 minutos de recorrido y que se puede cubrir ahora en apenas 15. Eso sí, está por ver si los senegaleses aceptan la fórmula de peaje como animal de compañía, aunque los técnicos cuantifican el ahorro en unos siete litros de gasolina y la tarifa ha sido estipulada, según la compañía concesionaria, en base al poder adquisitivo del país; y si el jolgorio de las bocinas abandona definitivamente la Dakar moderna que se avecina. En cualquier caso, es un hecho que África camina cada vez más deprisa.

Competitividad

El Foro Económico Mundial (WEF) acaba de publicar su Informe de Competitividad Global 2013-2014 con datos en general muy positivos para África, del que dice que es un continente al alza, visto como un destino de inversión atractivo y de los de mayores índices de crecimiento. Utiliza además en sus valoraciones el término “renacimiento económico africano” porque, afirma, ha registrado una tasa de crecimiento promedio de más del 5% durante la última década, “cuando el mundo desarrollado todavía lucha por recuperarse de la crisis” y “el estancamiento en América Latina apunta a la necesidad de reformas estructurales que aumenten la productividad”. Del estudio, realizado con la colaboración del Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo, se desprenden detalles llamativos, como que Isla Mauricio (45º) supera en ocho puestos a Sudáfrica (53º) o que, en el norte, Egipto baja 11 escalones, hasta el 118º; que también pierde terreno Marruecos (77º), y que Argelia (100º) avanza y Túnez vuelve a su índice 83º. De las regiones subsaharianas, solo ocho países están situados dentro de los 100 primeros bajo ese criterio competitivo, entre los que mejora Kenia ostensiblemente, con la subida de diez lugares hasta el 96º, mientras que el gigante demográfico africano y primer productor de petróleo de esa área geográfica, Nigeria (170 millones de habitantes), permanece en el puesto 120º, en una situación en la que, según el documento, destaca la necesidad de diversificar su economía. Precisamente esta semana el presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, hacía un llamamiento para atajar la corrupción, uno de los graves problemas que coartan su mandato, y manifestaba su impotencia para luchar contra ella. Entre los estados supuestamente objetivo de Canarias, Mauritania está en el puesto 134º, Malí, en el 128º;  Burkina Faso, en el 133º; Ghana, en el 103º; Senegal, en el 117º; Cabo Verde, en el 122º, y Guinea Ecuatorial, en el 141º, de un total de 148. No obstante, el análisis del WEF sobre la competitividad es el resultado del cruce de diversos indicadores, como el grado de institucionalización de los países, las infraestructuras, la salud, la educación, la economía, el trabajo, las finanzas, la tecnología, los negocios o la innovación, y nada tiene que ver con otras clasificaciones como el Índice de Desarrollo Humano o el ranking per cápita, por poner dos ejemplos. Se trata de evaluaciones que apuntan a incidencias interanuales de las capacidades desarrolladas por las naciones y pueden oscilar con los acontecimientos políticos, económicos o sociales (conflictos, crisis de diversa índole, guerras, etcétera). En última instancia, habría que quedarse con la impresión de que África evoluciona positivamente en tiempos de recesión global y que sus expectativas apuntan a que lo seguirá haciendo de forma sostenida.

