Áfricas

Solemos mirar hacia África como si toda ella fuera un solo país, y no un vasto continente que separa a dos océanos, como son el Atlántico y el Índico, en un entramado poliédrico de muchas etnias y culturas muy diferentes. También ocurre que cualquier hecho acontecido puntualmente en cualquier latitud de su geografía tiende a convertirse en el plano emblemático de todo el territorio, transmitido de manera urgente, sesgada e incompleta por los informativos y los medios de comunicación de este lado del mundo. Es falso, por tanto, que solo exista una negritud y una situación que engloba a la totalidad de los 54 estados que definen las nacionalidades dentro de un mismo término gentilicio para mil millones de personas de diversas confesiones, sistemas políticos, economías, costumbres, historias o lenguas. Es más, las humanidades africanas pueblan las regiones con muy distintas formas de entender la vida y son el fruto de una adaptación al terreno evidenciada en dos supercivilizaciones a ambos márgenes del Sahel, y es posible que hasta una tercera, la que se circunscribe a esta propia gran franja desértica que la recorre de este a oeste y cuyos habitantes están hoy, más que nunca, en una escalada de emergencia alimentaria debido a la persistente sequía y, por qué no reconocerlo, a una solemne injusticia planetaria que ignora que cantidades ingentes de seres humanos transitan por un infierno en el que nada puede germinar. Ese enorme paño de arena ardiente de día y glacial de noche se ha trasmutado en un limbo al que no puede, o no quiere llegar, la atención del denominado primer mundo, de tal forma que emerge como el escondite perfecto para aquellos que luchan por gritarle al mundo que son marginales y desheredados y que van a morir por imponer su verdad desde la sangre y el combate perpetuo, quizás dándolo todo por perdido de antemano. Así es que el Sahel combina ahora la hambruna y la pobreza más absoluta jamás conocida con las hordas de guerrilleros que atraviesan las dunas a lomos de camionetas asiáticas y armados hasta los dientes con todo tipo de ingenios y municiones occidentales para ejecutar secuestros y pedir rescates con qué financiar sus causas fundamentales. Ese lago incandescente y desbordado inunda ya en esta parte del continente a Mauritania, Senegal y Mali, este último país inmerso en una escisión territorial que se antoja irreversible si se tiene en cuenta las dificultades que entrañan las batallas entre pedregales; aunque alcanza a otros ocho países, algunos de ellos de lleno, como Níger, Chad y Sudán. Claro que, abandonando este escenario de desesperanza, lo cierto es que África, con una superficie equivalente a tres veces Europa, ofrece asimismo otros muchos aspectos que nos llegan también concentrados y amplificados a través de la actualidad, desde las prospecciones petrolíferas de nuestro vecino Marruecos y de la controvertida visita del presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, hasta la cacería de elefantes del Rey Juan Carlos I en Botsuana, que tanto ha descerrajado y en tan poco tiempo el prestigio de la monarquía en España. Y todavía nos quedan, sin ir más lejos, los documentales de los grandes animales, los ecos de los aventureros que descubrieron las fuentes del Nilo, la leyenda de Mandela o algunas historias cinematográficas como Mogambo. Eso sí, dejando a un lado la muy actual lucha de millones de africanos que pugnan por el desarrollo y por la incorporación a un universo progresivamente especulativo y deshumanizado.

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