El legado de Sankara

Una corriente creciente de revisión se agolpa en torno a la muerte del líder burkinés Thomas Sankara, ejecutado en un sangriento golpe de estado, promovido por el actual presidente del país, Blaise Compaoré, allá por el año 1983, quien se ha referido al magnicidio como un desgraciado accidente.

Al grito de Justicia para África, una plataforma, conformada por su familia, compañeros y personalidades procedentes de muchos rincones del continente y del mundo, pide la apertura de los archivos de los principales países implicados: Francia, Estados Unidos, Costa de Marfil, Togo y Libia; con el fin de reivindicar su legado y establecer para la historia su contribución a una nueva era en el proceder de la política africana.

Sankara murió a los 38 años como jefe de Estado del antiguo Alto Volta, rebautizado por él mismo como Burkina Faso, que quiere decir “La tierra de la gente íntegra” en las lenguas autóctonas Mossi y Djula, después de llevar a cabo una revolucionaria lucha contra la corrupción y el hambre y situar a la mujer en un papel preponderante en la sociedad de su país, además de emprender importantes campañas de salud, prohibir la ablación femenina, elevar la educación y atacar la deuda y el dictado de las metrópolis occidentales. De otra parte, la comunidad internacional parece aceptar a Compaoré, que lleva encaramado a la presidencia 22 años, como un hombre de paz que, sin embargo, ha estado salpicado por los conflictos de Liberia, Sierra Leona y Costa de Marfil, e implicado en el tráfico de armas y diamantes para apuntalar la guerrilla de UNITA, de Jonás Savimbi, en Angola.

En el origen de esta tragedia, ambas figuras, Sankara y Compaoré, militares de formación, aparecen como amigos y compañeros, de tal forma que el primero fue elevado al gobierno burkinés por el segundo, después de derrocar a Jean-Baptiste Boukary. Thomas, que se definía como un revolucionario inspirado por los ejemplos de Cuba y el histórico líder ghanés Jerry Rawlings, emprendió contundentes reformas que contemplaban disminuir los fuertes tributos a los jefes tribales, organizar la sociedad en torno a una mayoritaria clase media, construir numerosas escuelas y hospitales, promover una gran reforma agraria de redistribución de las tierras, implementar campañas de vacunación para reducir la mortalidad infantil o poner en marcha políticas de ayudas para la construcción y alquiler de viviendas.

Parece ser, no obstante, que los grandes intereses no sólo de sus contemporáneos en la política de su país, sino también de algunas potencias occidentales, fueron urdiendo una trama de complicidad que acabó con su vida y su ya mítico ejercicio. Ahora, un colectivo jurídico pretende revocar un dictamen del Comité de Derechos Humanos de la ONU emitido hace 2 años que daba por zanjada la investigación sobre su muerte, sin que al parecer se hubiera producido proceso correspondiente alguno.

Lo cierto es que la semilla de Sankara, lejos de diluirse, se acrecienta con los años, de tal forma que lleva camino de ingresar en el pabellón de los héroes revolucionarios del mundo, a pesar de la sordidez que para la comunidad internacional envuelve la reivindicación de su historia.

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