África desde Canarias

Afirma un aforismo popular que el pesimista es un optimista bien informado, un oxímoron que me viene como anillo al dedo para estas letras de hoy. Lo digo porque ya no está tan claro eso de que las rutas mundiales con destino al occidente africano pasen por aquí, ni siquiera que esto vaya a cambiar de forma positiva en el futuro. Y creo que es así porque seguimos atrabancados con la gran asignatura pendiente del Archipiélago, un mendrugo cada vez más duro que no se reblandece ni con las “maresías” mañaneras, como es la unidad regional. Es fácil deducir que para una empresa tan gigantesca y ambiciosa como servir de enlace a tres continentes hace falta más que los discursos-nana de nuestros políticos, entretenidos en una partida de ronda robada desde que nos llegó aquello de la democracia (si es que llegó a llegar), la pequeñez de nuestros chiringuitos o los paseos de nuestros romeros implicados. Soy de los que piensan que hemos perdido unos años preciosos en esa apuesta y que el ritmo de África es tan trepidante que nos hemos quedado en la cuneta. Todos los días surgen informaciones precisas de movimientos de capitales colosales entre los puntos más distantes del planeta que confluyen también en latitudes muy concretas del continente cercano. Es más, las claves ya no son solo los transportes de larga autonomía, que no necesitan para nada transbordos intermedios porque van directamente de la fábrica (cada vez más asiática) al consumidor, unos mil millones, en este caso; ni tampoco las conexiones, dado que vivimos en la mundialización de la comunicación, una gigantesca red progresiva instantánea (Internet) capaz de unir todas las antípodas existentes en segundos. Son tantos los intereses que confluyen en los países cercanos que están comenzando a conformarse entramados que tienden a operaciones interiores de gran calado. Como ejemplo puede servir una noticia de última hora que apunta a que el mayor productor de petróleo del continente, el grupo estatal argelino Sonatrach, que ha batido todos sus registros en cuanto a cifras económicas se refiere, está a punto de entrar en el mercado del gas de Costa Marfil a costa de desplazar a las compañías francesa y suiza que monopolizaban el sector en uno de los países más emblemáticos y ricos de la controvertida “françafrique” y que hoy se pone en pie tras una guerra civil que, afortunadamente, parece estar enterrada en el pasado. Reitero que uno de los graves problemas de Canarias es el jodido pleito insular y también, añado, que nos tropezamos todos los días con esa aciaga confrontación de enanitos que nos aleja de la integración y, por tanto, de la fuerza para abortar el reboso reiterativo de la cantinela que nos ha traído hasta el siglo XXI, esa de que el mundo (Madrid y Bruselas) nos debe la vida.

 

Una dama de hierro para Senegal

El presidente de Senegal, Macky Sall, sorprendía a propios y extraños hace unos días con su decisión de destituir de manera fulminante al hasta entonces primer ministro, el ex banquero Abdul Mbaye, y nombrar como nueva jefa de gobierno a su ministra de Justicia, Aminata Touré, apodada “Mimi” o la “Dama de Hierro”. Lo cierto es que el mandato del actual jefe del estado, que acabó con las largas legislaturas de Abdoulaye Wade en marzo de 2012 y que llegó precedido de intensas revueltas populares y algunas muertes provocadas por las maniobras del “Viejo” para permanecer en el poder, no ha aportado gran cosa al desarrollo de uno de los países más organizados y democráticos del continente y sí que ha servido para desesperar todavía más a una sociedad muy escarmentada con la inactividad, la inoperancia, las deficiencias públicas, la insuficiencias sociales, el gigantesco paro y los tan cacareados cortes de energía. Solo faltaba la corrupción para igualar el ejercicio del ejecutivo anterior, pero ahí estaba la señora Touré como un látigo para los delitos que tanto marcaron el postrero entorno de Wade, hasta el punto que es la directa responsable de la encarcelación del que iba a ser su heredero, su hijo Karim Wade, que hoy permanece en prisión con una interminable ristra de cargos en contra, eso sí, en una nación muy polarizada en torno a líderes históricos, partidos políticos y cofradías religiosas. Por lo pronto, Mimi-Aminata ya ha publicado la lista de su gabinete, que constará de 32 ministros, incrementando así la lista del saliente Mbaye, que era de 25, pero aún por debajo de los 40 que conformaban los gobiernos de Wade, y que tiene como principal referencia para los occidentales la salida del archiconocido músico Youssou N’Dour, que se hizo cargo de las carteras de Cultura y Turismo durante 18 meses. A favor de la nueva primera ministra, que no abre la participación de la mujer en esas responsabilidades porque ya lo hizo antes Mame Madior Boye, quien asumió el mismo compromiso entre 2001 y 2002, hay que consignar que, tras una trayectoria política marcada por su militancia desde muy joven en la Liga Comunista de los Trabajadores, se licenció en Economía, con doctorados en varias universidades francesas, y posee una larga trayectoria como activista por los derechos humanos y como alta funcionaria de la ONU en los Estados Unidos, donde residió junto a su familia durante algunos años. El reto no parece nada fácil para esta divorciada y feminista, para quien “la política no debe ser una especialidad ni un trabajo, sino un deseo de cambiar las cosas”, aunque cuente con el apoyo de las mujeres de su país, que son las que mayor capacidad de transformación imprimen hoy por hoy al pueblo senegalés desde su base. Veremos, pues.

