Turismo y desarrollo


Si el pasado año la Organización Mundial del Turismo (OMT), dependiente de la ONU, revelaba que este sector sería clave para el crecimiento económico de África, e hizo un llamamiento a los países emergentes vecinos para apoyar la evolución de las infraestructuras turísticas; este mismo mes de enero, el citado organismo ha explicado que el continente experimentó un avance de un 5% de esta actividad durante 2009. Y todo esto mientras se estima que, como contrapartida, las llegadas internacionales de visitantes en todo el mundo se ha reducido en torno a un 4% en el ejercicio anterior, lo que supone unos 880 millones de euros de retroceso.
En nuestro entorno, el gobierno senegalés anuncia ahora que fomentará las inversiones y la colaboración entre inversores turísticos nacionales e internacionales en función de un nuevo proyecto al que destinará más de 550 millones de euros durante los próximos 5 años, en tanto que Cabo Verde, claramente uno de los estados cercanos que más invierte proporcionalmente en el sector, espera recibir medio millón de viajeros al año, auspiciado por su Plan Estratégico 2010-2013.
Además, la OMT añade que la actividad señalada genera intercambios comerciales, empleos, desarrollo, preservación de las culturas, paz y cumplimiento de las aspiraciones humanas, lo que viene de perlas al continente negro, que tiene muchos aspectos todavía muy desconocidos para la mayoría de nosotros, pues se trata de un territorio que ha sido promocionado casi exclusivamente en torno a sus riquezas ambientales o zoológicas –como el turismo de safaris-, cuando además alberga muchos otros aspectos culturales, etnográficos, artísticos, históricos y humanos interesantísimos, lo que hace de él un destino exótico y diferente para los mercados generadores más importantes.
La mayoría de los países de la costa occidental africana cuentan, aparte de con miles de kilómetros de playa y sol asegurado, con múltiples comunidades rurales en espacios únicos, desde los márgenes del desierto hasta las orillas de los ríos, donde la vida transcurre con otro ritmo y costumbres, una oferta que bien promocionada puede interesar a muchos visitantes procedentes de cualquier parte del planeta.
Lo que sí esta claro es que está cambiando la manera de mirar a África y que, tras la prevención por las enfermedades tropicales, la seguridad y, por qué no decirlo, los prejuicios, el viajero joven se atreve a elegir cualquier enclave del continente vecino para pasar unas vacaciones diferentes en lugares donde está casi todo por descubrir, con lo cual podría decirse que un turismo nuevo comienza a surgir, con otros objetivos más humanitarios y otras formas de entender el ocio.
Es posible que con el tiempo los transportes, ahora escasos y muy caros, comiencen a incrementarse y que a medio y largo plazo viajar a las regiones subsaharianas no suponga un esfuerzo mayor que hacerlo a otras latitudes más lejanas. Con ello estaremos contribuyendo a despejar esa asignatura pendiente que es África para la conciencia de Occidente, a través de esta actividad que tanta economía mueve en el mundo.
En última instancia, Canarias podría tener mucho que aportar y recoger, si se pone en marcha para ofrecer su experiencia, formación y conocimientos a las instituciones turísticas que comienzan a florecer desde Marruecos a cualquiera de las islas caboverdianas.

Cabalgadas y rescates

Muchos canarios se llevarían una sorpresa si supieran que en tiempos pretéritos nuestro archipiélago se nutrió de África y participó en la lacra de la esclavitud con pingues beneficios. Para hablar de ello, debo apoyarme en el artículo “No tan de espaldas. Las relaciones de Canarias con el Noroeste de África en la Edad Moderna” de Luis Alberto Anaya, profesor de Historia Moderna de la ULPGC, que figura dentro de el libro “Migraciones e integración cultural”, editado recientemente por Casa África.
Según Anaya, allá por el siglo XVI se producían las denominadas “cabalgadas”, que eran expediciones que llevaban a cabo nuestras gentes en las vecinas costas africanas para arrebatar berberiscos y canjearlos, a través de los “rescates”, por esclavos negros, ganado y diversos productos, como alfombras, ámbar y oro, con una gran rentabilidad para los organizadores de estas cacerías. También hubo comercio convencional con la llamada Berbería, a cuyos habitantes vendíamos armas, hierro, clavos, ropas, cuerdas, miel, aceite, vino, vinagre, trigo, cebada, lentejas y garbanzos, entre otras materias.Lo cierto es que en virtud de estos trueques comenzaron a conformarse en Canarias comunidades musulmanas que convivieron con nuestros paisanos y que conservaron, a pesar de las presiones de la Inquisición, su religión, lengua y costumbres, si bien se unieron a la población de aquella época, sobre todo en las islas orientales, donde en Lanzarote llegaron a suponer hasta la mitad de sus habitantes, aunque también consigna el estudio que en Telde representaron un 5%; en Agaete un 15,5%; en Adeje, un 7,2%, o en Los Llanos, un 9%. Incluso las autoridades locales llegaron a premiar su presencia con la entrega de tierras y la exensión de impuestos durante 25 años, dado que habían dificultades para la repoblación y era necesario contar con más personas para el trabajo y la defensa de las Islas.
Sin embargo, parece ser que el proceso de integración de los moriscos canarios no fue fácil ni homogéneo y eran acusados a menudo de no vivir como cristianos, de no comer cerdo ni beber vino y sí consumir carne en los días de ayuno. Además, las autoridades eclesiásticas intentaron una y otra vez ponerles condiciones, como no convivir sólo entre ellos, sino con las comunidades autóctonas, aunque muchos no se salvaron de ser acusados de hechicería. También eran condenados a la horca si intentaban escapar, porque se pensaba que informarían de las fortificaciones y ubicación de los puertos de las Islas.
No obstante, sostiene Anaya que al final la integración se realizó plenamente y que hoy nadie tiene conciencia en Canarias de descender de aquellos extranjeros, es decir, que se mezclaron con la población local y que, con el transcurso de los siglos, apenas quedan reminiscencias de su presencia.En pleno siglo XXI, después de 400 años, ya no realizamos cabalgadas ni rescates, pero puede que nos extrañemos todavía porque Canarias pretenda acoger a los inmigrantes africanos y porque algunos de nosotros aboguemos por incrementar los lazos con los países vecinos, muchos más cercanos que los de la Europa a la que pertenecemos.
Siesta en el transporte popular de Dakar