BRICS


La ciudad de Fortaleza de Brasil, situada en la parte de América más cercana a África, ha sido el lugar donde finalmente las potencias emergentes circunscritas al acrónimo BRICS han sellado el inicio del nuevo orden mundial. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica han abierto la puerta de su propio Banco de Desarrollo alternativo a las estructuras decimonónicas creadas en 1944 en otra localidad americana, Bretton Wood, tras la Segunda Guerra Mundial, -el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)-, para afrontar la reconstrucción de la vieja Europa, y que acabaron convirtiéndose con los años, y las doctrinas del capital absoluto, en un sistema hegemónico cerrado y monopolista, cuando no voraz y excluyente.

De ello pueden dar fe tanto estos cinco países, que hoy representan al 40% de la población global, el 26% de la superficie terrestre, el 27% de la producción y 21% del PIB total; como el mismo continente africano y otras regiones que han permanecido fuera del tablero de las finanzas planetarias aquejadas de inanición crónica.

Lo importante no son los 100.000 millones de dólares de dotación con los que han insuflado vida al nuevo organismo monetario estas potencia disidentes, sino el toque de atención real y serio sobre la mesa de los hasta ahora órganos reguladores universales, al fin y al cabo los brazos de EE.UU., para que se arremanguen, es decir, para que suelten el control férreo y absorbente que han ejercido sobre cualquier transacción durante los últimos 70 años.

El silencio con el que han venido moviéndose los BRICS hasta la fecha no habla, a mi parecer, de ninguna estrategia convenida de antemano, a pesar del nivel que sus economías han adquirido en tiempo récord, como es el caso de China, que se ha erigido en segunda potencia mundial en dos décadas; sino de una costumbre inquietante: moverse en la sombra, o con las sobras de un planeta que se centraba en Norteamérica, Europa, Japón y Australia hasta los años 90, un club de ricos autoprotegido con reglas y subsidios comerciales casi imposibles de atravesar para las producciones externas.

Por eso la bienvenida que el jefe del BM, Jim Yong Kim, ha dado a la nueva entidad ya no suena sincera, sino más bien al farol de un tahúr ante una jugada económica dolorosa en la que Occidente tiene muchos peldaños que descender si quiere sobrevivir a un escenario de bajos precios, menores sueldos, ínfimos derechos laborales y una competencia feroz.

En la retaguardia esperan miles de millones de ciudadanos que desean alcanzar una mínima parte del bienestar social que hemos disfrutado mientras permanecían en la noche de los tiempos, claro que con un pequeño detalle añadido de fondo, el cambio climático desbocado por el imparable consumo.

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