Tierras


Hace unos años, 15, exactamente, tuve la oportunidad de entrevistar al profesor congoleño Mbuyi Kabunda, doctor de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid. Vino a la isla invitado por la Cámara de Comercio para participar en un foro económico como uno de los intelectuales negros más sobresaliente y respetados de todo el mundo. Me encontré con una personalidad muy preocupada por su continente que desplegaba las realidades africanas con la orientación del explorador curtido en muchas encrucijadas. Decía Kabunda que lo que necesitaba África era una revolución para consolidar el sector agrícola con el fin de alcanzar el autoabastecimiento de los pueblos, como punto de partida para otras metas posteriores. Pues bien, tres lustros después, el Banco Mundial (BM), al que hay que reconocerle una nueva etapa más humanitaria con su presidente Jim Yong Kim, ha publicado un estudio que viene a darle la razón. El documento titulado “Proteger la tierra de África para fomentar la prosperidad compartida” propugna un plan para hacer cambios en la forma de administrar los campos a lo largo de una década con un coste de solo unos 4.500 millones de dólares. Nos informa el BM que en ese continente tan cercano a Canarias están casi la mitad de las extensiones utilizables que no se cultivan en el planeta, equivalente a unas 202 millones de hectáreas, que podrían ser sembradas y que, sin embargo, son los países al sur del Sahara los que ostentan las tasas de pobreza más altas conocidas. En líneas generales, el informe sugiere a los gobiernos subsaharianos aumentar el acceso y la tenencia de parcelas a los pobres y vulnerables, con especial atención a la mujer, que constituye el 70% de la mano de obra actualmente de los campos trabajados y es la base de la distribución equilibrada de las ganancias en las poblaciones locales. También estructura su plan en torno a diez medidas, en atención a las experiencias en otras reformas agrarias desarrolladas en Brasil, China, Argentina o Indonesia, y entre las que destaca la necesidad de incrementar la eficiencia y transparencia de los servicios de administración, lo que sería un gran avance si se tiene en cuenta que es la burocracia africana el primer peldaño de la escalera del progreso del continente. Tampoco pierde de vista el organismo multilateral de la ONU la lacra que constituye hoy en día la apropiación de tierras por parte de inversores tanto locales como extranjeros, entre los que se encuentran estados y grandes corporaciones multinacionales, que ya se han cobrado millones de hectáreas y que, en no pocos casos, acarrean al expulsión de las comunidades que subsistían a través de ellas. Queda por ver si el BM de Yong Kim será capaz de convencer a los amos del mundo que retiren sus garras de África.

Intereses


Estos días he tropezado con dos informes que de ser cruzados entre sí podrían dibujar una parte importante del escenario necesario para el despegue inminente del continente. De una parte, el denominado Foro Africano de Administración Tributaria propugna aprovechar la decisión de los países ricos para identificar a las multinacionales que evaden el pago de impuestos, lanzada por el G8 en su última reunión de junio. De otro lado, el estudio de un profesor de Economía de la Universidad D’Abomey-Calavi de Benin llamado Amossouga Gero, de cara a la reunión de la Asamblea General de la ONU del próximo mes de septiembre para analizar el grado de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, apunta las claves de las transformaciones que han de dar con el progreso unitario de África. Y es que si el primero de estos documentos arroja la cifra espeluznante e insostenible de la pérdida por parte de los países subsaharianos de 1,4 de billones de dólares en flujos financieros ilícitos entre 1990 y 2009, registrados por el Banco Africano de Desarrollo, el segundo plantea seis recomendaciones para alcanzar un desarrollo sostenible en base al fomento de las habilidades de los trabajadores, el apoyo a las pequeñas empresas, la inversión en I + D y la búsqueda de nuevas formas de innovar, además de una mayor conexión a la economía moderna, la identificación nacional de los estados con sus objetivos y la inclusión social de las comunidades en todos estos procesos. Eso sí, aunque los africanos celebran la voluntad de las grandes potencias internacionales de poner coto a los desmanes de las todopoderosas multinacionales con medidas de control sobre los movimientos de capital, entienden que en ningún caso se trata de una iniciativa piadosa que mira hacia el continente negro desinteresadamente, sino más bien hacia el patio trasero del propio G8, pero que puede convertirse en una buena oportunidad para intentar detener la sangría que las fugas económicas han provocado en las sociedades locales a costa de sus recursos naturales. El continente necesita de ambas sendas para ponerse en pie e ingresar en la mundialización: el control de sus propias riquezas y la organización de sus estructuras políticas y administrativas para sentar las bases de un crecimiento perdurable. Otra cosa es que esas grandes potencias logren sacudirse las doctrinas neoliberales, que son la razón misma de su hegemonía mundial, para controlarse a si mismas y, de paso, a los entes de intereses diversos privados que sostienen a sus líderes en el poder.

