La Françafrique

Cuando el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy, tomó posesión de su cargo, prometió una nueva era en las relaciones de su país con África. Desde entonces, los hechos no hacen sino confirmar que eso no va a suceder en absoluto y que posiblemente continuará con la misma estrategia hegemónica que han seguido todos sus antecesores desde la época del general De Gaulle.

Sin ir más lejos, el pasado día 14 de julio, fecha en que conmemoraron los franceses su Fiesta Nacional, 14 países del continente vecino se vieron más que menos obligados a desfilar por los Campos Elíseos junto a las fuerzas armadas galas para exhibir la “grandeur” de la ex metrópoli, como si la colonización jamás se hubiera extinguido. Sólo el presidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, se negó a que las tropas de su país formaran parte del acto en París, lo que le ha valido sucesivas críticas por parte tanto de algunos medios de comunicación franceses como marfileños, que le han llegado a calificar de “rebelde”, además de otros comentarios similares de algunas de las naciones que sí acudieron al despliegue militar y de las fuerzas fácticas oficiosas del entorno del Palacio Presidencial francés.

Actualmente, el Estado galo es el tercer socio comercial de África, por detrás de China y EEUU, cuando hace apenas diez años los países francófonos realizaban la mitad de sus intercambios comerciales con Francia, que a todas luces ya no puede seguir el ritmo de antaño en sus campañas financieras internacionales, y eso pesa mucho para un imperio que fue todopoderoso en el continente cercano y una referencia omnipresente en cualquier rincón de la geografía de lo que han dado en llamar la “Françafrique”, un término acuñado en los años 50 por el primer presidente marfileño, Félix Houphouët-Boigny, para referirse bienintencionadamente al dilatado dominio del paternalismo galo en sus colonias.

Hoy en día la “Françafrique” ha perdido su significado original para convertirse en el sinónimo del doble juego que Francia ha venido desplegando en sus “posesiones” africanas, es decir, la guerra sucia, el apoyo a los peores dictadores y la inversión permanente del mensaje del buen pastor para liberar la parte oculta de sus intereses en un mundo sin leyes, donde abundan la criminalidad política, maniobras económicas abusivas y el apoyo, e incluso el abono, de guerras civiles para mantener a salvo los beneficios.

La reciente historia de las ex colonias francesas está llena de operaciones más o menos subrepticias del control de París sobre sus recursos naturales y las acciones de las multinacionales galas para hacerse con ellos sin apenas pagar su precio, como ocurrió con el Congo Brazzaville, de donde se llevaron el petróleo, manipularon las cuentas para crear una deuda artificial y se enriquecieron con la venta de las armas que sirvieron para destruir el país.

Precisamente hoy Costa de Marfil celebra el cincuenta aniversario de su independencia con una serie de actos en su capital, Abidjan, una inmejorable ocasión para comprobar si el Estado galo se cobra la deuda del plantón de Gbagbo a Sarkozy el mes pasado o si, por el contrario, el presidente francés está dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva con la herencia tradicional de la parte más obscura de la Françafrique en lo que han sido sus territorios neocoloniales africanos.

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