Las violaciones de Tahrir

No voy a decir que me ha sorprendido la nueva rebelión popular en Egipto. Tampoco que me haya extrañado que el Ejército saliera otra vez de sus cuarteles para derrocar al presidente constitucional, el islamista Mohamed Morsi, elegido democráticamente hace tan solo un año. Ni siquiera cuestionaré por qué los salafistas que lo apoyaban guardan ese silencio tan sepulcral que a mí personalmente se me antoja preocupante, o que un clamor de alivio y alegría generalizada haya inundado las calles de la capital, El Cairo, y de las principales ciudades del país. En ningún caso voy a analizar la rápida sustitución de los correligionario de los Hermanos Musulmanes en el poder por un presidente del Tribunal Constitucional con menos de 24 horas en el cargo y un grupo de notables, ni me animo a argumentar nada sobre un Ejecutivo que se había apoderado de la legitimidad y soberanía nacional para imponer los códigos de la sharia. Me resisto a ser tan optimista como un amigo que desde algún rincón cairota se mostraba exultante por los acontecimientos y confiado en un nuevo rumbo más democrático a partir de ahora en esa nación de vestigios arqueológicos. De ninguna manera voy a trazar paralelismos con todo lo que continúa ocurriendo en la mayoría de los estados donde se han suscitado esos levantamientos enmarcados en las denominadas primaveras árabes y que han terminado en tragedias cotidianas, matanzas y guerras entre las familias irreconciliables del Corán. Eso sí, me he sentido inmensamente desconcertado por el bramido atávico de los abusadores de la plaza Tahrir, por ese instinto animal grupal que ha arrasado con la dignidad e integridad de un centenar de mujeres en unos pocos días. Me ha sobrecogido especialmente esa nueva violación masiva y terrible de una periodista holandesa de tan solo 22 años a manos de una turba y en presencia de una multitud casi impasible, a no ser por las cuadrillas ciudadanas organizadas para luchar contra una lacra que ya se manifestó en las movilizaciones que acabaron con el régimen de Mubarak y en las que también fue violentada la informadora estadounidense Lara Logan. Me ha enervado la ineptitud de ese director de periódico, de radio o televisión europeo que ha enviado a una recién licenciada a un infierno seguro sin advertirle donde se metía. Me asusta lo que hay detrás de todo esto, porque habla de una cruda realidad que se esconde bajo la pátina de unos pueblos que luchan entre avanzar hacia la modernidad o sucumbir bajo las hordas de fanáticos que ven en las mujeres al diablo y en la libertad, la perversión.

Cruce de vidas


Dos hechos de muy distinto signo marcan la actualidad del continente cercano. Dos vías, una de entrada y otra de salida, se cruzan hoy allí. Ambos hitos ya han pasado a la Historia, al margen de lo que ocurra en estas horas presentes, pero también ambos se enfrentan al olvido. El primer presidente negro de los Estados Unidos de América se reencuentra con sus orígenes en su postrera gira oficial por África. La puerta de entrada ha sido Senegal y sin duda la imagen de este acontecimiento es la de Barak Obama y su esposa, Michelle, en esa otra puerta “sin retorno” de la isla de Gorée, por donde salían los prisioneros capturados en las muchas aldeas de la región hacia el nuevo mundo. Miles de ellos no llegaron con vida a ese lugar de donde procede el visitante, que no puede reprimir un gesto contrariado bajo el vano rojizo de la Casa de los Esclavos, una de las 37 cárceles de ese minúsculo territorio frente a las costas de Dakar. Ese rostro crispado es comprensible porque las paredes de las que acaba de salir gritan años de pena, de separaciones descarnadas, de infames grilletes y de una tristeza tal que te atraviesa a traición y te fulmina. Es difícil reponerse aún cuando sales de nuevo al sol y al trasiego turístico de este enclave declarado Patrimonio de la Humanidad o, como es el caso del poderoso norteamericano, para cumplir con el programa de actos y ceremonias de una gira apuntalada por el despliegue soberbio de agentes de seguridad, vehículos blindados, aeronaves, aviones de combate y hasta un portaaviones, entre otros efectivos que forman parte de una campaña que cuesta al tesoro estadounidense la nada despreciable cifra de 100 millones de dólares. La otra cara de la moneda la pone una leyenda que abandona este mundo dejando una huella humana intensa y un legado del que disfrutarán todavía muchas generaciones. Nelson Mandela, Madiba para su clan xoxha, ha conseguido que los suyos lo dejen marchar. Por fin, y con el planeta llorando su partida y su Sudáfrica a sus pies, se libera de todos los yugos de la vida y de ese calvario de tubos y respiradores para volar bien alto. Mucho más que el denominado “Air Force One” que también aterriza en Johannesburgo con Obama, su familia y el tropel ordenado que los protege en la tierra de sus ancestros. Ambos están bajo el cielo africano, uno que regresa y el otro que se va para siempre. Uno, cuya misión es reforzar el papel de su patria de adopción en el que hasta hace pocos años era el continente pobre y hoy, la nueva África, y otro, el que nos deja, para formar parte de la galería de grandes personalidades de todos los tiempos y servir de inspiración a la larga lucha de justicia social que queda por delante. El presidente de EEUU cierra su periplo en Tanzania. Ojalá vuelva a Washington mirando hacia atrás y con las ideas más claras. Grande Madiba.

Antagonismos


En no pocas ocasiones son los estereotipos los que marcan la realidad africana que se proyecta en el exterior del continente, sobre todo en Occidente. Tal es así que en muchos estudios en torno a esta parte -negra- de la Humanidad ya se han acuñado términos tan recurrentes como el “afropesimismo” y, su antónimo, el “afrooptimismo”, solo que en este caso sus acepciones no son tan contrarias como pudiera parecer en principio. El primero se utiliza para englobar la visión trágica, incluso apocalíptica, del presente y futuro de sus gentes, inmersas continuamente en guerras, hambrunas, epidemias, catástrofes y en una indolencia, o falta de interés por el mañana, irreverente hacia la sociedad del progreso, la capaz raza blanca. De otra, el segundo es a menudo esgrimido desde dentro para deconstruir la tesis precedente con razonamientos que tienen que ver con el colonialismo, el saqueo de los recursos naturales, las trampas del neoliberalismo imperante en el mundo y otras muchas causas de un dominio externo que ha dejado como germen en las comunidades locales a los dictadores, las fugas de capital ejercidas por las élites y una deuda externa inabarcable. De la misma forma se aplican los clichés de la cooperación al desarrollo a través de los antagónicos “exogenismo” y “endogenismo”, que equivalen, por ese orden, a la acción de colaborar en la necesaria evolución del “primitivismo" hacia cotas aceptables de orden social y económico y, por el contrario, a la imposición de las recetas de Bretton Woods en forma de democracia y economía de mercado como única forma universal de civilización. En medio de este escenario de desencuentros, los años han ido pasando desde que las metrópolis europeas abandonaron por los años 50 y 60 sus posesiones africanas y el continente continúa, no obstante, registrando tasas importantes de pobreza, enfermedades fácilmente superables que causan ingentes cantidades de muertos y una resistencia difusa a la organización política y económica que tira por los suelos los sueños panafricanistas de próceres como Kwame Nkrumah, el primer líder de las independencias y presidente de la primera nación subsahariana en alcanzar la soberanía, Ghana. Los países africanos avanzan, de eso no cabe la menor duda, pero lo hacen a la sombra del poder extranjero, un bucle que ha sido endogámico hasta hoy porque ya ha llegado la globalización y la rebelión de los invisibles, y a pesar de que muchas veces han estado atravesados también por los intereses de esas lanzas que pueden llegar a ser las multinacionales, una doble moral que anega de petróleo grandes extensiones de territorio, que mata si es necesario y que se exhibe en los parqués de las sociedades progresistas a renglón seguido ostentando la bandera de las grandes obras benéficas.

Otro planeta


El continente más cercano a Canarias es el más complejo. Es así de simple. Y por eso surgen tantas teorías e interpretaciones que pretenden echar algo de tiento en esa madeja inmensa que amanece cada día frente a nosotros, aquí al lado mismo, sin que sepamos a ciencia cierta si avanzamos o retrocedemos. África es una nacionalidad y muchas al mismo tiempo. Son estados por imposición extranjera que aspiran a encajarse en una realidad desbordada, un crisol étnico y cultural difuso que se extiende a través de miles de kilómetros como sus propios ríos, o se acumula en regiones concretas, como sus lagos, o se precipita a los abismos, como sus cascadas prodigiosas; casi como remedo de las vastas extensiones que la hacen tan única, tan diversa, tan misteriosa, tan hermosa, tan trágica. La actualidad de África pasa por el tamiz de la comunicación y las noticias que nos gustan en Occidente, empeñados, como estamos, en traducir algo que constituye no pocas veces la esencia de la existencia. El choque de los imperiosos intereses internacionales recala en su orografía generosa y en un subsuelo repleto de tesoros naturales, porque esas son las reglas del juego, las del poder obsesivo que sobresale por encima del respeto a la conservación y al equilibrio de lo eterno y que, como un fuego de artificio, espectacular pero efímero, nos aliena de nuestra propia vida acelerándonos, cuando no estrujándonos, en una gran cadena de transmisión contra la boca de una maquinaria que no nos merecemos. Surgen entonces a intervalos tesis y epítetos contrapuestos, como los afropesimismos y los afrooptimismos o los endogenismos y los exogenismos, entre otras muchas emociones, para intentar profundizar en lo que se deshace a cada paso porque no se mantiene en la deriva de este mundo que se devora a si mismo. Intentamos explicar por qué, a pesar de todo lo invertido y de los empeños bienintencionados, que los hay, el continente no parece cambiar salvo en pequeños matices esperanzadores, siempre esperanzadores. Y porque quizás también se nos quedó tirada en alguna cuneta la reflexión sobre nuestro propio destino y el de nuestro planeta.

Sueños y metales


La semana próxima se conmemora en todo el mundo el Día de África, una efeméride, como siempre, cargada de simbolismo pero comprimida, al parecer, en una sola jornada, la del 25 de mayo. Su origen coincide con el de la creación de la Organización para la Unidad Africana, allá por el año 1963, hace ahora exactamente medio siglo, una institución que pretendía promover el panafricanismo, pero también la solidaridad entre los estados, la erradicación del colonialismo y animar la cooperación internacional. No es pura casualidad que el organismo sustituyera en esa época a la denominada Unión de Estados Africanos ni cediera el testigo en 2002 a la vigente Unión Africana, una sucesión de acrónimos similares que siempre pretendieron actuar como remedos de todas las ligas regionales y supranacionales que se repiten a lo largo del planeta, algunas con más fortuna que otras. Cincuenta años es un buen lapso, asimismo pleno de referencias, para realizar inventario y recapitular sobre los avances de un continente difuminado en sus raíces, culturas, etnias y lenguas, pero marcado por unas fronteras artificiales originadas en la Conferencia de Berlín de 1884, cuando las potencias europeas se repartieron sus territorios como en una gran piñata de selvas, sabanas, grandes lagos, ríos, mares y sus correspondientes poblaciones, hasta entonces desconocidas y solo vislumbradas a través de hazañas de aventureros, como Burton, Livingston o Stanley, en torno al Nilo y sus fuentes, financiadas por la entonces Gran Bretaña victoriana y su Royal Geographical Society. Dicen que la también conocida como Disputa por África estuvo en los orígenes de la Primera Guerra Mundial, quizás como antesala de lo que después se convertiría en el aplastamiento del tercer mayor continente y de sus habitantes, sobre todo subsaharianos, con secuelas que llegan de forma nítida hasta el presente. En estas décadas hemos contemplado la descolonización funcional de muchos estados que quedaron en manos de milicianos formados por las metrópolis, suboficiales que repitieron los desmanes y saqueos de las autoridades extranjeras, cuando no las ínfulas de superioridad que, combinadas con los intereses de corto recorrido y el armamento dejado o vendido por los antiguos conquistadores, se convirtieron en guerras fraticidas, masacres, genocidios y éxodos masivos, como los de Ruanda y Burundi hace escasamente 20 años. No obstante, el veneno sigue en el fondo de las ciénagas y ocasionalmente incendia la convivencia de unas comunidades que reverencian el arraigo, la familia, el grupo y la naturaleza como sus mayores avales de esperanza, un capital humano metalizado como antítesis del sueño de la paz.

Buteflika


La reciente hospitalización del presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, de 76 años, en París ha reavivado el debate sobre su legado y también sobre las opciones que se abren para el país si queda inhabilitado finalmente para ejercer el cargo por más tiempo. Su afección, un accidente cerebrovascular, es grave y, aunque su entorno trata de restarle importancia, se suma a la pérdida de popularidad por los escándalos de corrupción que le han salpicado en sus dos últimos mandatos. Habría que recordar que este político, que procede del ejército, luchó en la guerra de la independencia de Franciaentre 1954 y 1962 y llegó al poder en 1999, después de posiblemente una de las épocas más convulsas de esta nación árabe, la larga guerra civil seguida de una década de batallas contra el islamismo fundamentalista que dejó más de 200.000 muertos entre ambos bandos. El recuerdo de los atentados en la Cabilia y otras regiones argelinas esculpieron el desánimo de unos ciudadanos que saludaron con alivio el nombramiento de un civil, como era entonces Buteflika, que emergía asimismo alumbrado por su paso por la ONU, donde desempeñó la presidencia de su Asamblea General en 1974. Además, su rastro es permanente porque antes había sido ministro con el primer jefe del estado, Ben Bella, al que contribuyó a derrocar a través de un golpe encabezado por el histórico coronel HuariBumedián, con quien volvió al nuevo gobierno surgido de la rebelión, y repitió con Chadli Bendjedid en 1979, pero esta vez con escasas atribuciones ejecutivas. Eso sí, Buteflika ha coincidido en la máxima magistratura con uno de los periodos de mayor estabilidad de Argelia en los últimos 60 años, aunque su gestión siempre estuvo marcada por la sombra de los militares, hasta el punto que no pocos expertos consideran que son los que realmente han mandado y seguirán haciéndolo cuando éste haya desaparecido. Lo cierto es que el país magrebí, el más extenso de África, es una pieza fundamental en el crítico equilibrio del norte del continente y forma junto a su vecino Marruecos la barrera saheliana que frena el islamismo extremista que se mueve por el desierto. Otra cosa son las relaciones bilaterales de Rabat y Argel, históricamente hostiles y agravadas por el apoyo de los argelinos al pueblo saharaui y a sus exiliados en los territorios cedidos de Tinduf, dicen que en busca de una salida propia al Atlántico. Mientras tanto, hay quienes opinan que nada cambiará con su marcha porque ha estado demasiado tiempo de “títere” como para echarle de menos. En última instancia, y llegado el momento, cabe pensar que los ciudadanos deberán elegir entre los militares que le respaldaron o los yihadistas, a la vista de donde han desembocado las primaveras árabes de algunos de los estados cercanos.